En memoria
de Wolf Erlbruch
Wolf Erlbruch falleció el 11 de diciembre de este año. Este texto es un breve homenaje a su obra, entre la que se incluye El pato, la muerte y el tulipán. La mejor forma de conmemorarlo es manteniendo vivas sus historias.
Antonio José Hernández Montoya
Estoy conmovido por la partida de alguien que nunca conocí en persona, alguien cuyo rostro jamás distinguí hasta hoy por la tarde, alguien que solo era el autor de uno de mis libros favoritos: El pato, la muerte y el tulipán. Ahora está entre las personas que emigraron «escribiendo», como prometió Bolaño en su inmortal poema Mi carrera literaria, o dibujando, en el caso de Wolf Erlbruch; ahora integra la multitud de los que faltan. No me explico cómo sabía tan poco del autor aunque leí decenas de veces la trascendental historia que escribió, que ilustró, que le dejó a la posteridad.
El pato y la muerte, en alemán Ente, Tod und Tulpe, que literalmente es El pato, la muerte y el tulipán, título por el que opta la traductora Moka Seco Reeg, fue publicado en 2007 por Barbara Fiore Editora. Es joven, no tiene ni veinte años, pero camina hacia la vereda de los clásicos. El pato y la muerte y el tulipán. Uno es el necio que sigue las versiones recientes donde solo se habla de El pato y la muerte, como si el tulipán importara menos, como si en una obra gráfica pudiéramos darnos el lujo de quitarle la atención a los detalles, como si las flores solo fueran de amor y no de luto, de despedida.
Tomo el libro de mi biblioteca, hace años hice un esfuerzo para comprarlo, lo abro y esa pasta dura parecen dos alas. Las alas de un ángel, las alas de un ave, las alas de un pato. En silencio contemplo las ilustraciones. Me parece que el fondo blanco las resalta. Ahí está la muerte con un atuendo que no es oscuro, porque no todas las muertes son lúgubres. Ahí está el pato con su cara de pato, sacando pecho y caminando con la patas juntas. Los rostros de ambos hablan, transmiten; se asustan, sonríen. Ahí está la muerte, que saluda al pato y lo acompaña durante las últimas semanas de su vida, que no son tristes.
Ahí está la ternura del autor para hablar de resfriados, de accidentes, de zorros. También están el pato y la muerte conversando, amigos, él preguntando qué hay más allá de la muerte y ella evadiendo la respuesta. Ahí están la muerte y el pato en un árbol. Luego el frío, la nieve, el sueño. La muerte que lo lleva al «gran río», cuyo azul también destaca en contraste con el fondo blanco, y le pone el tulipán en el regazo. La muerte que lo ve irse. Después, esta maravilla de cierre: «Se quedó mucho tiempo mirando cómo se alejaba. Cuando lo perdió de vista, la muerte se sintió un poco triste. Pero así era la vida».
El libro-álbum, que no es para la infancia sino para todo público, se aproxima con sencillez a las grandes preguntas que nos atormentan, a las preguntas que la niñez hará en cualquier momento y que nos pondrán a dudar. Es una pieza de estética inigualable que ayuda a comprender el dolor de la ausencia, a tranquilizarlo, a ponerlo sobre la mesa de la misma forma en que Mi amigo el pintor, de Lygia Bojunga Nunes, habla del suicidio. El pato y la muerte es un tesoro. A Wolf Erlbruch quiero agradecerle por su obra.
Queremos contarte historias por un tiempo más. Puedes dejar tu huella, pisar fuerte o hacer historia en este proyecto editorial. ¡Te agradecemos!
-
Donación para dejar mi huella$10.000
-
Donación para pisar fuerte$30.000
-
Donación para hacer historia$50.000