Sombras en cinco minutos
Este sugerente cuento es el resultado del Estímulo para el Fortalecimiento de Proyectos Artísticos y Culturales Desarrollados por Jóvenes, una iniciativa apoyada por la Secretaría de Cultura de Cali, convocatoria Estímulos Cali 2024.
Juan José Mondragón
«Sabes, ahora que me preguntas que si este camino de vivir de las redes sociales ha sido fácil — decía el entrevistado, como quien se quita una chaqueta pesada—, se me viene a la mente la otra pregunta que no me dices, pero me estás haciendo: lo del video y todo lo que pasó después. Te voy a contar, con un compromiso: apagas la grabadora y no escribes sobre esto ni lo publicas en ningún lado. Ya he cargado por mucho tiempo esta historia yo solo: si hay otra persona que la padece me consolaría saber que no soy su único prisionero. Voy a pedir otra cerveza; voy a hablar mucho». El youtuber fue por su bebida. Mientras tanto yo obedecí: apagué la grabadora y cerré la libreta con notas. Lo siguiente es la transcripción de lo que alcanzo a recordar:
«La historia comienza conmigo, ya sabes, mi canal de YouTube tenía dos años en el 2021. Lo creé antes de la pandemia del covid y con la primera cuarentena, para matar el tiempo, me puse a subir videos. Empecé con los reportajes sobre los secretos oscuros del internet: deep web y este tipo de cosas amarillistas que le llaman la atención a cierto grupito de gente. Uno cree que son poquitos, pero en realidad son bastantes. Al menos esa fue la sensación que tuve hacia la mitad de 2021: cincuenta mil seguidores y ya la plataforma me pagaba por algunos videos si superaban las quinientas mil visitas. No era suficiente dinero para sobrevivir y yo quería dejar mi trabajo de editor freelance a destajo y que hacía de manera autoexplotadora luego de graduarme de un técnico de producción audiovisual. Lo de YouTube también era explotarme, claro, pero al menos me gustaba más que unir clips de una boda mal grabada o del vals de una quinceañera.
»De la deep web, fue natural, pase a lo del lost media. No hay un término para eso en español, al menos toda la gente que busca ese tipo de videos lo hace con esa palabra clave. El término es un poco difuso, si lo pienso, porque un video sobre un lost media es como un video que habla sobre una civilización perdida. Solo hay rastros, las ruinas de un monumento, algún camino con destino a ninguna parte. Lost media básicamente es cualquier producto de audio o video del que existe una huella, pero no su registro completo. Contrario a la creencia de que en internet todo sobrevive, mucho se ha perdido en materia de cine, video, transmisiones de noticias, canciones, juegos, televisión, etc. Claro, mucho de este lost media no tiene interés para nadie: algún máster de una canción que nadie escucharía, algunas tomas de una película que los productores abandonaron, algún juego que no entretuvo a nadie. Con el tiempo, la gente empezó a asociar el término con cierto tipo de registros con material sensible y por eso se borraron o perdieron o permanecen ocultos por intereses particulares. Un caso muy famoso es el de la película El arca de Noé, que salió en los años veinte. En la escena donde ocurre el diluvio, se sabe que tres actores murieron debido a la inundación real usada en el set y, de hecho, cuando la película se estrenó, se podía ver en el corte final los rostros y los cuerpos siendo arrastrados por el agua hacia la muerte. A Michael Curtis, quien era el director, curiosamente lo criticaron más por la duración y la trama de la película. Todo el mundo sabe que él era un perfeccionista y cuando le preguntaron por la vida de los actores dijo simplemente: a eso se atienen si trabajar en Hollywood es su meta. Hoy en día no sobrevive el corte original, después salieron versiones más censuradas, y por eso hablamos del lost media del arca de Noé.
