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La invención de Morel:
el testimonio como ejercicio de libertad

El diario escrito por el protagonista de La invención de Morel se vuelve un testimonio de las atroces consecuencias que esa máquina fatal trajo para un grupo de personas. Para el narrador, la escritura es la única posibilidad de construir memoria y ser libre.

Antonio José Hernández Montoya

Tomada de Pixabay

«La razón de esta necesidad de escribir ha de estar en los nervios».

 Adolfo Bioy Casares, La invención de Morel.

Advertencia amistosa: La presente crítica literaria incurre en revelaciones de la trama, por eso se recomienda leerla con anterioridad para que no mueran el impresionante efecto y el asombro que se logran al descubrirla por cuenta propia.

Adolfo Bioy Casares publicó La invención de Morel en 1940. Desde entonces, la obra se ha consolidado como un clásico de la literatura fantástica y la ciencia ficción, pues reflexiona sobre la eternidad, el amor, la existencia del alma humana y problematiza los excesos de las prácticas científicas. En la novela, la libertad es un tema implícito muy poco abordado por la crítica. Las acciones de Morel atentan contra la libertad de sus amigos y trabajadores; el inventor juega con esas vidas ajenas como si le pertenecieran. El narrador, por el contrario, puede decidir su destino: es dueño de sí mismo. La escritura del diario lo demuestra.  

Hay tres preguntas que conducen a una comprensión más profunda del tema: ¿por qué la escritura del diario por parte del narrador se consolida como un ejercicio liberador? ¿Por qué la eternidad anhelada por Morel carece de libertad? ¿En qué se diferencian las acciones del inventor Morel y del narrador en lo que corresponde al pleno desarrollo de la libertad? Los siguientes apartados aventuran algunas respuestas y obsequian otras dudas.

Escribir para ser libre: el diario en La invención de Morel

Resumen de La invención de Morel

Jorge Luis Borges (1993) considera que la trama de la novela es perfecta. El narrador, que es perseguido por la justicia, llega a una rara isla aparentemente deshabitada pero con tres construcciones: un museo, una pileta de natación y una iglesia. Al cabo de varios días descubre personas en los edificios y teme que lo hayan encontrado. Oculto y temeroso, observa al grupo. Una mujer lo cautiva: Faustine. El hombre se enamora e intenta hablarle en repetidas ocasiones, pero ella lo ignora. 

Tras esas aproximaciones, el narrador descubre que no se trata de personas reales, sino de imágenes que proyecta una máquina inventada por uno de ellos: Morel. Las sigue, escucha sus conversaciones y llega al fondo del misterio. Las imágenes se pueden palpar, oler, escuchar y obviamente ver. El narrador también descubre que, al ser grabadas, las personas fallecen. Morel deseaba alcanzar la eternidad, para ello utilizó a sus amigos y trabajadores sin su consentimiento, ocasionándoles la muerte. 

En una decisión conmovedora, por amor a la imagen de Faustine y para estar eternamente junto a ella, el narrador se graba como si fuera un miembro más del grupo. De todo queda constancia en su diario.   

La escritura de un diario  

El narrador se reconoce a sí mismo como perseguido y fugitivo. Desde el inicio afirma que lo condenaron injustamente: «el perfeccionamiento de las policías, de los documentos, del periodismo, de la radiotelefonía, de las aduanas, hace irreparable cualquier error de la justicia» (Bioy Casares, 1993, pp. 13-14). Habla de un proceso en su contra, de un juicio que lo condenó a prisión perpetua. 

No se sabe su nombre, solo que vivía en Caracas, debió escapar y es cercano a las ciencias humanas. Lleva un diario que a fin de cuentas es la totalidad de la novela. En un curioso juego metaficcional, los lectores conocen el texto con las notas de alguien: «Una tercera persona, un editor implícito intradiegético [que] con notas de pie de página explica, corrige y agrega anotaciones al texto del fugitivo» (Mauro, 1993, p. 33). Lo anterior implica que, en el mundo ficcional, lo escrito fue encontrado.

