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En el fin,
fue la luz

Energía, radiación o misterio divino, la luz ha surcado la historia como una realidad o símbolo que conmueve la existencia humana, ya sea bajo el ropaje del mito o como motor del progreso ilustrado, a la que, en todo caso, atribuímos una cualidad trascendente. Pero ¿es la luz pura trascendencia, o también es asociable a la ruina? ¿Hacia dónde trasciende realmente el curso de la luz en la historia humana?

Ricardo A. Bolaños

Tomada de Art.com

En el principio, todo era frío y oscuridad. Crujían la piel y los huesos en el yermo del mundo. Fue el instante en que se impuso rotunda una voz, era la voz del hombre: ¡Hágase la luz! Y entonces suave, clara y potente, la primera claridad desgarró la noche. Pareciole al hombre que era bella, y la separó cuidadosamente con su mano de las tinieblas que trataban de engullirla. Y llamó a la luz ciencia y a las tinieblas ignorancia. Y fue la tarde y la mañana el día primero.

La luz era un loto radiante flotando en el infinito. Vibraban en la luz la ciencia y la razón. ¡Portento bullente de promesas! Entonces el hombre la arrojó, y la luz se expandió, envolviendo en su abrazo la Tierra y el Abismo. De pronto la faz de la Tierra fue tapizada bajo una constelación de luces, a la cual el hombre hubo de llamar «Civilización». Y fue la tarde y la mañana el día segundo.

Y dijo el hombre: Que en la tierra florezca el dinamismo, y fructifique la simiente de la razón, el ingenio y el progreso.

Al instante reventó la reluciente semilla, y sus frutos y tallos fecundaron la superficie, poblándola de técnica, industria y ciencia. Aquí y allá palpitaba todo bajo el bailoteo de pistones y el gemido de las chimeneas. Y pareciole al hombre que el Progreso era bueno. Y fue la tarde y la mañana el día tercero.

Y dijo el hombre: pongamos potencias en la tierra y el cielo que rivalicen con las del firmamento, capaces de convertir la noche en una continuación del día.

Fue así como el ingenio del hombre sembró la Ciudad de rascacielos, tallos gigantes de hormigón y acero que desafiaban ―como su antecesora Babel― a los astros palpando la atmósfera. El neón de los rascacielos encandilaba en la noche, pero estos traían la penumbra a la Ciudad durante el día con sus implacables sombras. Y fue la tarde y la mañana el día cuarto.

La Tierra se extendía inmensa, virginal y promisoria. Entonces el ingenio del hombre engendró alimañas diversas: ferrocarriles, carros, camiones, buses, buldóceres y excavadoras, infinidad de bestias mecánicas de ruedas, patas y orugas según su especie, que llevaron a los hombres a desperdigarse y colonizar lo ancho y profundo de la superficie terrestre. Todo lo azul y lo verde fue sucumbiendo a la marea gris. Fue cuando el vientre de la Tierra se abrió y expuso sus entrañas de oro y minerales. El hombre sonreía, pero no estaba satisfecho. Y fue la tarde y la mañana el día quinto.

Entonces miró el hombre hacia los confines del mundo, y dijo: ahora exploremos las aguas, y surquemos toda la extensión del cielo.

Y la potencia fabril del hombre llenó el océano y el río de lanchas, buques, cruceros, submarinos y otros engendros náuticos, e hinchó las nubes y las estrellas de aviones, transbordadores y otros artefactos voladores, según su género y especie.

Y cada vez más el cielo y el mar se desdibujaban tras infinitas estelas de humo, vapor y sangre. Y el hombre se regocijaba y felicitaba por la extensión que había alcanzado su obra, fruto de la razón, de la luz. Y fue la tarde y la mañana el día sexto.

De repente sobrevino la discordia, la enemistad… y hubo más luz y más ingenio que nunca. Luz de metralla, luz de Napalm devorando aldeas; resplandor de la mina al detonar bajo el pie; luz llameante que ruñía la selva y el minifundio; luz de dinamita mutilando al transeúnte desprevenido: luz que torturaba en la celda oscura; luz de hoguera que congregaba a los mendigos en el callejón. Guantánamo, Bojayá, Kiev, Tel Aviv, Gaza, Cali… Lugares donde se reveló la luz con rigor.

En el último día, entonces, el hombre vio levantarse en el horizonte, como un amanecer, a la luz. Una diminuta chispa, rozagante y amarilla, inflamándose cual radiante tumor hasta convertirse en un sol voraz, codicioso, que aspiró a todo, que se engulló todo.

En el fin, solo fue la luz.

Bomba
Bomba del Zar. Creative Commons.


Ricardo Bolaños

Licenciado en Literatura egresado de la Universidad del Valle. Escribe crónicas, reportajes, artículos de opinión, ensayos, cuentos fantásticos y de ciencia ficción, y disfruta particularmente del pastiche y la parodia.