10 cuentos breves:
taller de escritura de cuentos de una página
En el marco de la alianza con la Biblioteca del Deporte y la Recreación de Cali, Magalico desarrolló el Taller de escritura de cuento de una página. Esta es la recopilación de 10 cuentos breves escritos por estudiantes.
El Taller de escritura de cuento de una página se desarrolló durante 2 sesiones en la Biblioteca del Deporte y la Recreación de Cali. Se sostuvo sobre la siguiente premisa: la literatura es de todos. Las historias son la materia prima de la literatura, y todas las personas hemos vivido o presenciado anécdotas cargadas de humor, drama, tristeza, reflexión, miedo, etc., que pueden ser la base para una historia literaria.
El cuento fue el género elegido para convertir esas historias en literatura. Es importante advertir que todos los textos son ficticios, aunque hayan partido de experiencias reales. La literatura transforma la realidad para lograr un efecto artístico.
Los cuentos pasaron por el correspondiente proceso de edición por parte de los talleristas Jorge Medina y Antonio José Hernández Montoya, esto para mejorar las posibilidades artísticas de cada cuento. Por parte de la Biblioteca, contamos con el acompañamiento del bibliotecario Alejandro Barón Monsalve.
La edición abordó aspectos técnicos de la escritura (ortografía y gramática) y cuestiones de estilo conservando al máximo el tono de cada autor y autora. Además, algunos cuentos requirieron ajustes relativamente mayores en sus finales para lograr concretar la propuesta de cada persona.
Todos los cuentos se publican en esta entrada por dos razones:
- Es el resultado de un proceso colectivo en el que todos los participantes intervinieron como oyentes y narradores de sus historias.
- El proceso de escucha colectiva continúa en esta publicación con la posibilidad de que los participantes lean las historias que resultaron de ese proceso grupal.
10 cuentos breves escritos por estudiantes
Disfruta de estos 10 cuentos breves escritos por estudiantes. El orden de publicación obedece al azar. ¡Empecemos!
La última morada
Hanna
Se dice que de esa casa nadie sale con sus 5 sentidos. De ella vimos salir una familia corriendo despavorida. La mamá tenía lágrimas en los ojos. Mis amigos deseaban entrar. Yo no quería. De repente, Maicol gritó: «¡Se me perdieron las boletas!». Quedé aliviada. Pero Maicol encontró una sola boleta en su bolsillo. Sentí el extraño impulso de agarrarla, y eso hice. Les dije: «Espérenme aquí». Entonces, entré. Nadie intentó detenerme.
Afuera mis amigos me estaban esperando. Me enteré después de que Sofía estaba preocupada. «¿Y Hanna?», preguntaba mientras veía salir a otras personas desde la casa. Tenía un mal presentimiento.
Adentro, después de atravesar las pesadas puertas, todo estaba oscuro. Escuché gritos en el primer cuarto. Se convirtió en mi favorito. Amaba sentirme viviendo una película, como El conjuro. Había cruces y lámparas con formas de cabeza. La oscuridad se volvió normal, y los muñecos ya no eran tan horribles. Los sustos también se volvieron predecibles. Salí con algo de decepción, aunque satisfecha por haberlo logrado. Era muy difícil entrar, pero muy fácil salir.
«¡Qué casa tan aterradora!», les dije. Hubo silencio. La miramos. De repente, salió una familia. La madre tenía lágrimas en los ojos.
El armario
Juan José Morales
La puerta del armario empezó a abrirse lentamente. Un cúmulo de pequeños ojos brillantes en la oscuridad del cuarto me miraban sin pestañear. Entonces, desperté atemorizado. Me levanté y abrí la puerta del armario. Al otro lado, un niño atemorizado me miraba envuelto entre las sábanas.
El cansancio de un castor
Potato
Henry el castor estaba frustrado y cansado de todo. Su historia se remonta a hace dos meses. En este poco tiempo lo perdió todo: su esposa, sus dos hijos, su trabajo, su hogar. Quiso empezar de nuevo, y vivió en casa de su madre, a pesar de que la detestaba.
