La rebeldía imbécil en Los idiotas (1998)
de Lars Von Trier
Un grupo de personas busca su «idiota interior»: ya con este planteamiento la película se nos antoja algo extraña y audaz. El resto del filme habla por sí mismo: sin música extradiegética, sin sets preparados, sin filtros; solo un manifiesto Dogma 95 en los créditos.
Juan José Mondragón
Advertencia: este texto contiene destripes
Ficha técnica:
Guión y dirección: Lars Von Trier
Fotografía: Lars Von Trier
Montaje: Molly Malene Stensgaard
Producción: Svend Abrahamsen, Dag Alveberg, Peter Aalbæk Jensen, Erik Schut, Marianne Slot, Peter van Vogelpoel, Vibeke Windeløv.
Elenco: Bodil Jørgensen, Jens Albinus, Anne Louise Hassing, Troels Lyby, Nikolaj Lie Kaas, Louise Mieritz, Henrik Prip, Luis Mesonero, Knud Romer Jørgensen, Trine Michelsen.
Un grupo de personas busca su «idiota interior»: ya con este planteamiento la película se nos antoja algo extraña y audaz. El resto del filme habla por sí mismo: sin música extradiegética, sin sets preparados, sin filtros; solo un manifiesto Dogma 95 en los créditos y un director danés que venía de llevarse todos los aplausos en el Festival de Cannes de 1996, dos años antes de esta película inusual y perturbadora. En una primera ola de la crítica todo apuntaba a que las cosas salieron mal, pero el tiempo ha demostrado que todo salió bien: hoy en día este filme es una de las joyas en la temprana filmografía del ya celebrado Lars Von Trier.
Susanne (Anne Louise Hassing), Stoffer (Jens Albinus), Henrik (Troels Lyby), Jeppe (Nikolaj Lie Kaas) y Josephine (Louise Meeritz), más otros, son un grupo de adultos jóvenes que fingen tener discapacidad mental. Stoffer utiliza la casa de su tío para alojar a todos sus compañeros, quienes viven desparramados en colchonetas y tienen sesiones individuales de «idiotez». Juntos planean salidas a sitios públicos, donde fingen ante los demás una deficiencia cognitiva notable y llevan esta actuación hasta el límite. En una salida, Karen, una señora ya más adulta y solitaria, observa cómo Stoffer perturba a todos los comensales de un restaurante, mientras Susanne finge ser una cuidadora que no puede contener los arranques de ira de su familiar trastornado. Impresionada, Karen se va en un taxi con ambos, y ya en la casa del grupo decide integrarse a la secta de los idiotas. Allí descubre que el grupo indaga por su imbecilidad interior no como un mero pasatiempo, sino como un firme propósito ideológico: reaccionar frente al establecimiento, frente al orden social que subestima la inteligencia del grupo. ¿La solución? Ser todos retrasados mentales ante la gente.
De ahí en adelante, Karen explorará su «idiotez» con los demás. Con el tiempo, Stoffer presionará al resto de sus compañeros para que lleven esta práctica al trabajo y a otros lugares. Algunos no aguantan, otros son rescatados por la familia de la secta y otros logran mostrarse en todas las esferas de su vida como nuevos discapacitados mentales. Todo eclosiona en una orgía de retardados por vocación en la fiesta de cumpleaños de Stoffer, filmada en una secuencia de sexo no simulado (de las pocas que hay en la historia del cine) bastante inquietante.
Por otra parte, el director prescindió de cualquier artificio al ser una película que entierra su realización en los lineamientos del Dogma 95. Todo parece filmado de manera improvisada, simulando una estética de documental de bajo presupuesto, con una cámara a hombro todo el tiempo y sin arreglos de luz. En el montaje solo se preocuparon por unir las secuencias sin tratar de corregirles mucho el color ni quitarles el ruido: la película parece casi un ejercicio de un director o muy amateur o muy experimental. Lo cierto es que el filme es un testimonio del potencial imaginativo de Lars, además de una gran metáfora sobre las sectas y los grupos. ¿Cuántas organizaciones que posan por serias e iconoclastas no serán en realidad una caterva de idiotas útiles?