Emilia Eneyda Valencia Murraín:
tejedora de esperanzas
Soy una mujer negra, orgullosa de su ancestralidad, de su etnicidad, de su historia, de todo su acervo cultural. Una mujer que por su propia autodeterminación no necesita que nadie la defina, porque tiene su propio lugar de enunciación.
Jorge Medina
Hace un tiempo tuve la oportunidad de conversar con Emilia Eneyda Valencia Murraín. Sus palabras se reavivan con el espíritu de este mes, en el que celebramos el Día Nacional de la Afrocolombianidad.
La conversación se centró en tres aspectos: el significado de habitar el mundo como una mujer negra; la creación del evento Tejiendo Esperanzas; y la importancia de reconocer la dimensión estética, política y cultural de nuestro cabello afro.
Emilia es licenciada en Lenguas Modernas de la Universidad del Valle y magíster en Didáctica del Francés del Colegio Mayor Nuestra Señora del Rosario. Fundó la Asociación de Mujeres Afrocolombianas (Amafrocol) y el evento Tejiendo Esperanzas. Nació en Andagoya, Chocó, «el mejor vividero del mundo».
En un mundo donde otros nos definen, ¿quién es Emilia Eneyda Valencia Murraín?
Soy una mujer negra, orgullosa de su ancestralidad, de su etnicidad, de su historia, de todo su acervo cultural. Una mujer que por su propia autodeterminación no necesita que nadie la defina, porque tiene su propio lugar de enunciación.
¿Qué significa ser una mujer negra?
Ser una mujer negra es tener tras de sí toda una historia, una tradición cultural, una sabiduría; también una historia de mucho dolor que todavía tenemos que seguir confrontando porque todos los días nos toca luchar contra la racialización, contra la estigmatización, contra la invisibilización. Es demasiado difícil ser una mujer negra, a pesar de que una pueda sentirse muy orgullosa de lo que es. Cada día es una lucha constante para ocupar un espacio que se supone que por derecho propio debemos ocupar.
¿En qué momento decide trabajar por la cultura afrocolombiana?
Yo creo que nací rebelde. Cuando estaba en Andagoya creía que todo lo que sucedía era normal, que yo era una ciudadana colombiana como todo el mundo, con los mismos derechos; cuando estaba preparándome para una primera comunión y vi que las monjas durante la etapa de preparación ubicaban a las blanco-mestizas delante de nosotras, yo dije: ¡algo no está bien! Y se lo endilgaba a las chicas de adelante, les bajaba la cremallera, les jalaba el pelo.
Luego vi que en algunos eventos en los que yo participaba (siempre tuve talento en danza, música, poesía, pero los dejé por un tiempo), para esos eventos sacaban a las más mulaticas, a las de cabellos más lacios. Así que empecé a hacer comparsas en contra de eso en mi pueblo, hacía obras de teatro en el colegio en contra de eso, componía poemas en contra de eso. Cuando vine a Cali a estudiar, también sufría por la misma situación, pero tuve la fortuna de destacarme porque yo cantaba muy bien y fui parte del coro. Si un profesor quería hacerme chistes por el color de mi piel, yo de una vez lo paraba.
Luego me fui para Bogotá a hacer la maestría. Me reunía con mis amigas y siempre salía a la luz el tema de las violencias de género y raciales. Yo las remitía a mis amigas de la fiscalía y al Bienestar Familiar, porque tenía otras amigas trabajando allí que nos podían ayudar a agilizar algún proceso. Un día les dije: muchachas, tenemos que organizarnos. Eso fue en el año 1996. Así fue como nació en 1996 la Asociación de Mujeres Afrocolombianas. Amparadas por la Ley 70 y la acción de tutela, nosotras emprendimos algunas acciones.
¿Identifica que hay una particularidad en la manera como se ejercen esas violencias en contra de las mujeres negras?
Obviamente hay una diferencia marcada frente a los cuerpos de las mujeres negras, por toda la erotización del cuerpo. Todo el mundo, cualquier pelagato, cualquiera de la calle se cree con el derecho a decirnos cosas feas, grotescas, a tratarnos mal, por el solo hecho de ser negras. Ya de por sí como mujeres sufrimos, y como mujeres negras sufrimos más. Ellos creen que nosotras nos sentimos halagadas por cosas como: «uy, mami, pero es que usted no parece negra», «ay, es muy bonita para ser negra», «ay, pero usted es una negra fina». ¿Qué les pasa? Esta gente está loca. En las comunidades rurales los cuerpos de las mujeres negras son botines de guerra y en las zonas urbanas las empleadas del servicio doméstico son usadas por los padres e hijos para su satisfacción sexual.
¿Cómo nace Tejiendo Esperanzas?
Nace en 1984, realmente. Cuando estábamos en el Comité Prounión de la Colonia Chocoana íbamos a celebrar los cinco años del comité con actividades culturales, y como yo ya traía imbuido esto de las trenzas, de hecho, yo llegué con trenzas a la universidad y eso era raro, no se veía por acá, y las muchachas de la colonia chocoana en su mayoría tenían el cabello alisado, así que dije: hagámonos un concurso de peinados, y lo hicimos. Internamente teníamos un jurado y al año siguiente lo repetimos. No se llamaba Tejiendo Esperanzas.