El diario pertenece a las llamadas escrituras del yo. Como modalidad literaria tiene tres características fundamentales: i) el despliegue de lo íntimo, ii) la capacidad de contener distintos tonos narrativos y iii) la relación entre la palabra escrita y el tiempo cronológico del mundo real, diégesis para el caso de la novela.

La primera característica, el despliegue de la intimidad, remite a la confesión, al ejercicio purificador de anotar los pensamientos y los sentimientos personales para desahogarse o comprenderse a sí mismo. Al respecto, Félix Rosario Ortiz afirma: «Dicho en breve: [el narrador] pasa por escrito lo que descubre y cuando tiene que resolver un asunto; escribe a modo de escape, de ejercicio catártico para poder sobrellevar su realidad corriente y, de alguna manera, intentar descifrarla» (2019, p. 27). 

El narrador perseguido registra el miedo y la paranoia de ser encontrado, el amor que siente por Faustine, el desespero en los momentos difíciles y el misterio que es la isla. Durante estos pasajes corre el riesgo de mostrarse patético, irracional, asustado. 

La segunda característica, la capacidad de contener distintos tonos o formas, remite a que en los diarios convergen manifestaciones poéticas, narrativas y ensayísticas. Al respecto, Beatrice Didier (1996) y Nora Catelli (2007) proponen al diario como una modalidad de escritura con ausencia de límites y con una estructura abierta que permite todo tipo de contenidos. Los fragmentos del discurso de Morel, transcritos por el narrador, son una muestra perfecta.                 

En los diarios convergen manifestaciones poéticas, narrativas y ensayísticas.

El narrador perseguido pone por escrito todas las actividades que realiza, es decir, narra y describe. También incluye sus composiciones poéticas para conquistar a la amada Faustine: «Mi muerte en esta isla has develado» (Bioy Casares, 1993, p. 33). Adicionalmente, expone sus conceptos e ideas sobre la sociedad, la eternidad y el amor: «Creo que perdemos la inmortalidad porque la resistencia a la muerte no ha evolucionado; sus perfeccionamientos insisten en la primera idea, rudimentaria: retener vivo todo el cuerpo. Sólo habría que buscar la conservación de lo que interesa a la conciencia» (Bioy Casares, 1993, p. 18). Algunos pasajes tienen párrafos con tono argumentativo, ensayístico. Esto se refuerza con la intertextualidad y las menciones a autores como Malthus, Cicerón, entre otros. 

La tercera característica, la relación entre la palabra escrita y el tiempo cronológico del mundo, enfatiza la importancia de la inmediatez de lo relatado. Lo que se registra recién acaba de suceder, sentirse o pensarse. Es instantáneo. Esa característica le otorga demasiada fuerza al despliegue de lo íntimo, ya que las emociones se registran pronto: el narrador ama a Faustine, se enoja con ella, le pide disculpas, la ignora, la extraña. Los cambios interiores son fugaces, humanos.    

El diario como testimonio

Nora Catelli propone que una de las razones por las que se escribe un diario es «el afán de testimoniar una época» (2007, p. 109). El diario del narrador es justamente un testimonio del descubrimiento y las consecuencias de la invención de Morel. El contexto histórico de la diégesis no es muy alejado de la actualidad; este se caracteriza por persecuciones, juicios injustos y aparatos horripilantes que causan masacres en nombre de conceptos inabarcables como la eternidad.

Tras escudriñar en las bibliotecas del museo, el narrador consigue una superficie adecuada para escribir. Alejado y exiliado del mundo, la literatura es lo único que le queda para exponer el discurso de su vida. Desea dejar una huella que pruebe su existencia. Antes de descubrir las máquinas creadas por Morel, redactar el diario era la única herramienta que encuentra para decir que vivió. Desea también argumentar que es inocente, pero los hechos extraños lo distraen. Antes de interesarse en la ciencia del inventor, la isla se le presenta como una «metacárcel» (Rosario Ortiz, 2019). Es decir, como un encierro del cual solo lo salva la escritura. El narrador escapó de las autoridades para no ser encerrado, para poder ser libre. Frente a la isla agreste y solitaria que lo debilita, que lo aprisiona, escribir es la única manera de mantener esa libertad. Dejar su testimonio es la única forma que le queda para comunicarse con el porvenir y desmentir la versión que la Historia cuente de él como verdad absoluta: un culpable.

