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«El gallo de oro», de Juan Rulfo:
un breve comentario

La Caponera personifica la berraquera de la mujer libre. No es un hecho menor que sea el único personaje al que siempre se le describa la vestimenta. Siempre va de negro cargando el luto de saberse sola y el lastre de su necesidad de libertad.

Juan Sebastián Mina

Tomada de de Cesar Lopez en Pixabay

Resumen

Esta es la historia de un gallero venido a más y muerto con la única herencia que le dejó su madre: la soledad. Nacido y crecido en San Miguel del Milagro, Dionisio Pinzón sorteaba el hambre y la enfermedad de su madre pregonando las noticias del caserío. Honesto y comedido, como solo los campesinos pueden serlo, Pinzón se hace con un gallo dorado que, luego de perder una «tapada» en el palenque, su dueño da por muerto y lo tira a brazos del pregonero. 

Con cuidados y sacrificios, Dionisio revive su esperanza a punta de tierra y emplastos. Así, luego de que su madre muere y debe enterrarla sin dignidad, el neófito gallero, con más ganas que conocimientos, empieza a picar plazas, bohíos, puebluchos y a ganar experiencia y dinero, pues el «Ala Tuerta», su gallo, peleaba con sangre en el ojo, rapidez e inteligencia. En esas andanzas conoce a don Lorenzo Benavidez, gallero experto y negociante sagaz, y a una tal Bernarda Cutiño, voz que animaba las fiestas, buena pa´l trago y berraca pa´la vida. Entre cervezas y gallos, Dioniso rechaza una oferta por el suyo y decide marcharse y probar suerte. 

Luego de que su madre muere y debe enterrarla sin dignidad, el neófito gallero, con más ganas que conocimientos, empieza a picar plazas, bohíos, puebluchos y a ganar experiencia y dinero.

Así, luego de muerta su primera esperanza dorada de un espuelazo en la pechuga, le nace otra cuando don Lorenzo le propone, por segunda vez, trabajar con él. Entre treta y treta, porque todos engañan a medida de sus capacidades e intereses, Dionisio Pinzón coge maña y nombre. También conoce el goce del juego y la apuesta. La vida le sonríe y la suerte lo respalda. Con dinero, gallos y un ataúd, vuelve a San Miguel del Milagro justo para las fiestas. No habla con nadie en medio del agasaje, y la banda parece hacer fanfarria por la nueva persona de Pinzón. Y con el ataúd al hombro, porque no encontró dónde estaba el cuerpo de su madre, y en compañía de Secundino Colmenero, su nuevo fiel escudero y antiguo dueño del gallo dorado, sigue jugando a la suerte su ambición y amasando riqueza. Pasan los años y se reencuentra con Bernarda Cutiño. La mujer aún conserva los senos firmes y vida dura. Se casan bajo la condición de que ella sería una mujer libre. 

Con el paso de los años, Don Dionisio y su señora visitan en Santa Gertrudis, la casona de don Lorenzo, a su viejo amigo y amor, respectivamente. De la mano de la Caponera va una niña de diez años. Don Lorenzo está bastante mermado, aunque conserva su disposición altiva y generosa. La familia solo pensaba saludar, pero él los convence de quedarse. En la noche, en un juego de Paco Grande, Pinzón se haría con la Gertrudis. Ahí estableció su residencia. Luego de que la Caponera volara porque sentía rotas sus alas en esa casa, y de que Don Pinzón fuera detrás de ella porque le traía suerte en el juego y en el negocio, los años los recluyeron al par de viejos en la casa, pero le dieron la libertad a la Pinzona, que había salido con la voz de la madre y las andaduras del padre, y se dedicaba a piruja. 

Tomada de Rúben Gál en Pixabay

La Caponera acostumbraba a ser parte de las largas noches de juego de su esposo, primero con marcado interés, luego con desdeñosa sumisión. Ahí en el sofá, donde acostumbraba pasar las noches para que su marido pudiera verla y tuviera suerte, murió vestida de negro y con el alcohol ahogándole la miseria. Dionisio no se dio cuenta sino hasta al amanecer, cuando su suerte comenzó a abandonarle y reclamó la presencia de su mujer. Luego de saberse solo, de nuevo solo, Dionisio se dispara, y muere. Es enterrado en el ataúd destinado a su madre. Su esposa, junto a él. A la ceremonia solo asisten La Pinzona y el Colmenero. Uno, a seguir criando gallos; la otra, a recoger los pasos de la madre cantando en palenques y ferias. Quizá la Pinzona seguirá sola con la herencia que recibió de sus padres, tal como ellos heredaron de los suyos.

Un breve comentario

La obra muestra el drama de un campesino mexicano que lucha contra el destino que él anheló y forjó. Esto es Dionisio vs. Dionisio. Es un choque entre las fuerzas de la humildad contra las de la ambición en un escenario rural marcado por el azar y el rebusque. Es ahí en donde la miseria alcanza distintas formas que se engullen con sendos tragos de tequila, muchas veces rebajado, porque aquí todos amañan, unos el licor, algunos el amor, otros la suerte. Esta obra de Rulfo es el réquiem de quien marcha hacia la ausencia

Tomada de Cesar Augusto Ramírez Vallejo en Pixabay.

El personaje de Dionisio compra su propio ataúd; detrás de esa imagen se esconde la idea de quien labra su propio destino y muere en su ley. La Caponera es la voz de un pueblo, voz femenina que canta las miserias de una vida que se alza bajo los rumores de prosperidad, rumores construidos por el mismo pueblo, pues la obra es completamente rural. Y es justamente la construcción de ese escenario lo que mejor logra Rulfo a través del lenguaje. Con frases forjadas en el palenque o en la ranchería, el escritor logra recrear la esencia de un grupo social que se debate por sobrevivir. Esta construcción lingüística se viste de corpiño y rebozo y falda estampada de tulipanes rojos, y está atento a la algarabía en el palenque, al bullicio de la feria, al detalle del villorio. Rulfo recoge los pasos más recónditos de los campesinos de las rancherías, y los vierte para crear un lenguaje propio y sonoro, cargado de un sentido que sólo ahí, bajo el aleteo de los gallos y el fulgor de las apuestas, tiene su propio sentido.

Con frases forjadas en el palenque o en la ranchería, el escritor logra recrear la esencia de un grupo social que se debate por sobrevivir.

La Caponera personifica la berraquera de la mujer libre. No es un hecho menor que sea el único personaje al que siempre se le describa la vestimenta. Siempre va de negro cargando el luto de saberse sola y el lastre de su necesidad de libertad. La voz femenina que muere a expensas de la voluntad de un hombre que la acogió cuando su libertad se vio interrumpida por la debilidad de sus cuerdas vocales.


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