»En fin, ese era el contenido que le gustaba a la gente. Es verdad, muchas cosas en mi canal estaban alimentadas por el morbo, sin embargo, si a la gente le gusta el morbo es poco lo que yo podía hacer. Para la época en la que esta historia de verdad comienza, yo llevaba semanas investigando sobre el caso de una presentadora de noticias gringa que muere de un infarto fulminante en el estudio. El asunto estuvo muy sonado un tiempo, ocurrió en un noticiero nacional y en la época en que la transmisión de la medianoche sucedía en vivo. Venía muy cansado de pensar el mismo tema por varios días y de no encontrar nada nuevo; entonces me fui con unos amigos a una terraza clandestina donde dejaban fumar marihuana. Qué curioso —decía el streamer mirando su vaso—, las que puede suceder cuando uno está trabado. Volviendo a ese día, recuerdo que mis amigos entraron; uno de ellos traía una mujer de la mano. Era alta y con cuencas hundidas, dijo que era influencer o una vaina así. Me mostró sus videos y por poco digo que ella, sentada en el bar casi sin arreglarse, era otra persona distinta a esa que salía de su celular y hablaba con una voz chillona y tenía quilos de maquillaje encima. En un momento de la noche ella repetía mucho el nombre “Carolina”. Voy a hablar con Carolina esto; voy a hacer con Carolina lo otro. Quién putas es Carolina, pensé muchas veces, pero no lo dije. Llevaba mucho tiempo sin usar mucho Instagram y solo me la pasaba en foros, donde no entraba ni Dios, buscando material sobre la presentadora rubia infartada. Ella preguntó por mi trabajo, le dije que era youtuber y ella contuvo la risa diciendo “Pero no eres tan conocido”. Yo aclaré la situación: mi cara nunca aparece en mis videos, uso un seudónimo y el tema es muy de nicho. Ella rio con la palabra “nicho”, y preguntó: “¿Cuál es tu tema?”. El lost media, contesté, y respondió “¿Qué es eso?”. En ese momento, mis amigos se levantaron a pedir comida y otros a comprar hierba. Era natural: se venía una explicación que era más bien una disculpa: sí, es morboso, no, no es mi fetiche, sí, puede dar mucha plata y no, mi familia no sabe que hago eso. “¿Te gusta revelar misterios, como un detective?” Preguntó ella. Yo respondí: me gusta que la gente sepa la verdad de algunas cosas, y dije verdad deteniéndome en cada sílaba y mirándola a sus ojos.
»“¿Lost media es como lo de Carolina?”, preguntó luego de mirar al techo. ¿Qué pasa con esa tal Carolina?, pregunté. “La influencer esa de maquillaje, está cogiendo mucha fama, pero desde que se filtró su video”, respondió. ¿Cuál video?, dije, agarrando fuerte un borde de la mesa. “El video donde tiene sexo con un tipo”, contestó por fin, devolviéndome la mirada. Ahí supe que la marihuana había hablado por ella. “Es un secreto a voces —siguió diciendo—, que Carolina y la agente planearon todo. Bueno, en realidad fue la agente. A ella la obligaron. Más bien: no la obligaron, ella estaba obligada”. ¿Tienes el video?: “No, por eso te digo que es un lost media, el video ya no se encuentra en internet ni en ninguna parte, solo hay como unos cuantos rondando por ahí”. ¿Por qué dices que es un secreto a voces?, insistí con una sonrisa. “Porque a mí también me ofrecieron esa estrategia”. ¿Cuál estrategia?, volví a preguntar, y ella volvió a decir: “La del video”. Y creo que ahí lo supe.