Frente a la isla agreste y solitaria que lo debilita, que lo aprisiona, escribir es la única manera de mantener esa libertad.

El narrador es consciente del poder de su escritura, por eso mantiene el diario hasta el final de su vivir. Es importante dejar constancia de lo que suceda. Es un personaje tan consciente que se refiere a su diario como testamento y como informe. Testamento porque profetiza su muerte: «Siento con desagrado que este papel se transforma en testamento» (Bioy Casares, 1993, p. 16). Informe porque los detalles serán útiles para la humanidad: «Sería pérfido suponer ―si algún día llegaran a faltar las imágenes― que yo las he destruido. Al contrario: mi propósito es salvarlas, con este informe» (Bioy Casares, 1993, p. 75). 

La búsqueda fallida de la eternidad

Morel provoca su propia muerte, la de Faustine, sus allegados y la tripulación. En un acto completamente egoísta, los graba sin consentimiento o advertencias. Así ejerce un control total sobre los turistas que vivieron en la isla (Rosario Ortiz, 2019). Vulnera su libertad: «Mi abuso consiste en haberlos fotografiado sin autorización. Es claro que no es una fotografía como todas; es mi último invento. Nosotros viviremos en esa fotografía, siempre» (Bioy Casares, 1993, p. 62).

El inventor se obsesiona con la eternidad y con su plan para contrarrestar ausencias, para impedirlas. Una vez terminadas las máquinas y habiendo sido rechazado por Faustine, de quien estaba enamorado, Morel inicia la grabación. En la paradójica mente del científico, los emisores deben morir para alcanzar la inmortalidad. Además, en su delirio, se convence de que su invento atrapa el alma de los seres; cree que la conciencia de las personas se queda en las imágenes, pues estas son capaces de percibirse con los sentidos. 

El narrador puede sentir, escuchar, ver y oler a las representaciones, incluida Faustine, pero esta solo repite mecánicamente lo hecho durante la semana en que fue grabada. Morel añoraba que las imágenes tuvieran conciencia más allá de los gestos de dolor y alegría, ansiedad y temor, enojo y duda, gestos idénticos a los gestos humanos. Murió convencido de lograrlo. No obstante, el testimonio del narrador lo contradice: «Las imágenes no viven» (Bioy Casares, 1993, p. 76). El perseguido se pregunta si las proyecciones sienten o piensan y si sienten o piensan lo que pensaron los seres mientras eran grabados. No lo sabe.

El invento de Morel es un fracaso. Lo único que deja es un grupo de imágenes que repite tristemente la misma semana. Morel pretendía crear museos para conservar los recuerdos. En sus apuntes, transcritos por el narrador, se consigna: «La palabra museo, que uso, para designar esta casa, es una sobrevivencia del tiempo en que trabajaba los proyectos de mi invento, sin conocimiento de su alcance. Entonces pensaba erigir grandes álbumes o museos, familiares y públicos, de estas imágenes» (Bioy Casares, 1993, p. 72).

La idea de Morel no logra la eternidad de la conciencia, ni siquiera puede erigirse como algo que conserve la memoria, pues silencia en lugar de preservar, borra en lugar proteger. Los emisores, que en la idea de Morel se convierten en recuerdos, carecen de conciencia; esto implica que carecen también de discurso, de lenguaje. Faustine es prácticamente muda. A cada repetición de la semana pronuncia invariablemente lo mismo. Las palabras que no dice, pero que hacen parte de ella, jamás se entrelazan con la memoria.