Para ganarse la vida, se dedicó a las estafas y otros negocios ilícitos, aunque rápidamente se cansó de vivir así: quería una vida normal. Perdió su propósito y su motivación. No tenía amigos, y la soledad de todos los días le desarrolló una profunda depresión. Henry el castor tenía miedos, inseguridades y pocas ganas de continuar con su vida. Fue así como acabó en el mundo de las drogas y el alcohol. Todo esto lo hizo sentirse un poco bien, pues se convirtió en su escape.
Un día peleó con su dealer. Este formaba parte del mayor cartel de narcotráfico del país. Henry no se detuvo, y lo asesinó. El cartel empezó a perseguirlo: lo encontraron, lo secuestraron; despertó en un cerro rodeado de hombres armados. Henry tuvo que confesar, pues no tuvo otra opción ante los golpes y la tortura. Le realizaron cortes bastante profundos. «No saldré de esta», pensó. Le cortaron sus brazos y sus piernas, y al poco tiempo murió. Todo fue grabado entre risas.
Nadie volvió a saber de Henry el castor. Nadie supo del inesperado giro que tuvo su vida en sus últimos dos meses. En las redes se comparte su video, como una curiosidad más de la vida.
La casa que se hizo pequeña
Tamara Reyes
Una noche de brujas un grupo de amigos buscaba diversión y terror. Caminaban por la calle en busca de algo para hacer. Uno de ellos ve un cartel en un poste que promocionaba una casa de terror, la mejor del país. Los seis amigos estallaron a carcajadas, pues no creían que fuera cierto. Decidieron ir para demostrarlo.
Se acercaron a la pequeña taquilla y pagaron la entrada. Por fuera, la casa parecía normal. Les pareció extraño que no tuviera ninguna decoración de la noche de brujas.
Ingresaron por un pasillo largo y lleno de pelos. Alguien miró hacia atrás: un payaso los perseguía. «¡Entren!», gritó uno, y se metieron rápidamente en una habitación. Estaba decorada con más payasos y más cabellos. Un cartel colgado en la pared decía: «Gracias por entrar a la casa; ahora pueden salir». «¿En serio?», exclamó uno de los chicos, «¡Los peores 5 dólares de mi vida!».
Se dirigieron a la puerta llenos de rabia y decepcionados. La puerta no abrió. Lo intentaron entre varios, pero no abrió. Se empezaron a desesperar.
En una esquina de la habitación se encendió un televisor cuando las luces se apagaron. Nuevamente, un payaso, uno tétrico, más horroroso que los demás. Les anunció: «Tienen 10 minutos para salir o morirán», y reventó en una estridente carcajada.
Durante 5 minutos intentaron encontrar una salida, pero no lo lograron. Alguien en medio de su desespero arrojó una figura de cerámica contra la pared, un artículo decorativo en el que nadie se había fijado concretamente. Descubrieron que en su interior había un pedazo de papel, y en él estaba escrito «1». Los chicos se acercaron a la puerta, la analizaron y comprendieron.
Buscaron en todos los rincones del cuarto, en medio de las decoraciones, detrás de libros negros y jarrones de cabezas disecadas. Mientras buscaban, las paredes de la casa se fueron estrechando. El espacio era cada vez más pequeño. Costaba respirar, pues la angustia les consumía el oxígeno y las paredes… Las paredes no se detenían en su constante movimiento hacia el centro del cuarto. Sin embargo, no detuvieron su búsqueda. Encontraron el 5, el 6 y el 3. Estaban todos muy juntos frente a la puerta, y con la única esperanza introdujeron la única clave que el tiempo les permitió. «Contraseña incorrecta».
La broma
Sebastián Becerra Moreno
Esto ocurrió hace 5 años. Yo estaba aburrido en casa. Salí a la unidad a buscar a mis 4 amigos. Caminamos al interior de la unidad. Ya era de noche y estaba bastante oscuro porque algunas lámparas no funcionaban.
Cuando nos cansamos de caminar nos sentamos en el parque. Otra vez yo estaba aburrido. Se me ocurrió una manera de entretenerme. Empecé a actuar como si algo paranormal y misterioso me sucediera. Me quedaba en silencio, parecía lejano, en otro mundo. Me subí al columpio. Me mecía y me mecía, siempre callado. Ellos notaron que algo pasaba. Se me acercaron. Me bajé del columpio y empecé a perseguirlos caminando lento, y se empezaron a espantar. En ese juego extraño acabamos lejos del parque, así que regresamos. Pero yo los seguía con la misma lentitud silenciosa.
