Ángeles

Ángeles ya no lo soportaba más. Salió de su casa un sábado pasadas las nueve de la mañana, después de una golpiza que le propinó su padre borracho. La nariz le sangraba aún y también la boca, aunque en menor medida. Recorrió tres cuadras largas desde su casa hasta la estación de policía, habló con tres agentes y esperó por más de dos horas que alguno de ellos la tomará en serio al igual que a su denuncia, pero no sucedió.

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