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Horror fantástico:
penas y nostalgias

El horror fantástico pasa por un notorio estancamiento en la industria audiovisual (con Hollywood a la cabeza). Hoy la puesta en escena de espectros, vampiros, criaturas salvajes o cualquier otra rareza monstruosa difícilmente llega a enchinarnos la piel. ¿Cómo podría volver a aterrar un género tan banalizado?

Ricardo A. Bolaños

Horror fantástico
Tomada de Pixabay

¿Por qué nos gusta tanto el género del horror, ese alimento de pesadillas y de fogatas bajo las estrellas? No podría responderlo. Quizá por morbo, quizá por la razón que llevó a Lovecraft a afirmar que «el miedo es una de las emociones más antiguas y poderosas de la humanidad, y el miedo más antiguo y poderoso es el temor a lo desconocido». 

Sea como fuere, desde sus orígenes el horror pobló el mundo de entes sobrenaturales e imágenes de pesadilla que, paradójicamente, acabaron amenazando la propia existencia del género de tanto repetirse hasta ser parodias de sí mismas. Una tendencia, cabe decir, no tanto de la literatura como del cine y la televisión. 

Desde sus orígenes el horror pobló el mundo de entes sobrenaturales e imágenes de pesadilla que, paradójicamente, acabaron amenazando la propia existencia del género de tanto repetirse hasta ser parodias de sí mismas

Hoy por hoy, la industria audiovisual (con Hollywood a la cabeza) nos ha predispuesto a esta banalización del género, de tal manera que espectros, vampiros, criaturas salvajes o cualquier otra rareza graduada a monstruo ya están demasiado asimiladas por el espectador actual y, por consiguiente, enchinarse la piel frente a la pantalla es un lujo más bien exótico; además, no hay noticiero que no nos recuerde a diario las monstruosidades de nuestro mundo y humanidad. Mención aparte a la literatura de autores como Stephen King o Dean Koontz, que sigue logrando horror aceptable haciendo un balance entre lo desconocido y lo siniestro de la naturaleza humana.

Nostalgia por el horror: regresar a los orígenes

Ante esta domesticación del género, y dada la eterna fascinación por el horror que nos caracteriza como especie, es inevitable sentir cierta nostalgia por esas historias que nos devuelven al, digamos, «conflicto original», a ese asalto terrible de lo desconocido a una racionalidad humana aún ufana, y si se quiere inocente, en su convicción de haber palpado los límites de la realidad. 

Cualquier impulso nostálgico hacia el horror fantástico necesariamente llevará a las conmociones del siglo XIX, a la pugna entre racionalismo y romanticismo que tanta resonancia tuvo en el arte. Frente a un horror que poco horroriza, ¿cómo no volver al desconcierto de aquellos aristócratas ingleses de Bram Stoker que no terminan de convencerse del hecho de que una criatura de los mismísimos avernos, el Conde Drácula, ha venido a invadir su plácida existencia victoriana? Descubrimiento que poco a poco va empujando al matrimonio Harker, Abraham Van Helsing y demás amigos desde su vida contemplativa hacia un mundo de misticismo que la mentalidad racionalista ya creía superado.

Las sensaciones que dejan por estos días hombres lobo y demonios, a quienes la cultura de masas actual les han mellado bastante los colmillos, difícilmente podrían compararse con el desasosiego que los lectores compartieron con el protagonista de «El Horla», de Guy de Maupassant, en la certeza de ser asediado por una fuerza invisible que va consumiendo a grandes sorbos su vida y su tranquilidad.

De hecho, si algo caracterizó al horror del siglo XIX fue su marcado énfasis en la psicología y la percepción humanas. Así como en «El Horla» (y diría que también en buena parte de la narrativa de Lovecraft) es difícil discernir si la entidad desconocida ha salido de la imaginación enfermiza del protagonista o de un rincón inexplorado de la realidad, en «El hombre de arena» de E. T. A. Hoffmann la percepción deformada de lo cotidiano y lo real es tan protagonista como el atribulado Nathanael, un hombre traumatizado con Coppelius, desagradable individuo de su niñez involucrado en la muerte de su padre y al que atribuye la identidad del hombre de arena, un personaje de un cuento infantil que rapta niños desvelados para sacarles los ojos y alimentar a sus crías. Una vez le es narrado este cuento, el silencio, la noche o pasos crujiendo en la madera no vuelven a ser iguales para Nathanael; se convierten en el anuncio siniestro del acecho del hombre de arena.

El horror fantástico como misterio indomesticable

Es evidente, entonces, la razón por la que el cuento de horror decimonónico resulta hoy tan fascinante para los nostálgicos: no solo es el hecho de que en estos relatos lo desconocido sea motivo de espanto y angustia (a causa de esa incertidumbre y vacilación inherentes a lo fantástico que señalara Todorov), sino por el irreductible misterio de lo desconocido: estas presencias intrusas no solo resultan impenetrables a la luz de la razón humana, sino que se resisten hasta el final a ser explicadas, de ahí su carácter terrorífico; ingresan al mundo a través de la percepción humana y del lenguaje, mas nunca se vuelven domésticas.

De manera que en una época en que los pósters nos lanzan a la cara el espantajo del que «debemos» sentirnos asustados (llámese Annabelle o Chucky) y que como mucho garantizan sobresaltos fugaces en la sala, lo que se echa de menos del horror fantástico, al menos en el cine, es —aunque suene paradójico— la poca familiaridad de lo desconocido pese a su latente vecindad, la amenaza absoluta que representan fuerzas indescifrables capaces de triturarnos con su simple aliento. 

Mi humilde percepción de fanático es que no es incrementar el horror lo que hace falta para rescatar al género de su estancamiento (de hecho, hay demasiado horror); diría que ni siquiera incorporar nuevos horrores (aun cuando puede funcionar), sino recuperarle su misterio, su solemnidad, su inocencia.


Algunas obras de horror fantástico

Cuentos de Lovecraft

It, de Stephen King

Los mitos de Cthulhu

Otra vuelta de tuerca, de Henry James

Processing…
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Ricardo Bolaños

Licenciado en Literatura egresado de la Universidad del Valle. Escribe crónicas, reportajes, artículos de opinión, ensayos, cuentos fantásticos y de ciencia ficción, y disfruta particularmente del pastiche y la parodia.

Esta entrada tiene 2 comentarios

  1. Diego

    Muy interesante el texto y sobre el disparador creo que es muy interesante pensar que elementos en la literatura de horror pueden tomarse y adaptarse en el cine. Tomemos un relato de Kung, en el umbral de la noche, llamada el cuco. La.premisa al principio parece sencilla pero es la construcción del relato lo que lo hace interesante.

    1. Ricardo Bolaños

      Hola, Diego. Muy oportuna la mención que haces del relato «El Cuco» de King, máxime al ser una prefiguración del célebre «Eso». La mesura con que se da en este relato esa transición desde un entorno conocido hacia un horror en las fronteras de lo real, por el conducto de una mente atribulada como la del señor Billings, le caería estupendo al cine del género en la actualidad.

      Gracias por tu aporte.

Comentarios cerrados.