En el parque los columpios seguían meciéndose. ¿Por qué? Ellos corrieron asustados. Yo seguía en mi juego: me dirigí a los columpios y me senté. Mis amigos se me acercaron lentamente. Se veía en sus rostros que estaban temerosos.
Extrañamente todos vimos a la vez una pelota azul debajo de unos arbustos como si estuviera escondiéndose de nosotros u observándonos también en silencio, como yo. Uno de mis amigos quiso tocarla. Entonces salí de mi silencio y le grité: «¡No la toques!». «¿Por qué no?», me preguntó. No supe qué responderle. Solo lo miré, nuevamente. Él se llenó de valentía y la agarró. La lámpara del parque titiló. Corrimos asustados, huyendo sin saber de qué. No nos detuvimos hasta ingresar a toda prisa a la unidad. Adentro, agitados, nos dimos cuenta de que quien había agarrado la pelota no estaba con nosotros.
Persecución en manada
Laura
Hace años mi papá trabajaba en la Cruz Roja. Estaba encargado de salir con los muchachos al monte a un campamento para darles lecciones de supervivencia. Una de las actividades requería que uno de los muchachos llevara comida. Sin embargo, la instrucción no era llevar comida preparada o lista para preparar, sino un animal vivo.
La persona encargada de llevar el animal no lo hizo. Observaron el entorno para encontrar una solución. Allí estaba, a la vista, un enorme corral de pavos. Si atraían a uno lo suficiente podían robarlo. Entonces, el encargado y mi papá se dispusieron a pescar un pavo. El corral era tan grande que tuvieron que entrar para iniciar la pesca.
Amarraron comida en la punta de un hilo de nailon y la tiraron al corral con la esperanza de que alguno de los animales cayera en la trampa. Pero no esperaban que todas las aves voltearan y revolotearan al mismo tiempo. Una bandada de 20 pavos rabiosos y hambrientos se les abalanzaron produciendo un ensordecedor y agudo sonido grupal que se mezcló con el ruido de sus patas acercándose a toda velocidad.
El instinto de supervivencia del muchacho lo impulsó como si lo persiguiera un feo espectro de ojos saltones que quisiera comérselo vivo. A mi padre el miedo lo paralizó y lo obligó a quedarse rígido como una estatua en medio del inmenso corral. Las aves le pasaban ruidosas por el lado. Mientras tanto, el muchacho corría y maldecía la hora en la que se le había olvidado llevar el animal.
¿Fruta, verdura, planta o cerebro?
Valentina Ramírez
Me llamo Valna. Vengo de otra galaxia, y en este momento no logro descifrar qué es esto. ¿Es una fruta, una verdura, una planta o el cerebro de algún animal? Tiene forma de muchas cosas. Para la vista, no es de mi agrado. Tiene tonalidades verdes como el cerebro de algún alienígena, pero también podría ser un árbol muy muy pequeño. Necesito saber qué es esta cosa tan rara. Voy a intentar comerlo, no, pero se ve asqueroso. De pronto si lo echo en agua y sal sepa mejor. Cuando intento cocinarlo suelta un olor feo, muy raro; no creo que sea comestible, no sé si sea capaz de comerlo. Tal vez sea solo una planta. ¡Necesito saber qué es exactamente!
Quizá sea mejor buscar en algún libro. Ser nueva en este planeta no está siendo nada bueno. Veo por todos lados esta cosa. Me siento desesperada. No encuentro a nadie que me explique qué es. Encuentro una librería, y la mayoría de los libros son de esta cosa. Necesito empezar a leer para saber qué es. Llevo 6 horas leyendo estos libros y no encuentro nada. Faltan pocas horas para que el portal hacia mi planeta vuelva a abrir. Este planeta no me está gustando para nada. Tengo mucha hambre y mi única opción será comerme esa cosa. Ya tengo la cosa verde en un plato lista para comer. No me gusta su olor ni su aspecto, ya lo dije, pero no puedo morir de hambre.
Agarro una cuchara y poco a poco parto la cosa rara. Es un poco dura, pero logro hacerlo. La cojo con la cuchara y poco a poco la llevo a mi boca. Apenas doy el primer mordisco aborrezco su sabor. Es imposible no escupirlo. Sabe a media sucia con axxomonos. Es asqueroso, no lo soporto, quiero vomitar.
