Carta privada:
definición, estructura y características
La carta privada está ligada a la comunicación interpersonal en el ámbito privado. En ella ocurre un intercambio subjetivo mediado por la relación entre sus dos partes fundamentales: el destinatario y el destinador.
Jorge Medina
La carta es una de las formas de la comunicación escrita. Existe en diferentes contextos y con determinadas características. La carta privada es una de esas formas, ligada a la comunicación interpersonal en el ámbito privado. En ella ocurre un intercambio subjetivo mediado por la relación entre sus dos partes fundamentales: el destinatario y el destinador. Por norma general, la estructura de la carta privada es la siguiente:
Estructura de la carta privada
- Ciudad.
- Fecha.
- Destinatario.
- Saludo.
- Mensaje.
- Despedida.
- Destinador.
La ubicación de los elementos varía según el tipo de carta. A grandes rasgos, podemos establecer los siguientes tipos: las cartas comerciales, las cartas laborales, las cartas legales, las cartas abiertas y las cartas privadas.
Al interior de cada tipología es posible identificar varias categorías según propósitos específicos; por ejemplo, entre las cartas laborales existen las cartas de recomendación, las de renuncia y las de despido, y para cada categoría hay establecidas unas maneras de redacción y disposición de los elementos, algunos de los cuales solo aparecen en determinadas cartas, como lo es el elemento “Asunto”, bastante empleado en la correspondencia legal.
De manera más amplia, a todo el espectro variado de las cartas podríamos clasificarlas en dos grandes grupos: las formales y las informales. La carta privada se ubica en este último grupo.
En relación con los elementos contenidos en las cartas, la privada se caracteriza por su maleabilidad estructural. Es posible, por ejemplo, que la fecha se ubique al final y que no se referencie la ciudad del destinatario, así como también es posible no saludar o emplear alguna forma más íntima o juguetona de hacerlo. En síntesis, la carta privada mantiene una estructura básica, pero está sujeta al tránsito intersubjetivo entre el destinador y el destinatario.
Ejemplos de carta privada
I
Santiago de Cali, 8 de diciembre de 2020 Querida Paula: Este es un mes alegre. Es más alegre cuando comparto sus días contigo. Sin embargo, este mes es contradictorio, emocionalmente contradictorio. Hace un año… [...] Con cariño, Alejandra.
II
Te escribe Alejandra, tu gran amiga. ¿O no lo soy? ¡Quizá debamos ponernos en evidencia! Me alegra haberte conocido y compartir este mes alegre contigo. Es un mes emocionalmente contradictorio, lo confieso. Hace un año... [...] Con cariño. 8 de diciembre de 2020
Según Pedro Salinas, en su imprescindible «Defensa de la carta misiva y de la correspondencia epistolar», publicada en El defensor (2002):
Lo formularía yo así: la carta es terreno tan resbaladizo, que en la intención estrictamente humana, de comunicarse con otra persona por escrito, al tener que servirse inevitablemente del lenguaje, puede deslizarse al otro lado de las fronteras de lo privativo, sin que el autor se dé cuenta apenas, y convertirse en intención literaria (p. 43).
Esta maleabilidad estructural y lingüística es fundamental en la carta privada, razón por la que ocupa un lugar sumamente significativo al interior de las escrituras del yo. Ese rasgo esencial de la carta como medio de comunicación escrita, a la luz de la teoría autobiográfica, se convierte apenas en uno de sus aspectos, pero de ninguna manera es su carácter definitorio.
Libros de cartas de escritores
Antes de adentrarnos en las características del género epistolar, miremos algunos ejemplares de libros de cartas de escritores.
Características de la carta privada
Sintetizando lo expresado hasta el momento, podemos obtener las siguientes características de la carta privada:
1) La carta privada es un intercambio escrito entre dos personas que conforman una relación afectiva
Aquí caben las relaciones de amistad, de amor o familiares. La complejidad de las relaciones interpersonales permite que tanto la amistad como el amor y la familia interactúen en diversos niveles. Se es amigo de quien se ama, se puede amar a un familiar, un amigo puede ser parte de la familia (de sangre o por la fortaleza del vínculo afectivo).
