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Del fútbol y del smog de la estadística:
un respiro en la literatura futbolera

La estadística futbolera opaca al fútbol en sí mismo cuanto tiene de deportividad y realización humana, en la medida que la estadística se vuelve un valor absoluto, y el fútbol, más que deporte, una transacción o un sujeto de pruebas.

Opinión sobre el fútbol
Autor de la ilustración: Maguma, para la revista Panenka

Que el fútbol sigue despertando pasiones es una tautología en la que poco o nada cabe inquirir. La pelota rueda sobre la grama, y aún deja en su estela noticias y grandes crónicas deportivas. El fútbol de hoy, sin embargo, más tendiente hacia la corrección y la exactitud, apasiona de una manera un poco distinta, pues el lugar privilegiado que antes ocupaban la gambeta, el lirismo, el drama, ahora se lo disputan, o incluso ya lo usurpan, los números, con mayor intensidad en las grandes ligas y clubes del mundo. La big data en el fútbol de élite es omnipresente: ha conquistado el registro noticioso del deporte y la conversación del hincha común, que tratan del partido de fútbol, de los clubes y los futbolistas como entidades meramente computables: cantidad de goles y asistencias por temporada, pases progresivos y regresivos, goles evitados, hasta llegar a cifras por fichajes que, cual chute salido de un derechazo de Cristiano Ronaldo, se estiran hacia el fondo de una red infinita. 

No seré yo, por supuesto, quien desconozca la precisión (o ilusión de precisión) que aporta la estadística futbolera. Sin embargo, no demora uno en advertir cómo esta nube de guarismos termina por opacar al fútbol en sí mismo cuanto tiene de deportividad y realización humana, en la medida que la estadística se vuelve un valor absoluto, y el fútbol, más que deporte, una transacción o un sujeto de pruebas. Esto al menos divide a la comunidad futbolera en dos grupos: por un lado, los gomosos de la estadística (conformes con situar a un Messi o a un CR7 en la cima de la historia a golpe de número), y por el otro, los nostálgicos que, buscando un soplo de aire fresco, se vuelcan hacia un fútbol de periferia aún no (tan) contaminado por este smog numérico, ya sea visualizando fútbol del siglo XX en YouTube, torneos amateur locales o extraviándose en la literatura.

Una buena forma de entrar en esas otras realidades del fútbol es seguir el rastro de la pluma de dos Robertos: el argentino Roberto Fontanarrosa y el chileno Roberto Meléndez, quienes desde la picardía y el ingenio verbal se aventuran en esa brega barrial, o bien trágica o bien carnavalesca, mucho más imperfecta y soñadora, que alguna vez fue la patria del fútbol.

Fontanarrosa: entre el corazón y la cancha

En el caso de la obra del «Negro» Fontanarrosa, referirla en pocas líneas siempre implica el riesgo de ser injusto, pues el autor de la historieta Boogie, el aceitoso ofrece una vasta narrativa consagrada a la pasión futbolera argentina; de tener que hacerlo, sin embargo, y para no ir a lo obvio, el brevísimo pero alucinante relato «La barrera» podría ser una digna elección. El narrador de este cuento, como si del más loco regate de Maradona se tratase, zigzaguea de principio a fin entre la cotidianidad y el ensueño, entre el patio de una vivienda lleno de trastos y el estadio de Racing Club; entre la piel del jugador y la del hincha, ambos uno y el mismo: Miguel Tornino; en un instante, un niño con su pelota y su perro, y ahora la estrella de Racing Club, con la misión titánica de convertir un cobro de tiro libre en gol a dos minutos de acabar el partido. Al frente, se eleva una barrera entreverada de macetas y baldosas, celosa muralla defensiva que lo separa de la gloria. La singular épica termina en «derrota»: Miguel erra el cobro, y se impone la realidad a golpe, ladrido y grito: 

¡Tiró Tornino…! y… se hizo mimbre en el aire el arquero ante el latigazo insólito de curva inesperada y con la punta de los dos dedos allá voló la lata a la mierda, carajo que ladra el Negro, sí mamá… sí la guardo… está bien… pero mirá vos cómo la viene a sacar este guacho.