Tomo un poco de agua para no tener el sabor. Después de un rato me quedo dormida, y horas más tarde el portal a mi galaxia se vuelve a abrir. Por fin salgo de esta pesadilla. No volveré a este planeta. Le pondré una de diez estrellas a este asqueroso planeta. Al volver a mi planeta hablo con mi madre y me cuenta que le pasó algo muy parecido en su juventud. ¡Qué horrible experiencia! ¡Es lo peor que me ha pasado!
Intrusos en la noche
Alejandro Bracamonte
Una noche, Alito estaba jugando relajadamente hasta que sintió unas extrañas y tenebrosas sombras. Asustado, se arrastró por el balcón como un soldadito mientras llamaba a su mamá.
—Mamá, ven, ¡es una emergencia!
Mamá llegó y preguntó:
—¿Qué pasa?
—Mamá, mira, ¿qué son esas tenebrosas sombras?
Las vieron, y descubrieron que eran unos terribles, horrorosos, espantosos, espeluznantes, ciegos, feos, colmilludos y sangrientos murciélagos.
Mamá les tenía pavor a esas cosas voladoras negras. Por eso se entraron y no volvieron a salir de noche al balcón durante 3 días. Los murciélagos se marcharon, pero estos, en realidad, eran frutales, y ni siquiera habían visto a Alito y a su mamá porque estaban entretenidos volando felices y sin preocupaciones.
Mi tía despistada
Lina Beltrán
Una vez mi tía Mary se fue de viaje a Inglaterra. En el aeropuerto, muy emocionada, pasa para que le sellen el pasaporte. El guarda le dice:
—¡Ah!, ¿va para Londres?
Ella le responde:
—¡No!, voy para Inglaterra.
El guarda se asombra un poco, pero continúa con sus preguntas de rutina.
—Sra. Mary, ¿cuál es su número de cédula?
Ella le da el número. Él se da cuenta que no coincide.
—Sra. Mary, ¿cuándo se expidió su pasaporte?
—¡No lo sé! —respondió confundida.
El guarda llama por radio y reporta lo sucedido.
—Sra. Mary, por favor espere aquí.
No la dejaron avanzar. Se la llevaron a la sala de requisa. Le pidieron que se quitara la ropa porque la debían revisar. Ella, confundida y agresiva, dijo que no se quitaría la ropa. Entonces, la llevaron a otra habitación y la pasaron por un escáner para saber si llevaba droga en su cuerpo.
No le encontraron nada. Le pidieron disculpas y le dijeron que podía continuar.
Mi tía Mary no entendía nada de lo que estaba ocurriendo. Ya habían pasado 6 horas y, por supuesto, había perdido su vuelo. Entonces, se dio cuenta: otra vez su despiste le había jugado una mala pasada.
Cena nocturna
Agni S.
Corría el año 2012. Yo tenía 6 años y problemas para dormir y mucha imaginación. Me levantaba a las 3 de la mañana para buscar comida en la cocina. En mi camino hacia la cocina me cruzaba con una pecera de mi padre. Él quería a esa pecera más que a mí.
Una noche me detuve frente a la pecera y contemplé los más de 100 peces durante un buen rato. Llegué a la conclusión de que debería alimentarlos. Me habían prohibido hacerlo, pues les echaba mucha comida. Incluso me habían escondido el alimento de los peces.
Pensé en darles una manzana, pero creí que tal vez no les gustarían las frutas. Entonces recordé aquel mágico alimento que mi madre me daba cada mañana. Corrí una silla hacia la repisa, agarré el mágico alimento, corrí nuevamente la silla pero esta vez hacia la pecera, destapé el alimento y vertí todo el tarro de leche Klim en polvo dentro de la pecera. Me quedé contemplando cómo el agua transparente era opacada por una nube amarilla, y feliz por mi buena acción regresé a la cama.
A las 6 de la mañana desperté y corrí a saludar a mi madre:
—Buenos días, mamá, esta vez alimenté a los peces.
Ella corrió hacia la pecera, y se llevó las manos a la cabeza al ver a la mayoría de peces durmiendo bocarriba satisfechos por su cena nocturna.