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De Yautja Prime a las calles de Cali: un «depredador» de sonrisas

Ricardo A. Bolaños

«De Alfa 7 para base, ¿me copia? De Alfa 7 para base, ¡¿me copia?!» Un depredador disputaba el territorio a otro depredador.

Eran las 4:45 p. m. más sofocantes del mundo, quizá de la historia, cuando Jessi Uribe en la radio y el ronroneo de televisores fueron ahogados por un estruendo. Algo más que el coronavirus acechaba allí afuera, y los vecinos en Calimío Norte no dudaron un segundo en atribuir aquello a aspas de helicóptero batiendo el aire.

Ese sábado, tras cortinas, sobre balcones y tapabocas, los ojos bailaban en el esfuerzo por atrapar la imagen que se deslizaba por sus ventanas y retinas: dos hombres con fusiles, camuflado y sendos pañuelos en la cara marchaban sigilosos, con el ceño fruncido de quien olfatea la presencia del demonio.

¡Un rugido! Desde la esquina opuesta, y recién llegado de un planeta siniestro, un monstruo, ni más ni menos que el Depredador, empezaba a pegar el pique.

—!¿Me copia?! —seguía gritando desesperadamente un soldado a su radio—. Señor, solicitamos permiso para disparar. En este momento nos tiene rodeados esa cosa, señor… ¡Contacto! ¡¡Contactooo!!

Todo estalló en segundos. De repente, la estrecha cuadra se estremecía en la confusión de ráfagas de metralla, gritos de niños y ladridos de perros. Como un halcón, y tan impasible a los gritos como a las balas, el Depredador se abatió sobre sus presas, fulminando a cada soldado con un contundente zarpazo. 

Al instante cayó el silencio, apenas roto por los bramidos victoriosos del abominable engendro. De pronto, desde algún lugar irrumpió una tonada conocida de Pimpinela, y el soldado que yacía más cerca del monstruo se levantó veloz desde el más allá. En la voz de Lucía Galán, el Depredador le increpó:

—¡Por eso vete, olvida mi nombre, mi cara, mi casa, y pega la vuelta!

—¡Jamás te pude comprender!—replicó suplicante el soldado en la voz de Joaquín Galán, mientras su «lanza», también vuelto a la vida, se acercó a acompañarlos con un instrumento musical invisible que se trajo del inframundo.

Iba y venía el alegato musical, mientras de arriba, de abajo, de una esquina y de la otra ya empezaban a aflorar, como una lluvia de verano, aplausos, carcajadas, monedas, incluso uno que otro billete.

Se levantó el telón. Muchas otras cuadras esperaban en la jornada, pero primero había que atender a la romería de ansiosos que salían de sus casas por una pregunta, un comentario, una foto y, por supuesto, con más y más monedas. Una sonrisa alcanzaba a dibujarse en cada tapabocas.

En cada esquina, estos adversarios de película blockbuster vuelven a ser Juan Esteban Pulido, José Valentierra y Luis Valentierra. De lunes a domingo, mientras el sol se hunde en los Farallones, esta singular troupe va transformando cada cuadra en un escenario y cada balcón en un palco, amenizando el confinamiento de los barrios caleños a cambio del favor del público, venga en forma de moneda o de sonrisa. Una función que no tiene carteles, pero sí auditorio.

No ostentan un nombre oficial, pero sus videos figuran en YouTube con la etiqueta «Depredador en Cali». El proyecto fue concebido por el talento de Harvi Bolaños quien, según cuentan Luis, José y Juan Esteban, también ha hecho brotar de materiales reciclables a los Transformers, Spiderman, Ironman y Hulk para ponerlos a caminar por las calles de Cali.

«Armados» de utilería, vestuario de fantasía, sonidos de ambientación y música mainstream incorporados en un parlante, este grupo toma por asalto la barriada caleña para arrancarla de su cotidianidad marcada, en gran medida, por la incertidumbre ante la pandemia que azota el mundo.

