La literatura
me ha salvado de mí
Alexandra Becerra
Alexandra Becerra fue una de las participantes en el Gran Ciclo del Club de Historia y Literatura: Narrativa de Gabriel García Márquez y Marvel Moreno. Este gran ciclo ganó la Beca de Formación en Literatura y/o Creación Literaria del Ministerio de las Culturas, las Artes y los Saberes de Colombia, con el respaldo de la Biblioteca Nacional de Colombia. Alexandra finaliza el ciclo con esta carta para los lectores.

Estimados lectores:
Se me pide, en esta carta, responder quién soy. Claro está que hablan de la profesión que tengo, de esas cosas banales a las que uno se dedica en la vida por necesidad. No importa si ese trabajo es el de nuestros sueños o si es el que nos tocó; pero, en este caso, no quiero aburrirlos con eso. Prefiero contarles sobre las muchas mujeres que he sido.
He sido mujer, mamá, amiga, estudiante, trabajadora, lectora voraz, amante, compañera, infiel… En todo caso, una ficción que necesita seguir siendo sostenida por los siglos de los siglos.
También se me pide responder dónde vivo, y esta ha sido una respuesta inconclusa que me he dado a medias (como todo en la vida). Vivo en Cali, Colombia, hace más de diez años, pero no me siento de acá. Nací en Tuluá, Valle, un sábado a las 11:55 p. m., una noche lluviosa (según mi mamá, que casi se muere mientras me traía al mundo).
Los primeros años de mi infancia los viví corriendo entre Cali y Tuluá, en un vaivén entre el catolicismo extremo y el hinduismo. Todavía sigo intentando yuxtaponerme en esta vida a esas contradicciones a las que me enfrentaron desde pequeña; pero ni siquiera la literatura ha podido salvarme de las culpas que sigo cargando gracias a la religión.
Me inscribí en este ciclo porque necesitaba volver a mirar mi oficio y mi vida desde la raíz: habitarme, observar las emociones ajenas y reconocer las propias; intentar comprenderme y descubrir, a lo largo de los años, que no hay nada que nos confronte más con la vida y con el otro que la literatura. Ella no nos deja pasar por alto la contradicción a la que nos enfrentamos constantemente: esa tensión entre ser o no ser, para poder caber en las normas sociales, para justificar una existencia que solo se crea con palabras y se destruye con las mismas.
No hay nada que nos confronte más con la vida y con el otro que la literatura.
Personalmente, leer y escribir me ha permitido encontrarme con todos mis mundos inexistentes; hablar de mí como si no fuese yo quien se cuenta su historia, y ser un personaje más en esto que llaman vida.
No sabría decirles cuántas veces la literatura me ha salvado de mí, cuántas veces me ha hecho entender el tedio que me genera estar viva; comprender el aburrimiento, destruir una parte de mi vida que existe en el fondo de la cultura, de la crianza, del sinsentido que me agobia constantemente y me orilla a reconocer los cuerpos, a sentir esas historias como un grito más de aquello que nadie quiere decirnos, pero que todos esperamos oír: somos afortunados de hacer parte de algo.
Ahora bien, entrando en el tema que nos compete, voy a hablar de García Márquez y Marvel Moreno. Quisiera poder hablar solo de uno, pero, dada mi historia yuxtapuesta en extremos, siempre he preferido tener pequeños espejos que me permitan mirarme de diferentes formas.
Ambos autores me han obligado a mirarme, a comprender que la literatura es una casa a la que constantemente regresamos: a la infancia, a la memoria. Es el lugar donde abrimos las heridas de esa vida que nos contamos de muchas maneras y, sobre todo, donde recordamos que, aun en el peor de nuestros momentos, existe la esperanza de seguir despertando y soñando con ser aquello que tal vez jamás alcancemos.

En las obras escogidas encontramos un paralelismo entre dos caribeños que anhelan el regreso. Ambos nos muestran un exilio constante en sus personajes; y, si bien en García Márquez lo descubrimos geográficamente, en Marvel Moreno lo vivimos desde lo emocional.
Conocemos las dos caras de una Barranquilla representada en sus personajes que aman, sufren y resisten en medio de su propia contradicción. Algo así como mi vida cotidiana: un vaivén entre los reclamos de quienes creen que ser mamá es más importante que ser mujer, y de quienes olvidan que ambas pueden habitar en el mismo cuerpo. Una nostalgia se siente en el equipaje que llevan los personajes de Gabo, y en Marvel la encontramos en aquellas cárceles invisibles que desafían los silencios heredados y se enfrentan a la opresión cotidiana con la única arma que parecen poseer: su conciencia.
En ambos logramos reconocer la soledad, pero desde distintos lugares. Él la transforma casi en un mito que nos explica cómo la misma se solventa con la compañía de los otros que nos permiten ser. Ella, por el contrario, nos la desnuda en revelaciones inesperadas.
En ambos autores se complementan sus universos; no se oponen, sino que dialogan como un reflejo imprevisto de lo que es mirar el mundo con ojos de hombre y de mujer. Gabo crea mundos donde lo imposible y absurdo se vuelve natural; Marvel destruye el mundo que la costumbre ha creado para transformarlo en aquello que parece obvio, pero que nadie se atreve a nombrar, porque significaría darle espacio a su existencia. Es justo eso lo que logra la autora: hacer existir aquello que la costumbre convierte en cotidiano y que parece no tener sentido. Él convierte la memoria colectiva en algo «mágico» que rescata lo humano y nos une a los dioses de nuestros ancestros; ella nos enfrenta a un espejo de lo social donde lo íntimo denuncia lo político.
En ambos autores se complementan sus universos; no se oponen, sino que dialogan como un reflejo imprevisto de lo que es mirar el mundo con ojos de hombre y de mujer.
Ambos nos invitan a mirar el alma con ternura y con juicio, recordándonos que el exilio (sea del cuerpo o del corazón) es también un modo de resistencia. Leerlos es reconocerse: en sus páginas, nuestra vida se vuelve un mapa de nuestras contradicciones, y la literatura, la casa donde siempre es posible volver para reencontrarnos con los demonios que nos habitan y que, de algún modo, merecen también ser amados.
Con todo esto, he logrado reconocer que todas esas mujeres que he sido no son más que una ficción que encaja en la etiqueta de alguien que decidió hacerme existir. Tal vez la Alexandra que hoy escribe esto jamás vuelva a existir más allá de la memoria. Tal vez la Alexandra que hoy escribe sea solo un personaje más en una narración que añora ser acabada, y que se contradice y dialoga en muchos mundos que ya existen o que aún están por existir.
Gracias por leer hasta aquí.
Con cariño, Alexandra Becerra.

 
																 
																