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Antonio Caballero,
recuerdo del erudito

El jovencito empieza a leer la novela y se da cuenta de que, en efecto, se trata de una obra maestra. Abre su computador y busca el nombre del autor. Antonio Caballero, nacido en Bogotá, 1945. Periodista, caricaturista, crítico. Estudios sin concluir de medicina, filosofía, ciencia política y derecho.

Juan José Mondragón

Para dos de mis maestros, Antonio y Diego, mi tío.

Antonio Caballero
Antonio Caballero. Bogotá, julio 15 de 2020. Foto: Juan Carlos Sierra, revista Arcadia.

1. El inicio

Toda pregunta es un malentendido
venido desde afuera.
Así la red de errores
se afloja de repente y se deshincha
y el artilugio entero se viene cielo abajo con un
solo crujido

Un jovencito (un niño) de 17 años busca libros para leer. El jovencito corre con la suerte de tener un tío que lee varios libros de segunda, comprados en su mayoría en el centro de Cali. Entonces el jovencito sube a Terrón Colorado y le pregunta a su tío si le puede prestar otro libro, mientras le devuelve con la otra mano un ejemplar de Qué viva la música. El tío toma un libro grueso, editado por Oveja Negra, que lleva por nombre Sin remedio, y por autor, Antonio Caballero

El tío cuenta de manera jocosa que leyó ese libro varias veces y que lo mejor es que su sobrino pueda leerlo. El jovencito se lleva el libro sin saber que está a punto de descubrir una obra extraordinaria, desenfadada y casi totalizadora de la Bogotá de los años 80, una obra que ha pasado de manera más o menos desapercibida por el ojo del gran público, pero que es en sí misma una joya de la literatura colombiana en el siglo XX. Y el jovencito ignora, también, que el autor ya es un anciano, y que ese anciano escribe desde hace dos décadas en la revista Semana una columna de opinión que mucha gente sí conoce y que mucha gente odia o ama por lo sincera y, otra vez, desenfadada manera con la que el anciano escribe.

2. Lo que está detrás

No se conoce sino la propia voluntad. Y no es
mucho

El jovencito empieza a leer la novela y se da cuenta de que, en efecto, se trata de una obra maestra. Abre su computador y busca el nombre del autor. Antonio Caballero, nacido en Bogotá, 1945. Periodista, caricaturista, crítico. Estudios sin concluir de medicina, filosofía, ciencia política y derecho. Heredero de un caudal cultural impresionante: su padre, nada menos que Eduardo Caballero Calderón, su tío, Lucas Caballero Klim, y un largo etcétera de intelectuales y políticos. El jovencito mira hacia su pasado y  descubre que su familiar más ilustre es Joaquín, su bisabuelo, quien se ganó la Lotería del Cauca y se compró un camión que convirtió en volqueta. Entonces, el jovencito piensa, absurdamente, qué se sentirá vivir rodeado de libros, de intelectuales e irse a estudiar a Francia y presenciar las revueltas de Mayo del 68, qué se sentirá estudiar en el Gimnasio Moderno, vagar por Europa y tener un apellido más ilustre. Al final se convence que es estúpido pensar que alguien tuvo la culpa de que Antonio naciera allá y él naciera aquí; ambos tienen algo que los une:  este moridero llamado Colombia decidió arrojarlos al mundo. Con todo, el bisabuelo volquetero bien pudo ser un eslabón en la infinita cadena de la casualidad que desembocó en un tío lector y en un sobrino inquieto. Recapacita: se da cuenta que es inquieto y curioso no por lo que tiene, sino por lo que le falta. 

Al final se convence que es estúpido pensar que alguien tuvo la culpa de que Antonio naciera allá y él naciera aquí; ambos tienen algo que los une:  este moridero llamado Colombia decidió arrojarlos al mundo.