2) La carta privada es un documento escrito que puede ser redactado a mano, a máquina o en computador
Por supuesto, la manera en la que es escrita ha sufrido cambios históricos importantes. Hay que ser muy claros en algo: una carta mecanografiada o digital no es menos carta que una redactada a mano. Sin embargo, la elección puede ser consciente y sus motivos varios; por ejemplo, redactar una carta digitalmente es algo normal en nuestra época y nos facilita ser más rápidos en la redacción, pero redactarla a mano nos permite entregar un mensaje cuya caligrafía también comunica sentido.
Para muchas personas, una carta manuscrita es un obsequio especial. La manera en la que se decida redactar la carta también obedece a ese intercambio intersubjetivo determinado por sus partes: destinador y destinatario. Cabe resaltar que la escritura por sí misma ofrece elementos ligados al cuidado de sí, tal y como se manifiesta en «La carta privada y el cuidado de sí. Segunda carta: la escritura».
3) La carta privada contiene la estructura general de las cartas, pero es maleable
En este tipo de carta es normal alterar su estructura y proponer otras. La carta privada es un terreno para el juego. Posee una estructura general, pero nada impide que se altere de acuerdo con el criterio del destinador. El criterio puede ser estético o, incluso, mediado por los efectos que espera causar en el destinatario. En el terreno de la privacidad las estructuras discursivas son más maleables que en el terreno público, pues no impera la formalidad.
4) La carta privada no contiene un tema específico
En un escenario para cualquier tema, siempre y cuando haga parte de los intereses de los carteadores. Es normal que una carta contenga un cuento, un poema, un fragmento de novela, etc. La carta misma, si se quiere, puede redactarse como un cuento. Incluso, muchos cuentos son redactados en forma de carta.
5) La carta privada, al ser un terreno maleable y juguetón, está muy ligada con la literatura
Esto ocurre debido a que en este tipo de carta es permitido romper fronteras genéricas y pretender efectos artísticos. Una carta con una buena redacción puede ser una pieza literaria de gran belleza. Además, en las cartas no es extraño encontrar fragmentos propiamente literarios, como composiciones poéticas o narrativas.
6) La carta privada, al estar ligada con la literatura, en ocasiones rompe la misma frontera de su privacidad
El destinador puede escribir pensando en la posibilidad de que su carta sea leída por un público amplio, razón por la que podría disponerse para una escritura que busca romper esa frontera de la privacidad al producir en ella una belleza textual que quedaría a disposición del público.
7) La carta privada, aunque puede romper la frontera de la privacidad, posee la condición fundamental de ser privada
El hecho de que pueda ocurrir el fenómeno del destinador pretendiendo la publicación de la carta no significa que este tipo de carta siempre trascienda ese límite.
Uno de los rasgos más fuertes de este tipo de carta es que, cuando tenemos la posibilidad de leer algunas, nos encontramos con chistes que no entendemos, apreciaciones sobre hechos específicos que no conocemos, opiniones sobre circunstancias que desconocemos completamente. Esto se debe a que, como lectores, estamos entrando en un terreno privado, y un rasgo definitorio de lo privado es, precisamente, que lo ocurrido allí es propiedad intelectual, afectiva y emocional de sus participantes. El destinador y el destinatario tienen la llave para abrir sus significados.
En este punto es importante mencionar que en la carta privada ocurren la autorrevelación y el autoconsuelo de quien escribe, razón por la que a veces no logramos entender completamente, como visitantes exteriores, el contenido personal de la carta.
La carta privada: una escritura autobiográfica
Las anteriores características son generales. Un análisis en profundidad nos permitiría identificar elementos puntuales a nivel discursivo. Además, un análisis profundo también daría la posibilidad de enfocarnos en un aspecto determinado. A continuación, trataremos con mayor detalle los rasgos de la carta privada como una manifestación de las escrituras del yo, de los textos autobiográficos.
