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Declaración de Jena:
las razas humanas no existen

Las razas humanas no existen, pero el racismo sí. ¿Cómo es esto posible? La idea de las razas se consolida como un sistema de jerarquización humana que se ha pretendido defender mediante ideas científicas; sin embargo, la misma ciencia ha permitido desmentir esta fuente de prejuicios y de poderosa exclusión social.

Las razas humanas no existen, pero el racismo sí. ¿Cómo es esto posible? La idea de las razas se consolida como un sistema de jerarquización humana que se ha pretendido defender mediante ideas científicas; sin embargo, la misma ciencia ha permitido desmentir esta fuente de prejuicios y de poderosa exclusión social. Como pieza importante en esta discusión sobre las razas tenemos la Declaración de Jena.

En la 112.ª Reunión Anual de la Sociedad Zoológica Alemana en Jena, el Instituto de Zoología e Investigación Evolutiva de la Universidad Friedrich Schiller de Jena organizó una velada pública sobre el siguiente tema: «Jena, Haeckel y la cuestión de las razas humanas: cómo el racismo crea razas». De dicho encuentro surgió la Declaración de Jena, que constituye un documento de especial interés para abordar la cuestión de las razas humanas.

Lo que sigue es la traducción de la Declaración de Jena del alemán al español hecha por María Linares. La versión alemana y una versión inglesa pueden consultarse directamente en la página de la Universidad Friedrich Schiller de Jena.

Declaración de Jena: el concepto de raza es el resultado del racismo y no su premisa

Desde el principio, la idea de la existencia de las razas humanas estuvo vinculada a una valoración de estas supuestas razas; de hecho, la idea de los valores de los diferentes grupos de personas precedió al estudio presuntamente científico. La justificación primordialmente biológica de los grupos de personas como razas (por ejemplo, por el color de la piel, los ojos o la forma del cráneo) ha llevado a la persecución, la esclavitud y el asesinato de millones y millones de personas. Incluso hoy en día, el término raza se utiliza a menudo en relación con grupos humanos. Sin embargo, no existe una justificación biológica para ello y, en realidad, nunca ha existido. El concepto de raza es el resultado del racismo y no su premisa.

El 9 de agosto de 2019 tuvo lugar el centenario de la muerte del profesor Ernst Haeckel de Jena, el «Darwin alemán», probablemente el zoólogo y biólogo evolutivo más famoso de Alemania. Ernst Haeckel, fundador de la investigación de la historia tribal, hizo una contribución fatal a un racismo supuestamente fundado científicamente a través de su presunta organización científica de las «razas« humanas en un «árbol genealógico». La posición de los grupos individuales se basó en características arbitrariamente seleccionadas como el color de la piel o la estructura del pelo y su conversión en una visión filogenética. Esto llevó a una lectura social supuestamente biológica de grupos humanos superiores e inferiores.

Karl Astel, uno de los principales investigadores raciales nacionalsocialistas, desde 1933 presidente de la Oficina Estatal de Ciencias Raciales de Turingia en Weimar, profesor universitario y desde 1939 rector (de guerra) de la Universidad Friedrich Schiller de Jena, estaba convencido «de que desde la partida de Ernst Haeckel, la zoología y la biología ya no estaban representadas en la Universidad de Jena en la dirección y la intensidad que fundó Haeckel y que era de gran importancia para el nacionalsocialismo». Durante la era nacionalsocialista, la Universidad de Jena debía consolidarse como «una universidad de las SS con una orientación racial uniforme». El «trabajo de desarrollo racial» y la política de nombramientos, en los que Astel insistía repetidamente, han dado lugar a una constelación política académica y científica que probablemente sea única, con cuatro cátedras sucesivas sobre estudios raciales. El Phyletisches Museum [Museo del Linaje], fundado por Ernst Haeckel en 1907, se convirtió en el «Museo del Estado y del Pueblo de Turingia para las Ciencias de la Vida, la Raza y la Historia de las Tribus», por lo que también la Universidad Friedrich Schiller tiene una responsabilidad especial en el debate sobre las razas humanas.