—Con el Depredador arrancamos este año, en abril, un mes después de que empezara la cuarentena, y llevamos cinco meses sin parar —comenta Luis, enfundado en su piel de Depredador, al tiempo que descubre un rostro perlado de sudor—. Hemos llevado nuestro arte a varios barrios de Cali. Nos presentamos dos o tres días en un barrio, y después cogemos para otro. Para mí en particular ha sido una gran ayuda porque llevo desempleado en lo que va de la pandemia. Incluso desde antes de la pandemia.

Por tres minutos no es el covid-19 el que marca el ritmo de la calle. El paso en la calzada afloja, el apremio por entrar o salir de la casa aquieta. Surgido de las entrañas de la pandemia, este proyecto se suma a emprendimientos que responden al duro imperativo de «reinventarse». Más que para adaptarse a la «nueva normalidad», busca combatirla en tres frentes: el económico, el social y el anímico. 

—La situación con la pandemia ha sido muy dura, muy estresante. Para nosotros y para mucha gente —señaló José—. Somos conscientes de eso, y por eso hemos querido traerle a la gente, frente a su propia casa, algo para que se distraiga, entretenga y se ría un rato en estos tiempos tan complicados. A Harvi se le ocurrió que combinemos la batalla contra el Depredador con música y baile. Le damos a un momento de tensión un final alegre que nadie espera. La idea es llevar una película que la gente conozca, como es el caso de Depredador, y en el parlante varias canciones. El único requisito es que estén de moda, que sean conocidas y sobre todo divertidas.

Si en guerra avisada no muere soldado, en función perifoneada no hay vecino confundido. O eso es lo que uno esperaría.

—!Muy buenas tardes, mi gente linda de Cali! —tronó el parlante—. Hoy venimos con estos artistas a presentarles una pequeña parte de la película Depredador, y a cambio una pequeña colaboración de ustedes para nosotros. ¡Muchas gracias! 

Sin embargo, sea porque en este barrio los perifoneos son parte del paisaje sonoro, por simple distracción o por la destreza de las actuaciones, no faltaron quienes se vieron sorprendidos por el show: «Yo dije “¡jueputa, se nos metieron!” ¡jaja! Pero para qué, me encantó. Muy ingeniosos», compartió Amalia, una vecina del sector.

Me preparaba para ver en algún momento la clásica «cuesta arriba», donde todo se tensa en una lucha trágica por complacer al público, y que en su lugar topasen con su rechazo o la más desdeñosa indiferencia. Pero era en vano. Cuadra tras cuadra, el panorama era un calco del anterior: el sobresalto, la euforia, los aplausos, la máscara de la tragedia dando paso a la de la comedia, niños y adultos buscando inmortalizar el momento —y a sí mismos con él— en una foto (así fuera con tapabocas), elevando al Depredador y los militares al estatus de celebridades, mientras los perros revoloteaban y ladraban enloquecidos sin nunca entender qué ocurría. Sin embargo, de inmediato, Juan, Luis y José me desmintieron esta imagen eternamente idílica.

—No siempre es así —aclaró Juan Esteban—. Rechazo nunca ha habido como tal; de hecho, en esta cuarentena la gente siempre ha querido distraerse. Como todo, hay días buenos y otros no tanto. Entre semana preferimos salir de 6:00 p. m. en adelante, porque a esa hora es que va llegando la gente de trabajar y estudiar.

A esto, Luis añadió:

 —Nunca salimos por la mañana, no sólo porque hay cosas por hacer, tareas de la universidad, del colegio y demás, sino que temprano, cuando pega más fuerte el sol, no se deja ver la gente. Eso pasa más los fines de semana. De todas formas, también es cierto que hay horas que son buenas en un barrio, pero en otras son malas.

—Ahora —terció José—, aunque hemos ido por varios barrios de la ciudad, en los populares es donde más nos colaboran, porque en los otros estratos la gente mantiene muy entrada en su casa, y casi nunca salen a vernos.