En el libro De la autobiografía: teoría y estilos (2006) de José María Pozuelo Yvancos, el autor explica las vertientes analíticas sobre el tema de la autobiografía, las cuales pueden ser sintetizadas en dos: crítica de la ficción autobiográfica y crítica de la práctica autobiográfica.
La primera es constituida por quienes piensan que las narraciones del yo son siempre ficcionales debido al «estatuto retórico de la identidad» (p. 24) y que, por lo tanto, la voz del autobiógrafo es un silencio inapelable.
La segunda es conformada por quienes consideran a la autobiografía como un escenario textual para los «testimonios verídicos, históricos» y perfectamente tratables como «base documental por los historiadores». A esta segunda vertiente crítica hay que agregar a los autores que consideran el aspecto ético como objeto de análisis en este tipo de escrituras. A pesar de esa división crítica, es posible valorar los textos autobiográficos desde su dimensión ética sin desconocer el estatuto retórico de la identidad.
El estatuto retórico de la identidad es el carácter ficcional de la identidad. Lo que el escritor dice sobre sí en su texto es una representación textual ligada a los efectos de la lengua. De aquí se deriva la idea de que toda escritura autobiográfica es una forma incompleta (y jamás podrá completarse) de sí. Incluso, se puede concluir que, finalmente, el escritor moldea su identidad gracias a esa escritura.
Al estatuto retórico de la identidad podemos sumarle lo que podría llamarse «estatuto retórico de la realidad». ¿Qué es este estatuto? Es, al igual que en el caso anterior, una representación, pero esta vez es una representación del ambiente, del entorno, de la circunstancia.
Un claro ejemplo de este estatuto retórico de la realidad se presenta en la escritura del diario (otra escritura autobiográfica), en la que el escritor intenta recuperar fervientemente el momento presente. Anota lo que ocurrió en su día hasta llegar al momento de la enunciación. Anota lo que siente mientras escribe y describe su entorno y su posición.
Estos elementos también aparecen en la carta privada, pues, como ya se mencionó más arriba, en la carta privada hay espacio para muchas rupturas genéricas. Es normal que en la carta, por ejemplo, el destinador escribas frases como las siguientes: «Tuve que abandonar esta carta durante dos horas porque…», «Ahora regreso, debo atender algo…», «Se quema algo en la estufa, ya regreso».
Lo privado y lo íntimo en la escritura epistolar
Viajemos al pasado. Viajemos en la máquina más liviana que ha creado la humanidad: la escritura sobre el papel.
En Teoría y estética de la novela (1991), Mijaíl Bajtín dedica un espacio para la presentación y análisis de la «Biografía y autobiografía antiguas» (p. 282), fijado en el concepto del cronotopo, el cual refiere la relación tiempo-espacio al interior de los textos literarios y, por supuesto, su relación con el tiempo y el espacio extraliterario; para la autobiografía, esta relación entre el cronotopo interno y el externo es fundamental en la configuración del género y, por supuesto, de todas las escrituras del yo.
Veamos lo que expresa el autor frente a estas relaciones interiores-exteriores en las formas primordiales de la autobiografía y la biografía, ocurridas en la antigua Grecia:
Estas formas clásicas de autobiografía y biografía no eran obras literarias de carácter libresco, aisladas del acontecimiento socio-político concreto y de su publicidad en voz alta. Al contrario, estaban totalmente determinadas por ese acontecimiento, al ser actos verbales y cívico-políticos de glorificación pública o de autojustificación pública de personas reales. Por eso, no sólo —y no tanto— es importante aquí su cronotopo interno (es decir, el tiempo-espacio de la vida representada), sino, en su primer lugar, el cronotopo externo real en el que se produce la representación de la vida propia o ajena como acto cívico-político de glorificación o de autojustificación públicas (p. 284).