A pesar o precisamente debido a la estrecha relación entre el racismo y las razas supuestamente existentes, es tarea de la ciencia y, por lo tanto, también de una sociedad científica como la Sociedad Zoológica Alemana, cuestionar una posible realidad de las razas humanas. La pregunta es, si las razas en general y las razas humanas en particular son una realidad biológica, o si son meras construcciones de la mente humana. Para el influyente clasificador biológico Ernst Mayr, la existencia de razas humanas era un «hecho biológico» (Mayr, 2002), al menos antes de que los europeos conquistaran el mundo. Su justificación corresponde a la opinión, aún bastante común, sobre la existencia de las razas. Según ésta, las razas humanas equivalen en tan numerosos criterios a las «razas geográficas» de otras especies, de tal manera que no le pareció posible otra alternativa. Sin embargo, Mayr se pronunció claramente en contra de cualquier tipo de racismo.

En el caso de las razas (o subespecies) geográficas, Mayr hace hincapié en la necesaria «diferencia taxonómica», en la biología en general, entre las poblaciones de una especie separadas geográficamente. El concepto de raza se encuentra, por tanto, entre el concepto de población (que, debido a la comunidad reproductiva existente corresponde en realidad a un individuo epistemológico) y el concepto de especie. Esta diferencia taxonómica se determina hoy en día principalmente desde una distancia genética. Sin embargo, determinar qué diferencia taxonómica o diferenciación genética sería suficiente para distinguir razas o subespecies es puramente arbitrario y, por lo tanto, hace que el concepto de razas/subespecies en la biología sea una mera construcción de la mente humana. Esto no significa que no pueda haber diferenciación genética a lo largo de un gradiente geográfico, pero la evaluación taxonómica de esta diferenciación (como raza o subespecie) es arbitraria. Especialmente en los seres humanos, donde las mayores diferencias genéticas se encuentran dentro de una población y no entre poblaciones.

Determinar qué diferencia taxonómica o diferenciación genética sería suficiente para distinguir razas o subespecies es puramente arbitrario y, por lo tanto, hace que el concepto de razas/subespecies en la biología sea una mera construcción de la mente humana.

El hecho de que las razas de animales domésticos sean algo muy diferente, puede apreciarse en la falta de una estructura geográfica. Las razas de mascotas son exclusivamente el resultado de la cría (intervención humana) y no el resultado de un proceso biológico natural. Sólo en el caso de las mascotas la similitud genética (homogeneidad) dentro de una raza es mayor que entre razas diferentes. En inglés no se utiliza para ello el término «raza», sino «breeds», que se acerca mucho más a los hechos; el término «Züchtung» [crianza] también sería más apropiado en alemán.

Los esquemas de pensamiento del racismo biológico, como la analogía con las razas de animales domésticos, han llevado a la suposición de que se puede hablar de igual manera de razas humanas («human races»). Esto estaba a menudo relacionado con el supuesto de que la similitud dentro de una presunta raza humana era considerablemente mayor que entre razas distintas, razón por la cual era posible una diferenciación —una conclusión errónea en el caso de los humanos—.

La clasificación de los seres humanos en razas fue y es, en primer lugar, una construcción de tipo social y político, seguida y apoyada por una de tipo antropológico basada en características elegidas arbitrariamente, como el color del pelo y de la piel. Esta construcción sirvió y sirve precisamente para justificar el racismo abierto y latente sobre la base de supuestas condiciones naturales y, por lo tanto, para crear una justificación moral.

Tan sólo a través de la investigación científica de la diversidad genética de los seres humanos, los conceptos raciales fueron por fin desenmascarados como construcciones tipológicas. En los seres humanos, la mayor parte de las diferencias genéticas no existen entre poblaciones geográficas, sino al interior de tales grupos. La mayor diversidad genética todavía se puede encontrar en los seres humanos del continente africano. Aquí se encuentran las raíces y la mayoría de las ramificaciones en el árbol genealógico humano. En una de estas ramas coinciden los pueblos de África Oriental y todos los no-africanos. Por lo tanto, la gente de fuera de África está más estrechamente relacionada con la gente de África Oriental, como los Hadza, que con la gente de Sudáfrica, como los Khoisan. Desde un punto de vista histórico tribal, todos los pueblos son africanos. De tal forma que es casi paradójico hablar de «los africanos» o de «africanos negros». En este caso se trata de una reliquia de la lengua y el pensamiento coloniales y de nuevo: el racismo hace razas. El color de la piel de un khoisan de Sudáfrica es menos pigmentado que el de las personas que viven en el sudeste asiático o en América del Sur a lo largo del ecuador. El color de la piel refleja principalmente una adaptación biológica al grado de radiación solar y, por lo tanto, varía continuamente con la intensidad de la radiación en la Tierra.

