Astillas 3: ¿y si mañana es como ayer?
Juan Sebastián Mina
Tras los barrotes de la única ventana que daba a la calle en el pabellón de internos, J. escuchó la risa de una niña que le recordó su propia risa cuando él caminaba del brazo de su madre. Pensó en aquella niña, la bocaza abierta, un campo virgen, y la vio sembrada de banderas blancas, unas distantes de las otras, como cuando él y sus amigos jugaban a conquistar y defender territorios. Recordó que esas banderas, las suyas, eran trapos rotos que encontraban en la basura o alguna camisa vieja que robaban del patio del Gordo, su mejor amigo. J. se sintió libre mientras corría por aquella planicie bajo la mirada del cielo abierto, generoso, olvidado del rumor del hambre. Años más tarde, al valle lo coronó el hierro retorcido, el hambre y más basura. Al Gordo lo mataron. Y desde aquella ventana escuchó cómo la estridencia de aquella carcajada perdía su fuerza hasta desaparecer. J. se sintió solo.
Imagen de cabecera tomada de Pixabay.