Las reminiscencias de nuestro viaje se deshacen en el tiempo
y me invitan a partir
Cada pequeño o gran viaje ha sido marcado por las fotografías y con la libertad de ser y no ser, puesto que en un nuevo lugar se puede ser cualquiera, hay mucha libertad en esa suerte de anonimato. Las fotografías, por otro lado, son la anécdota que recupera la experiencia en la memoria.
María Fernanda Urbano
«¿Es menester partir? ¿Quedarse? Si te puedes quedar, quédate;
Parte, si es menester. Uno corre, el otro se oculta
Para engañar ese enemigo vigilante y funesto,
¡El Tiempo! El pertenece, a los corredores sin respiro».
«El viaje», de Charles Baudelaire.
Querido padre, te preguntarás qué ha pasado en estos años y por qué he decidido escribirte. Bueno, pronto emprenderé otro viaje. Al mismo sitio al que fuimos esa última vez. Al recordar ya no parecen solo buenas memorias, el cálido y resplandeciente mar, la arena entre los dedos, sino la muestra de la ausencia.
Estaba muy pequeña y mucho de lo que recuerdo está plasmado en fotografías de las que a veces dudo haber sido partícipe, como dice Susan Sontag: la foto nos permite certificar la experiencia y negarla al buscar en nuestros recuerdos. Así pues, esa experiencia contigo se volvió una imagen, un recuerdo. No puedo decir que recuerde tu risa o la calidez de tus manos, solo recuerdo de manera vaga la forma en la que me hablabas. Nunca había pensado mucho sobre aquella época; solo me gustaba revisar los álbumes para aclarar mis escasos recuerdos.
Barthes dijo que la fotografía era a la historia lo que los biografemas a la biografía, una suerte de hitos, y para mí las fotografías me muestran lo que fui, quise ser y lo que vos fuiste a través de mis ojos. La fotografía se vuelve una partícula inconexa que muestra solo un momento, y en mi débil memoria queda el resto.
Ese viaje no había significado más que una buena época para mí, pero eso cambió con la perspectiva de volver a ese lugar. Me da miedo que dentro de unos años ya no vuelva a tus fotografías sino a las que tomaré. Reescribir mi experiencia a través de fotografías donde ya no estarás. La fotografía mantiene tu imagen, una máscara, una sombra, fachada de lo que fuiste; es la melancolía del instante capturado, algo que ha sido visto y ha muerto. Esta reflexión viene de un viaje diferente, el viaje que continúo sin vos y que ahora me llevará donde alguna vez estuviste. Así, el viaje se transforma para mí. No es solo volver a un sitio o descubrir nuevos aspectos del viaje, se trata de retornar a una imagen, a un recuerdo.
Nunca antes te había escrito, tampoco te había hablado de aquel viaje a Cartagena. De ese viaje no me quedan fotografías, solo la sensación de búsqueda; fue un escape para pensar sobre el futuro. ¿Qué iba a hacer con mi vida? Intenté comprenderme. Cartagena hizo un gran contraste porque la primera vez que vi el mar no estaba sola y el futuro no parecía amenazador. Paul Fussell comparaba el viaje con la juventud, pues la primera alegría jamás será recobrada.
Puede que para las otras personas San Andrés sea solo una bella isla, un idilio paradisíaco. Quién diría que al igual que las fotografías, los sitios y los recuerdos tienen punctum. El lugar no es solo lo que es, sino lo que viví con vos. No recuerdo mucho de lo que pasó después, por lo que a mí respecta, te quedaste en esa isla. No estoy segura de querer reescribir mis memorias, de tomar fotografías donde vos no vas a estar.