Toda escritura del yo cuando se vuelve pública se convierte en una expresión personal en el medio social o público, entablando lazos comunicativos con el mundo exterior a partir de la interioridad subjetiva del autor. Sin embargo, Bajtín se refiere específicamente a una sociedad en la que el concepto de lo privado no existía, razón por la que necesariamente toda expresión literaria era pública, sin omisión. Explica Bajtín:
Como es natural, en tal hombre biográfico (en la imagen del hombre) no había, y no podía haber, nada íntimo-privado, personal-secreto, vuelto hacia sí mismo, aislado en lo esencial. El hombre estaba, en este caso, abierto en todas las direcciones, todo él estaba en el exterior, no existía nada en él que fuese «sólo para sí», nada que no se pudiera someter a control e informes públicos estatales. Todo aquí, sin excepción y por completo, era público (p. 285).
«Todo aquí, sin excepción y por completo, era público». Toda expresión era pública. Toda manifestación de un miembro de la sociedad era para y en la sociedad, nada por fuera de esa exterioridad:
No existía todavía el hombre interior, el «hombre para sí» (yo para mí), ni un enfoque especial del mismo. La unidad entre el hombre y su conciencia de sí era puramente pública. El hombre era por completo exterior, en el sentido estricto de la palabra (p. 286).
En la época helenística hubo un debilitamiento de esa forma pública del ser. Un debilitamiento que, sin embargo, no demarcó una frontera entre las esferas pública y privada, pero que sentó un precedente de la carta como medio para una representación más individualizada de la vida:
[…] los géneros retóricos públicos existentes no permitían, de hecho, la representación de la vida privada, cuya esfera se ampliaba más y más, se hacía más ancha y profunda, y se encerraba más y más en sí misma. En esas condiciones, empiezan a adquirir mayor importancia las formas retóricas de cámara, y, en primer lugar, la forma de carta amistosa (p. 295).
Explica el autor que en estas expresiones la naturaleza empezó a ser descrita mediante la conciencia individual (no completamente individual, no el individuo de nuestros días), mediante una perspectiva más personal; se retrata «a través de los pintorescos retazos de las horas del paseo, del descanso, los momentos de una mirada casual a un paisaje surgido ante los ojos» (p. 296). Así, las minuciosidades cotidianas empezaron a ganar un espacio en el interés de los autores de su propia vida, comunicándolas en el escenario más estrecho de la amistad.
Aquí la escritura epistolar revela su gran potencia: la de ser el lugar de la escritura personal dirigida, encaminada hacia un lector en particular. Se entiende por qué en una sociedad de carácter esencialmente público la forma textual que permite la aparición de la conciencia individual sea esa en la que aún perdura el diálogo con otro.
Ante esta nueva inquietud de la sociedad helénica, la respuesta fue mantener el diálogo con el exterior, pero con un exterior más estrecho, acortando poco a poco la extensión de la recepción. La carta se presenta como una tecnología de ese yo que empieza a privatizarse.
Ahora regresemos a nuestro tiempo, el tiempo de lo público, lo privado y lo íntimo. Lo íntimo se asemeja a lo privado, pero tiene su fundamento en una expresión más profunda del ser. Nora Catelli En la era de la intimidad (2007) explica que:
[…] lo íntimo tiene que ver con dos actitudes distintas del sujeto o sobre el sujeto, dos maneras de la intervención en el ánimo o en el cuerpo propio o de otro. Gestos vinculados con la penetración (física pero figuradamente también moral o psicológica) de un sujeto sobre sí mismo o sobre otro, y con la introducción (física pero figuradamente también psíquica y moral) de algo en un sujeto; o de un sujeto a otro (en el sentido de presentación) (p. 46).
Así, lo íntimo es el espacio de la máxima interioridad, expresada en una doble dirección: desde el uno para el sí mismo y desde el uno para el otro. En cualquiera de sus dos direcciones, su fundamento es el mismo: penetración, introducción, subjetivación del ser. Es claro que este proceso es el culmen de la individualización en las sociedades modernas. ¿Y en qué se diferencia con lo privado? En la restricción del trámite de información.
Lo íntimo es el contenido predilecto del diario. El diario es su máxima materialización. Al diario no se le espía, esa información es íntima. La carta posee datos producto de esa penetración del uno sobre el sí mismo, pero dirigida a otro, una intimidad compartida; sin embargo, en la carta no todo contenido tiene tal grado de penetración de la intimidad, aunque reserva, por supuesto, la posibilidad.