Por otro lado, «Jorge, Daniel y el Gato» —uno de mis predilectos de Fontanarrosa, he de admitir— es de esos relatos que expone en carne viva el alma del hincha y del futbolista. Tres amigos cercanos a los cuarenta años acuden, como todos los sábados, a un bar después de disputar el tradicional partido de un campeonato de fútbol amateur. El amargor espumeante de las cervezas a duras penas disipa el sinsabor de la derrota. Jorge se marcha en su auto con su tobillo inflamado, dando lugar a la escena que alberga el corazón del relato: el tira y afloje entre el Gato y Daniel sobre sus impresiones del juego. Daniel, eufórico, insiste en lamentar la clara situación de gol que falló, aún más los insultos que recibió por esto y, sobre todo, la certeza de sentirse menospreciado por «viejo», mientras el Gato, con una serenidad que solo da la resignación, procura inducirlo a la calma. Dada la insistencia de Daniel en lamerse sus heridas, el Gato decide recordarle que en un partido reciente él mismo también erró un gol «cantado», siendo su suerte mucho peor comparada a la de Daniel; con diferencia, más odiosa que una lluvia de putazos: el silencio de la tribuna y de compañeros de equipo. De este episodio, el Gato extrae una reflexión tan desoladora como alentadora:

—…Cuando ya nadie te dice nada es que ya nadie espera nada de vos… Es una cosa, ¿cómo decirte?… piadosa. Un silencio… comprensivo, ¿entendés? Me di vuelta y lo vi al Coló que le hacía señas al Quique como diciendo «Déjalo. No le digas nada. ¿Qué le vamos a hacer? Bastante hace el pobre viejo…». Por eso…

—Es que…

— Por eso te digo Daniel… alégrate que todavía te putean, alégrate. Quiere decir que todavía te consideran apto para jugar, para meter goles, para mezclarte con ellos…

Daniel aspiró hondo.

—Puede ser— dijo y pidió la cuenta.

Opinión sobre el fútbol
Tomada de PlanetaLibro

Barrio Bravo: el fútbol como lucha vital

Al entrar en Barrio bravo: ¿por qué amamos la pelota? de Roberto Meléndez, encontraremos cualquier cosa, menos aguas calmas. Sus relatos ficcionan los bemoles del fútbol: el auge y el ocaso de los grandes astros; épica, comedia y tragedia desplegándose en el césped más prolijo de Europa o en algún potrero polvoriento de Suramérica; todas las risas y las lágrimas alrededor del balón. Si esta recopilación asoma a la órbita de las leyendas del fútbol mundial, estas no siempre aparecen bajo los reflectores del estadio, pues Garrincha, Totti, George Best o Ronaldo Nazario, sumados a otras vidas con mucho menos lustre, son capturados en su más pura y desesperada humanidad.

En el catálogo de experiencias humanas, la épica es tal vez la que más notoriedad cobra en la obra de Meléndez: personajes subterráneos, en las márgenes, algunos con su cruz a cuestas, que se baten contra el destino para plantar su huella en la Historia. Bástenos con dos cuentos: En «El jugador que no quiso dejar que serlo», el que abre compilación, como lectores somos llevados de la mano por las vicisitudes de quien se perfila como la epítome del fracaso: un delantero mal pagado de la séptima división inglesa de fútbol, atrapado en una espiral de alcohol y riñas, en quien un pulso con sus demonios lo enfrenta a la necesidad de salvar su carrera, desencadenando su ascenso espectacular a la Premier League para lograr lo impensable: fraguar a fuego su nombre, Jamie Vardy, en el altar de los campeones, ¡en su primera temporada en primera!. «El primer ídolo» recupera ese primer gran asombro infantil del narrador con la redonda, al atestiguar en la televisión, en pleno mundial de Italia 1990, el debut de Salvatore Schillacci. Un nombre dicho entonces sin reverberación, un porte físico susceptible al desprecio, salta a la cancha Schillacci, el flamante delantero del anfitrión, con ánimos de sacarle «pimienta al viento», alzándose al cabo del certamen como su máximo anotador.

Si relatos como los anteriores cautivan por su agudeza narrativa y fuerte emotividad, es en la segunda y tercera partes donde está la esencia del libro, pobladas de personajes anónimos, de la más profunda entraña barrial chilena, que desarrollan sus propias gestas futbolísticas sin renombre. Aquí encontramos la odisea de los chicos del Club Formativo Universidad Católica de Rinconada de Los Andes para participar en un torneo al otro lado del país; al joven Quisco, flamante titular, cavilando la pegada al balón en la que se juega sus ilusiones; la travesía de Simón Elissetche, que lo lleva desde Chile a entrenar equipos de fútbol en Indonesia y Timor Oriental; entre tantas otras.

De manera que en tiempos de euforia estadística, cuando el cubrimiento periodístico del fútbol profesional va tomando dimensiones cuasi-robóticas, volver a la literatura futbolera y a esa inocencia del amateurismo resulta refrescante, un necesario acto de reconciliación con el costado humano de este deporte, que contiene datos, sí, pero también es epopeya. 

El fútbol es fantasía, es práctica social, es locura.



Ricardo Bolaños

Licenciado en Literatura egresado de la Universidad del Valle. Escribe crónicas, reportajes, artículos de opinión, ensayos, cuentos fantásticos y de ciencia ficción, y disfruta particularmente del pastiche y la parodia.