Entonces bendice su austeridad, a su tío lector y a su bisabuelo volquetero; cierra el computador y lee la novela como un endemoniado. En las semanas siguientes —en los años siguientes— pasará muchas horas buscando todo lo que destila la pluma del anciano Antonio Caballero: buscará sus artículos en Semana, en SoHo, en El Malpensante, pedirá libros y en cualquier oportunidad leerá cualquier entrevista donde hable el anciano, el maestro. 

3. El oficio

Las cosas, que antes fueron iguales a las cosas
—luz en la luz, memoria en la memoria—
ya no lo son: aquí no habrá mas luz,
aquí se acaba la memoria.

El jovencito ha desistido de un sueño absurdo por estudiar medicina, quizás porque su verdadera vocación está en otra parte. En una de las materias de primer semestre de Literatura está redactando un ensayo sobre Sin remedio. Y mientras vuelve a leer la novela se da cuenta de que Bogotá siempre será simbólica, huidiza, y el día en el que el jovencito visite la capital y se enfrente a su frío solamente podrá recordar los pasos de Andrés Escobar, protagonista de Sin remedio, un hombre cuya existencia se sostiene sobre la imposibilidad de escribir poesía (dilema que ya acosa al joven estudiante dado que no puede construir un verso y parece que la prosa se le da mejor).

El jovencito no ha parado de leer al anciano; parece que siempre lo redescubriera. Como crítico de arte, como crítico de toros, como crítico de gastronomía. Antonio Caballero ya era —siempre lo fue— todo un intelectual: comprometido, inconforme, honesto. Un hombre que vivía de sus ideas y de la crítica de las ideas. La gente lo conocía por sus ataques al Gobierno de turno; lo cierto es que detrás de sus columnas de opinión había un río inmenso de saber que siempre iluminaba los rincones oscuros de casi cualquier tema. El jovencito, entonces, se ha puesto a pensar cómo sería asistir a una charla con el maestro Antonio, y guarda la ilusión de que algún día su facultad lo invite a la universidad. Mientras tanto, ciertos fines de semana vuelve a subir a Terrón Colorado, a la casa de su tío, a conversar e intercambiar libros. Su tío se ha tatuado los brazos y parte del pecho, vive con cinco perros y en la familia lo describen haciendo énfasis en lo último. Cuando ambos conversan, ya el uno entrando en años y el otro entrando en la vida, de vez en cuando recuerdan pasajes de la novela y opiniones del anciano. Están convencidos, ambos, de que hay libros de los que no se puede escapar.

La gente lo conocía por sus ataques al Gobierno de turno; lo cierto es que detrás de sus columnas de opinión había un río inmenso de saber que siempre iluminaba los rincones oscuros de casi cualquier tema.

4. El final

No se escoge la muerte: a ella se llega
acorralado por la propia vida.
Hay que haber escogido
esa vida que empuja hacia la muerte.

Al anciano le dio por dibujar y escribir una historia sucinta de Colombia. Se fue de Semana y terminó en otro medio independiente. Al jovencito se le ha metido en la cabeza que le gusta escribir, y al tío, lamentablemente, ya se le han muerto un par de perros. 

El anciano murió. No sabe de qué. Su página en Wikipedia anuncia dos paros cardíacos, pero siempre es bueno sospechar de las certezas, sobre todo frente a la muerte. El jovencito no se dio cuenta el mismo día. La noticia llegó tarde. 

Entonces, sumido en cierta nostalgia, se propuso escribir un texto sobre el anciano. Le puso unos epígrafes con versos extraídos de Sin remedio, estando seguro de que al maestro le gustaría el gesto. O a lo mejor no. Nunca se sabe, porque nunca hubo una conferencia en la facultad, ni la firma de un libro, ni una conversación. Algo que siempre lamentó el jovencito es que Antonio Caballero no escribiera más poesía. Los poemas que están en su novela tienen ese aire a broma, como si se propusiera escribir poemas en recocha. Lo más gracioso, lo más caballerosamente humoresco, es que dichos poemas son muy buenos, superiores incluso a otros poemas que se escriben en serio.


Magalico

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