En Bogotá hicimos un evento de peinados en la Universidad Nacional. Yo siempre andaba con el cuento de mis peinados. De regreso a Cali, Martha Posso, una de nuestras fotógrafas más reputadas, me dijo: «hay un concurso que se llama “Mujeres que retratan mujeres”, ¿por qué no tomamos unas fotos de ustedes que les gusta peinar y las mando?». Hicimos unas fotos preciosas en una escalera peinándonos unas a otras, desde la mayor hasta la más chiquitica. Había que ponerle un nombre a la serie de fotografías. Recordé que, cuando estaba en Univalle, por poco deserto porque no tenía para las fotocopias, para el bus, para nada, pero encontré la forma de ganar ingresos peinando. Me acordé de eso y dije: «pongámosle Tejiendo Esperanzas».
Luego me formulé el proyecto y andaba con él debajo del brazo a ver quién me lo patrocinaba. En 2004, de tanto molestar por ahí, algunos amigos me dieron de a doscientos mil pesos y pude hacer la primera versión del evento. Así fue como nació.
Y la esperanza personal se compartió hasta ser la esperanza de otros
Te quiero decir que nació sólo como concurso, pero al año siguiente decidí meterle una parte académica y empezamos los conversatorios con las peinadoras, preguntando cómo aprendieron, cuáles eran sus técnicas, qué era lo que más les gustaba hacer porque hay diferentes tipos de trenzados.
Después, las personas empezaron a ver la posibilidad de asistir porque tenían algo para decir, para contar. Luego me decían que en Brasil tal persona estaba haciendo un trabajo, tal otra en Cuba, y así empezaron los intercambios con otros países que fueron invitados. Se convirtió en un espacio de empoderamiento étnico-racial-político, porque esto del cabello es político. La gente lo ve como algo solo estético, pero no es así, y va más allá hasta el empoderamiento económico.
Uno de los invitados, un médico que es amigo mío, Diego Lucumí, dio una charla sobre el peligro de los químicos en la cabeza y la gente salió asustadísima, y allí empezó el proceso de transición de mucha gente. Por todo esto, ahora tenemos colectivos de «amo mi pelo afro» como Entre Chontudas, que es el primero, el creado por Malle y Lina. Y bueno, tenemos el cabello natural, ¿ahora qué hacemos?, ¿cómo lo cuidamos? Así nacen Bámbara, Afronía, Alma de Coco. Ahora las mujeres lucen orgullosas y empoderadas de su cabello natural, no sólo por lo estético, también por la salud, y lo político, que es el respeto por la diferencia, la posibilidad de acceder a los espacios sin tener una que castrar su etnicidad, sin tener que parecerse a las otras que es lo que siempre nos enseñaron.
Siempre nos dijeron que nuestro cabello era feo, malo, puto, lo que sea, y ahora sabemos que no es así y que allí hay un trasfondo económico porque se ha hecho mucha plata con las cremas alisadoras. El negocio de las extensiones, por ejemplo, es de hombres.
El referente que se suele manejar para entender el trenzado del cabello afro es el de la esclavitud: las trenzas como rutas de escape
Sí, ¿quién le ha dicho a la gente que las trenzas nacen allí? El trenzado es ancestral, milenario. Forma parte de la estética de los pueblos negros de África y tiene su simbología: dan estatus, estrato socioeconómico, estado civil, edad, todo eso significaba en África. Se resignifica cuando llega a América y tiene otra funcionalidad obligada por el contexto. Es allí donde empiezan las famosas rutas de fuga, los mapas de escape que todo el mundo conoce.
También tenemos lo de las bodegas, que, ya como todo el mundo lo sabe, nos ponen problemas en los aeropuertos. A las cárceles no se puede entrar con trenzas.
Porque se pueden guardar objetos
Claro, y allí está el ingenio de las mujeres negras. Nos contaba Carmén González, una poeta que invitamos el año pasado, que en Cuba sucedía en las minas de cobre: las mujeres se guardaban los pedazos de cobre en el cabello. Pero hay autores que dicen que eso no es posible. ¡Sí es posible, sí es posible! Si no lo es, de dónde sacaban las abuelas, ven te cuento, si tienes abuelas negras, uno les esculcaba la cabeza y tenían fósforos, cigarrillos, y nosotras por atavismo hacemos lo mismo. Yo me meto en la cabeza el lápiz, me meto la moneda, el billete.
Finalmente, ¿qué significa que la gente negra lleve su cabello natural?
Yo pienso que llevar el cabello natural es un acto de resistencia muy poderoso; de resistencia y de orgullo. Estamos transgrediendo, primero, la estética hegemónica, eurocentrista; segundo, estamos diciendo a todo el mundo que nosotras y nosotros tenemos que caber en todos los espacios sin tener que parecernos a los otros y a las otras, que nosotros y nosotras somos desde nosotros mismos, que nuestros referentes no son ellos, porque somos nuestros propios referentes. Y bueno, que somos bellos y bellas, tanto como ellos y ellas, desde nuestra diferencia.
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