La invención de Morel no protege la memoria. Pierre Nora (1984) postula que la memoria tiene su esencia en el presente, pese a ser una rememoración, ya que es ahí donde adquiere mayor importancia. Además, añade que ella está abierta a olvidos, a cambios; en definitiva, que se encuentra viva. El acto de recordar es casi inherente a la humanidad y fundamental de forma individual y colectiva (Nora, 1984). Las imágenes no tienen vida, ni presente, pasado o futuro. Tampoco tienen alma. Así, lo que no está vivo no percibe la eternidad. Lo que no está vivo no puede recordar, no puede aportar a la memoria.

Lo que no está vivo no percibe la eternidad. Lo que no está vivo no puede recordar, no puede aportar a la memoria.

Al respecto, Adolfo Vásquez Rocca dice: «Sin la narración, la isla sería una utopía sin memoria, un espacio mutilado, un espacio sin ritual, un espacio invisible» (2007, p. 2). Lo hecho por Morel resulta contradictorio con su ideología. El testimonio del narrador le da discurso a una isla deshabitada hasta su llegada. El inventor logra una nemotecnia. El narrador logra memoria.   

En su búsqueda de la eternidad, Morel asesina. Las imágenes que obtiene con sus actos no son eternas, tampoco tienen conciencia. Los emisores son representados durante una sola semana que se repetirá hasta el deterioro de las máquinas; son confinados en la monótona grabación, encerrados. El sueño de Morel fracasa. La libertad no admite que haya muerte. 

El narrador primero concibe la isla como un infierno, luego como un paraíso porque se enamora de la imagen de Faustine. Pero no es correspondido. No puede serlo. Debido a su soledad y su exclusión del mundo, aprende a manejar las máquinas y se graba junto a las demás figuras para que al menos su imagen permanezca cerca de la de Faustine. En el diario registra la existencia hasta el último suspiro.

A diferencia del famoso homicida Morel, quien atenta contra la libertad de sus amigos y tripulación, el narrador escoge la muerte, pero únicamente su muerte. Escribe su testimonio, donde se declara inocente, se expande en emotivas confesiones sobre su amor hacia la imagen de Faustine y los celos que le provoca la imagen de Morel, donde se dedica a reflexionar sobre la eternidad, sobre el alma. La escritura lo hace libre y sus decisiones no afectan a nadie más que a él. Buscar la eternidad debe ser algo voluntario.           

Respecto a La invención de Morel, Gerardo García Muñoz (1994) plantea que la escritura conduce a la inmortalidad literaria; Félix Rosario Ortiz (2019) propone una conexión entre el diario y la eternidad. En esta crítica literaria se concibe la escritura del diario como un ejercicio de libertad. Estas relaciones entre conceptos dejan preguntas: ¿la inmortalidad y la eternidad significan lo mismo en La invención de Morel? ¿Tienen sentimientos y recuerdos las imágenes? ¿Existe una relación entre la libertad y la eternidad?       

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Documentos citados

Bioy Casares, A. (1993). La invención de Morel. Editorial Norma. 

Borges, J. L. (1993). Prólogo. En A. Bioy Casares, La invención de Morel (pp. 9-11). Editorial Norma. 

Catelli, N. (2007). En la era de la intimidad, seguido de: El espacio autobiográfico. Beatriz Viterbo Editora. 

Didier, B. (1996). El diario, ¿forma abierta? Revista de occidente, 184, 39-46.

García Muñoz, G. (1994). El sueño creador: Adolfo Bioy Casares. El ABC de la invención. Fondo Editorial Tierra Adentro.

Mauro, T. (1993). Bioy Casares: la invención y la escritura. En I. Hernández Arbeláez (Ed.), Adolfo Bioy Casares: vida y obra (pp. 25-40). Editorial Norma.  

Nora, P. (1984). Entre memoria e historia: la problemática de los lugares. En P. Nora (Dir.), Les Lieux de Mémoire 1 (pp. XVII-XLIL). Gallimard.

Rosario Ortiz, F. M. (2019). Escritura y escrutinio paranoico en La invención de Morel de Adolfo Bioy Casares. Mester, 48, 23-42. 

Vásquez Rocca, A. (2007). La Invención de Morel. Defensa para sobrevivientes. Zona Moebius. Revista de Literatura, Arte y Cultura, 1-6. 


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