Tengo miedo de viajar porque puede que me encuentre con tu fantasma y logre seguir adelante. Siento como si de alguna manera regresara a casa; como si estos veinte años de vida en Jamundí hubiesen sido el exilio, uno que he aprendido a querer. Said decía que el exilio y la memoria van de la mano, pues «es lo que uno recuerda del pasado y cómo lo recuerda lo que determina cómo uno ve el futuro». Mi viaje contigo; el de las fotos, el de la niñez; y este nuevo viaje a la adultez conforman mi manera de ver el mundo, mi pasado y el futuro. Parece que empieza un nuevo exilio y crea un nuevo recuerdo de vos.
Este exilio entre un lugar natal imaginario, a tu lado, y mi verdadero hogar es una cicatriz que no cierra. Y así siento que me sucede con vos y parece que en mi ser vos existís en esa isla. Pero contrario a esa esencial tristeza, quiero superarlo.
Aun así, no todos los viajes me han significado este camino en la memoria. Y como algo sacado de la modernidad y la generación en la que nací, quiero conocer el mundo. Cada pequeño o gran viaje ha sido marcado por las fotografías y con la libertad de ser y no ser, puesto que en un nuevo lugar se puede ser cualquiera, hay mucha libertad en esa suerte de anonimato. Las fotografías, por otro lado, son la anécdota que recupera la experiencia en la memoria. Son más que un instrumento de la memoria, son una especie de conformación de la misma, ¿acaso no recordamos con imágenes?
A diferencia de lo que cree Sontag sobre las fotografías en el viaje como una actividad tranquilizadora para la desorientación y como forma de protegerse de lo nuevo, las fotografías que conservo de nuestro viaje parecen la materialización de una despedida, hacia la isla, hacia lo que fuimos. Nunca volveré a ser aquella niña sonriente y feliz con su padre, al igual que vos nunca volverás a estar vivo. Las fotografías son el momento donde todo eso pasó y que ya no será. El mismo hecho de viajar radica en esa ausencia de posesión.
Mis ansias por viajar son de alguna manera producto de vos y, al tiempo, mi miedo a quedarme en uno de esos sitios y convertirme en un recuerdo para los demás también lo es. Lo que fuiste, lo que significó ese viaje, lo que he vivido, todo contribuye a ser lo que soy mientras escribo estas palabras. En eso concuerdo con una de las interpretaciones sobre Proust que dice: «El tiempo es destructor y positivo que se ensambla por la acción de la memoria intuitiva. Proust en su literatura enriquece su vida con los momentos pasados y presentes: el único interés es presentar al mundo exterior la alquimia del yo». Así, me busco entre el pasado y el presente, en el tiempo, para construir lo que soy.
Ese viaje, y el viaje que ha sido mi vida: caminando en aquella playa, en este pueblo, en la ciudad, son las huellas con las que he marcado mi camino, camino que voy trazando, donde conozco nuevos lugares y, aún más importante, conozco más sobre mí. Como las famosas palabras de Machado sobre el caminante y la construcción de su camino. Y por mucho que me duela admitirlo, nunca volveré a pisar esa senda, la playa que veré no será la misma donde caminé contigo, el mar que rodeará no será la que estuvo en aquel entonces. Y por tanto, seguiré dejando huellas, construyendo un camino, aunque eso signifique dejar cosas atrás, dejar el hogar, olvidar y crear. Es lo que debo hacer para vivir y seguir adelante, ya lo dijo Barthes: la ausencia no es más que el olvido y la condición de la supervivencia, si no olvidamos, moriremos.
En fin, no debe saberte bien el pensar que tu hija pequeña decida olvidar, reescribir sus memorias. Pero no puedo limitarme por tus recuerdos, no puedo vivir en aquel lugar donde creo que reside tu memoria. Visitaré y cambiaré, dejaré la casa donde viviste con nosotras y para ansiedad de mi mamá (tal vez de vos también) recorreré nuevos lugares. Me iré lejos en búsqueda de mí misma, una identidad que cambiará con cada paso y algún día volveré, una María Fernanda distinta, que el viaje, la experiencia y los recuerdos habrán cambiado. Y tal vez tenga nuevas fotos para ver en los días nostálgicos fotos donde no estarás.