»A veces me pregunto por qué ella me hizo esa confesión, en esa noche. Creo que es un poco lo que hago contigo ahora. Hay cosas que hay que decirlas a gente desconocida porque son como paredes anónimas donde uno deja un rayón. Ella me contó, bajando un poco la voz, que la agencia que estaba a cargo de Carolina la había contactado a ella también, que le habían ofrecido una forma de hacerse más viral y que eso incluía la aparente filtración de un video íntimo. El video iba a ser todo fingido, el actor anónimo y ni siquiera del todo desnudo, y solo se grabarían pequeños clips que se iban a filtrar de manera controlada. Pasado el alboroto, los clips se borrarían de la web y de quedar algún rastro no sería nada grave. Al final del contrato aparecían las posibles marcas que estarían dispuestas a colaborar si la estrategia se cumplía, el eslogan de las siguientes campañas, una guía sobre Qué hacer en una crisis de éxito y etc. Carolina sí aceptó. “El camarógrafo que siempre utilizan es ese que graba los videos de las chicas de un estudio webcam del norte”, terminó de decir ella mientras le daba una última fumada a su bareto. ¿Es ese estudio detrás de la torre de Cali?, pregunté. Ella no asintió y solo me miró por unos segundos; allí ambos nos dimos cuenta de que el estudio era el que yo pensaba. Me levanté a pagar y cuando pensaba volver vi a mis amigos regresando a la mesa. Me fui sin decir nada.
»Yo sabía cuál era el estudio porque también trabajé para ellos, y lo peor, gratis. De hecho, yo sospechaba que el camarógrafo era un amigo que tuve durante el tiempo del curso en producción audiovisual. Un día nos llegó una oferta de una empresa anónima: Estudio de entretenimiento para adultos necesita un realizador audiovisual. Fuimos, ambos, a presentar la prueba, y no me contrataron porque en mi video el actor tuvo el miembro casi siempre medio flácido y no supe cómo disimularlo con la cámara. El video de mi examigo fue un éxito en Pornhub, y empezó a trabajar con el estudio. En fin, pasé días pensando en el asunto luego del encuentro con esta influencer, hasta que le escribí un mensaje a este examigo preguntando cómo estaba y qué había pasado con su vida. Le dije que si podía ir a su casa con una canasta de cervezas bajo el brazo para “desatrasarnos”. Me sorprendió cuando dijo que sí; al sábado siguiente, yo estaba allá.
»Hablamos de muchas cosas. Él me confesó que a veces veía mi canal y que le gustaba mi contenido, pero lo dijo por condescendencia, lo sé. Después habló bastante, pero me cuidé de tomar menos cervezas. En un momento hubo un silencio. Pregunté: ¿Y has grabado a gente importante? “Sí”, me respondió, y cambió rápido de tema. De ahí en adelante no tomé más y poco a poco vi cómo él se dejaba ir, paleando su estrés. Me confesó: el trabajo ya no le gustaba y ahora permanecía trabajando en un cortometraje con “una gente importante”. Muéstrame lo que tengas, le dije, así veo cómo te puedo ayudar. Fuimos a su estudio y cuando puso la clave del usuario, toda con números, me cuidé de observar cada dedo y cada tecla. Me mostró una parte del corto; yo ofrecí consejos comunes y en algún momento de la noche él se fue quedando dormido. Me quejé de las tarifas del Uber, insinuando que estaban altísimas, y entonces él me ofreció el sofá para dormir: “Ya es muy tarde para que te vayas caminando solo”.
»Dormí en la sala. Él se fue a su cuarto. No fue fácil esperar entre la oscuridad. Primero recuerdo una especie de silencio tan hondo que sentía mi corazón golpeando las costillas boca abajo. Traté de esperar una hora, pero no pude. A los treinta minutos estaba en el estudio: puse la clave, primero incorrecta, y tras dos intentos pude dar con la combinación. Las carpetas estaban libres y tenían muchos nombres: Ana, Ángela, Angie, Daniela, y entre Diana y Estefany estaba Carolina. Abrí los archivos solo para ver si estaba mi objetivo. Lo recuerdo: en mi estómago se hizo un abismo; era ella, sí, Carolina, antes de que su vida cambiara y antes de que ella me cambiara la mía.