El color de la piel refleja principalmente una adaptación biológica al grado de radiación solar y, por lo tanto, varía continuamente con la intensidad de la radiación en la Tierra.

Las supuestas razas humanas tampoco se refieren a líneas evolutivas separadas (siguiendo otra idea de la realidad de las razas, las llamadas razas cladísticas). El hombre anatómicamente moderno nació hace más de 250.000 años en África, desde donde se extendió en pequeños grupos de humanos por todo el resto del mundo. Los no-africanos se separaron hace unos 60.000 años de los pueblos de África oriental y poblaron la mayor parte del mundo.

Los no-africanos se diferencian de las personas que viven al sur del Sáhara principalmente en las huellas genéticas dejadas por las conexiones con neandertales y denisovenses. Curiosamente, fue precisamente esta contribución genética de nuestros parientes extintos más cercanos, hace no mucho tiempo y llamados incorrectamente primos tontos, la que ha sido usada por «supremacistas blancos» en los Estados Unidos para definir una raza blanca superior. Sin embargo, la proporción de genes de neandertales y denisovares en el este de Asia y en grupos de Oceanía y Australia es mensurablemente mayor que en los europeos, por lo que resulta poco adecuado definir una «raza blanca superior» gracias a los genes neandertales. Las numerosas y recurrentes migraciones también han conducido a conexiones entre poblaciones geográficamente distantes mucho antes de los grandes viajes de descubrimiento y conquista de los europeos.

En lugar de límites definibles entre grupos humanos se observan gradientes genéticos. No hay una sola diferencia fija en el genoma humano entre los 3.200 millones de pares de bases que separan a los africanos de los no-africanos, por ejemplo. Las características externas, como el color de la piel, que se utilizan para la clasificación tipológica o en el racismo cotidiano, son una adaptación biológica muy superficial y fácilmente modificable a las condiciones locales respectivas. Sólo el color de la piel ha cambiado una y otra vez en el curso de las migraciones humanas y se ha oscurecido y aclarado dependiendo de la luz solar o la dieta local. Hasta hace 8.000 años, la población de Europa Central aún estaba muy pigmentada, y no fue hasta que comenzó la agricultura que la gente con colores de piel más claros emigró de Anatolia. Los alimentos de origen vegetal de los primeros agricultores eran preferidos por individuos de piel más clara, para producir suficiente vitamina D en la piel, en el oscuro invierno de Europa. El color claro de la piel de las personas del norte de Europa tiene menos de 5.000 años.

No hay una sola diferencia fija en el genoma humano entre los 3.200 millones de pares de bases que separan a los africanos de los no-africanos.

La vinculación de características como el color de la piel con propiedades o incluso rasgos y comportamientos de personalidad supuestamente fijados genéticamente, tal como se utilizaban en el apogeo del racismo antropológico, ha sido ahora claramente refutada. Seguir utilizando esta argumentación hoy en día como supuestamente científica es erróneo y difamatorio. Tampoco existe una conexión científicamente probada entre la inteligencia y el origen geográfico, sino una conexión clara con el origen social. Aquí también el racismo crea las supuestas razas en forma de exclusión y discriminación.

Sin embargo, el racismo entre los seres humanos sigue existiendo. La investigación racial, la ciencia de las razas y la higiene o eugenesia de las razas en el siglo XX, como disciplinas aparentemente científicas, son sólo algunos excesos del pensamiento y el actuar racistas.

Quizá la mera supresión de la palabra «raza» de nuestro uso lingüístico no evitará la intolerancia y el racismo. Una característica de las formas actuales de racismo es que se evita el término «raza», especialmente en los círculos xenófobos y de extrema derecha. Pero el pensamiento racista se mantiene con términos como selección, pureza o etnopluralismo. El concepto de etnopluralismo, sin embargo, no es más que una reformulación de las ideas del apartheid. La designación «los africanos» como una supuesta amenaza para Europa y la atribución de ciertas características biológicas también forman parte de la tradición del peor racismo de los tiempos pasados. Por lo tanto, asegurémonos de que nunca más se discrimine a las personas por razones aparentemente biológicas y recordemos y recordémosles a los demás que es el racismo el que ha creado las razas y que la zoología/antropología ha participado ignominiosamente en justificaciones supuestamente biológicas. Hoy y en el futuro, no usar el término raza debe ser parte de la decencia científica.

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Magalico

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