Quizá lo más parecido a ese cuadro lo vi dos manzanas más adelante. Estalló la contienda. El Depredador volvió a liquidar a los soldados, que esta vez revivieron al ritmo del «Aserejé, ja, de je». No obstante, más allá de dos o tres monedas que tintinearon en algún antejardín, la parquedad fue rotunda. Era el perfecto hermetismo de una cuarentena, y por eso mismo, atípico en este barrio.

Luis se levantó la careta del monstruo y se plantó pensativo a la luz del crepúsculo. «¡Eh! En esta cuadra cometí un error; no me adentré más, y ellos entonces tampoco se alejaron más», dijo, señalando a José y a Juan Esteban.

Lanzó un suspiro hacia la esquina opuesta, y quizá respondiendo a mi mirada interrogante, explicó: 

—A veces pasa, no siempre, pero pasa. Lo normal es que uno calcule la distancia. Hay barrios donde las cuadras son bastante largas, y podemos hacer hasta tres shows; en cambio, como en este son más pequeñas, intentamos abarcar el mayor terreno posible de una sola sentada. Aquí no lo capté, entonces ellos tuvieron que cortar hasta acá para que nos escucháramos, y dejamos por fuera casi toda la cuadra. Allá de pronto no nos escucharon. Igual, la gente en esta cuadra está más difícil.

No había intenciones de darle al hiato ocasión de ser más que eso, un hiato. El sinsabor duró lo que las últimas ascuas del día. Al remontar la próxima esquina, volvería a rodar la coreografía del alien cazador y los soldados cazados, rematándola esta vez con una entonación a coro de la canción de Pasión de Gavilanes. Las aclamaciones, las risas, las monedas, tampoco se harían esperar.

Los rendimientos del «Depredador en Cali» saltan a la vista; sobre todo en lo social. El tintineo de las monedas deleita al oído, pero es innegable que los aplausos, cumplidos y clics de las fotos resuenan con una música especial. Reconoció Luis que «en un principio nos ha llevado a esto la necesidad económica porque, como decíamos, la situación ha sido dura». Y a continuación añadió: «pero es una experiencia muy divertida. Me entretiene; disfruto mucho haciéndolo, y creo que lo haría por mucho tiempo». Por su parte, José matizó diciendo: «A mí también me divierte. Mientras haya tiempo para hacerlo, se hace», mientras para Juan Esteban, esto «es en principio un pasatiempo, un hobby. Bueno, por un lado, me gusta ganar plata, tener un dinero ahí. Pero sobre todo, me gusta bastante lo que hacemos, y nos gusta más que a la gente le guste».

No es la caída de la noche, sino cuando empieza a menguar la presencia de la gente, el aviso para concluir la jornada y coger el rumbo a casa, que puede ser o muy tarde o muy temprano, dependiendo del clima o de otras circunstancias. Es entonces cuando se suspende el hechizo: el pellejo aceitoso y la armadura del Depredador se tornan una perfecta soldadura de goma, látex y plástico; los fusiles vuelven a ser un armazón revestido de tela y plástico negro, y los pañuelos militares devienen tapabocas funcionales. Marchar a casa, con el triple fardo del cansancio, el producido y la gratitud.

Habrá otro día, o mejor otra tarde, para volver a la aventura; para no dejarse de la condenada pandemia. Con sol o lluvia, calor o frío, habrá otra ocasión de llenar el mundo de fogonazos sin olor a pólvora, de derribar el miedo a punta de explosiones de nostalgia. Como Orión en el firmamento, el Depredador saldrá de nuevo a cazar, monedas, aplausos, sonrisas que desbordan tapabocas; tan rutilantes como las mismas Pléyades, esas que alumbran al planeta de los depredadores.


Imagen de cabecera: tomada de Premiere.


Ricardo Bolaños

Licenciado en Literatura egresado de la Universidad del Valle. Escribe crónicas, reportajes, artículos de opinión, ensayos, cuentos fantásticos y de ciencia ficción, y disfruta particularmente del pastiche y la parodia.