»Hice una copia rápida en una USB que había llevado. En la mañana desayunamos juntos y antes de irme le deseé suerte a mi examigo con el cortometraje, y la iba a necesitar, si algún día lo publicaban iba a ser un fracaso. Cuando llegué a mi casa vi todo el material. Era horrible. Estaba Carolina, sí, y estaba la agente. Esta era una mujer alta, con cierto aire de reina de una monarquía decapitada. El video parecía comenzar hacia la tarde en un apartamento con terraza. La agente daba órdenes todo el tiempo por fuera de cámara y en varios momentos citaba partes de un “acuerdo”, como una especie de contrato. Decía todo el tiempo: “Ponte aquí, hazte acá, que la boca de esta forma, que no lo mires a él”. Con cada archivo que se cerraba (el “corte” era abrupto, a veces como un golpe en seco) seguía otro video en un ángulo diferente. En un momento ya no había tarde, solo noche y luces artificiales: estas daban al rostro de Carolina y le dibujaban unos ojos vidriosos, como de animal anestesiado dentro de una jaula.
»Duré todo ese fin de semana montando el video, poniéndole transiciones y haciendo todo un poco más espectacular e impactante. Empecé a anunciar en redes sociales que se venía una gran revelación sobre una popular influencer y “la pervertida estrategia de publicidad de sus representantes”. Paralelo al video que subí a YouYube, creé una diminuta versión con algunos clips que estaban en la USB, todo, por supuesto, censurado, en caso de que me acusaran de inventar cosas. Y bueno, no te voy a contar lo que pasó cuando el video por fin se subió a internet, tú sabes esa parte de la historia. No hubo medio local o nacional que no replicara la noticia e incluso ese en el que tú trabajas también publicó algo. En Twitter la gente estaba delirante: miren lo que es capaz de hacer alguien por fama, que la agencia son unos proxenetas, que seguro a más de una chica han intentado cazar con lo mismo. Alguna gente dijo que yo era un héroe. Así como escuchas: un héroe. En YouTube hubo un par de comentarios: eres un valiente por revelar esto y salvar la vida de más mujeres. Otra influencer con una marca de ropa publicó una historia medio insinuando que a ella también le habían ofrecido el mismo contrato, y dijo: “Yo no soy la única que se ha negado”. Esa noche, mientras todo seguía hirviendo, escribí las ideas sobre mis próximos videos, a dónde quería llegar y qué iba a decir. En ocho horas había ganado más de quinientos mil seguidores.
»El día siguiente Carolina subió un video confesando todo. Dijo nombres, dijo cómo primero se ofrecieron a representarla y cómo le dieron algunos eventos y contactos importantes con marcas. Luego le dijeron: si quieres más tienes que acceder a la “estrategia” y firmar un contrato. Ella aceptó y ese día se emborrachó para no pensar en lo que estaba haciendo. Recuerdo mucho cómo lloraba cuando contaba todo, ¿y sabes por qué lo recuerdo tanto? Porque ese día regresaba a mi casa en un Uber mientras escuchaba el video con audífonos. Casi no me di cuenta cuando el conductor dijo “Ya llegamos”, y me bajé sintiendo algo parecido a una tranquilidad engañosa. Lo que no recuerdo es si recibí la llamada cuando metí la llave a la cerradura de mi apartamento, o cuando dejé los audífonos sobre la mesa y fui a buscar agua. Era un número desconocido.
»“Hijueputa” me dijeron del otro lado del teléfono. Con quién hablo, contesté. Y la voz me siguió diciendo: “Yo sabía que eras un falso de mierda. Hoy cuando llegué a mi casa estaba el computador destrozado en el suelo, y tras de eso se llevaron todos mis equipos. Claro, ellos saben que alguien lo filtró desde mis archivos… Y lo peor es que te dejé entrar a mi casa pensando que eras un amigo, pero no, vos sos un hijueputa”, me gritaba la voz, “un hijueputa degenerado”. ¿Un degenerado? ¿Yo?, ¿y para qué guardabas esos archivos entonces? ¿Para hacerte la paja? El pervertido aquí sos vos y toda esa gente que te contrata, le contesté. “Ese era mi trabajo, idiota —me decía a gritos—, y ahora nadie me va a contratar por tu culpa. Vos creés que sos distinto, que estás haciéndole un bien a la sociedad, pero lo único que te interesa es la plata y ganar suscriptores en ese canalcito de mierda. Lo vas a pagar caro, ¿me oíste?”. ¿Me estás amenazando, malparido?, respondí gritando, y me colgaron. A los dos segundos entró otra llamada. Estaba preparado para decirle que yo también sé dónde vivís, no te preocupes que estoy grabando esta llamada y también te voy a subir a YouTube, cuando escuché otra voz, más serena y contenida: “Buenas tardes, mi nombre es Javier, del grupo Abogados SAW. Represento a Carolina Gutiérrez”. Me preguntaron por mi nombre real y me preguntaron si yo era el dueño del canal. Le dije que sí, después de pedirles una identificación oficial, y el abogado propuso un día para encontrarse conmigo y “llegar a un acuerdo”. Yo dije que estaba siendo amenazado y que no me iba a mover de mi casa sin una garantía de seguridad.
»Y así fue. Todo lo que pedí para mi protección me lo dieron, y sin chistar: al otro día llegó una camioneta con vidrios polarizados y conductor silencioso. Me llevaron a un edificio inmenso que nunca había visto antes, donde las oficinas tenían puertas de un cristal que no era transparente. En un octavo piso me encontré con el abogado, que se veía más viejo de lo que se escuchaba por teléfono. Firmé un compromiso: no volvería publicar sobre “la cliente” ni hablar sobre ella de manera pública y el video de YouTube y la versión “explícita” se borrarían para siempre, incluida cualquier copia física que tuviera en mi poder. Me dieron un reconocimiento por “mi trabajo” y me hicieron firmar un acuerdo de confidencialidad. Cuando todo acabó y salí por el primer piso creo que vi a Carolina de espaldas. No era tan alta, llevaba zapatos para correr, un jersey dos tallas más grandes que ella y una gorra. Ella caminaba sin mirar atrás; alguien abrió la puerta de otra camioneta y ella subió rápido, como entrando a un búnker a prueba de misiles. Desde entonces, cada vez que paso al lado de una camioneta de ese tipo, me pregunto si no es Carolina la que se esconde en esos vidrios negros que se parecen a la noche.
»El siguiente video en mi canal fue sobre la industria de las modelos webcam en Colombia y todo lo que ocurre alrededor y, como te puedes imaginar, me costó mucho trabajo porque lo tuve que hacer sin poner un pie en la calle. Tuvo dos millones de reproducciones. A veces pienso que necesitaba más razones para pensar que yo de verdad sí era un héroe, entonces por eso seguí con ese tipo de videos, centrados en una denuncia. Ya sabes que Carolina da conferencias sobre empoderamiento y otras cosas alrededor de la dignidad de las mujeres en la industria, además de tener una marca cosmética. Yo me cambié de casa y de ciudad clandestinamente, y no he parado de hacerlo desde entonces. Ya no paso más de cinco meses en el mismo lugar, y siempre pienso el próximo video en clave de una injusticia. Además de ese tipo de contenido, ahora me concentro más en transmisiones en directo, comentando algún evento o noticia importante. Es lo que ahora da más dinero. Carolina viaja cada semana a una parte distinta del mundo. En el fondo creo que nos ayudamos entre sí y casi sin saberlo, ¿no? ¿No te parece?».
Yo no respondí a sus preguntas. Hubo un silencio. Entonces el streamer se levantó de la mesa del bar y yo le dije, despidiéndome: «¿Y entonces quién es la víctima?». «No lo sé», me respondió, y se fue sin mirar atrás. Yo pagué por las cervezas.