En este sentido, su rasgo primordial es el de establecer un intercambio sujeto a la restricción de los espectadores, puesto que la relación entre los carteadores constituye un nosotros que enmarca el contenido hacia el interior de ese nosotros, en contraposición con ellos, los demás, los que trascienden el marco interpersonal. Lo público es, desde luego, todo aquello destinado a la mirada de la sociedad, con libertad de acceso.
La intimidad de la carta depende del vínculo entre los interlocutores, puesto que, a mayor o menor confianza, el contenido se expresa con mayor o menor intensidad sobre sí mismo y sobre el otro. La intimidad de los escritores parece desaparecer con su muerte, quedando bajo la voluntad del albacea. Cuando el crítico utiliza una correspondencia para analizarla, lo que hace es aprovechar esa brecha abierta entre lo privado y lo íntimo, abierta por la decisión del albacea. Por supuesto, en algunas ocasiones esa brecha quedó abierta por la voluntad del escritor.
Cuando se publica un epistolario, lo privado se vuelve público, llevando consigo la presencia mayor o menor de la intimidad. La publicación no anula ni la intimidad ni la privacidad, ellas perduran desde el momento en el que se instauran en el texto, lo que se modifica es el acceso a ese contenido; esto es, su contacto con el exterior. Recordemos lo dicho por Salinas:
Lo formularía yo así: la carta es terreno tan resbaladizo, que en la intención estrictamente humana, de comunicarse con otra persona por escrito, al tener que servirse inevitablemente del lenguaje, puede deslizarse al otro lado de las fronteras de lo privativo, sin que el autor se dé cuenta apenas, y convertirse en intención literaria (p. 43).
Nada hay de extraño en esto, puesto que la escritura de la carta privada lleva consigo el deseo de registrar la vida personal, para otro, sí, pero en la pulsión por el reconocimiento de sí frente a los demás. Quizá, en el caso de los escritores esa fuerza por la publicación es superior, puesto que son artesanos de la escritura, tejedores de la lengua, artistas.
Aquí vamos con cuidado: no es posible afirmar que tal sea la condición de todo escritor de una carta privada, puesto que, al considerar tal imperativo, invalidamos la fuerza de la privacidad en el intercambio epistolar enmarcado en una determinada relación interpersonal. Esto se plantea apenas como realidad posible y, en diversos casos, demostrable por el explícito deseo enunciado en alguna carta. El fenómeno existe, pero no es aplicable en todos los casos como si se tratase de una norma general y esencial.
Una vez planteada toda esta comunicación significativa entre la carta privada, las escrituras autobiográficas, la privacidad y la intimidad, veamos once características discursivas expuestas por Darcie Doll Castillo en «La carta privada como práctica discursiva. Algunos rasgos característicos» (2002).
Presentaremos estas características de manera sintetizada, exponiendo los aportes de Patrizia Violi en «La intimidad de la ausencia: formas de la estructura epistolar» (1987), texto al que recurre Castillo para varias de sus definiciones. Estos rasgos los presentamos para destacar el aporte de Castillo, importante al momento de abordar analíticamente el género de la escritura epistolar.
Once características discursivas de la carta privada
La función pragmática comunicativa
Como bien sabemos, la carta es un texto que tiene la función de comunicar un mensaje a un otro en particular, aunque bien puede destinarse a más de uno, pero todos con nombre propio. Este es su rasgo pragmático por principio. Esta comunicación se da en un espacio y tiempo diferido: el tiempo de escritura y de lectura no se corresponden.
La carta es un discurso de los géneros primarios
Bajtín distingue entre géneros primarios y secundarios, según el mayor o menor grado de practicidad y complejidad. Algunos discursos son más cercanos a las interacciones cotidianas, como la conversación, mientras que otros, como las novelas, son complejos y contienen en su interior a los primarios. La carta, menciona Darcie, pertenece a los géneros primarios.
Posee una estructura finita y un contenido infinito
La carta lleva la fecha de la escritura, el saludo, el cuerpo o contenido, la despedida y la firma. Estas son las señales de la carta, su forma finita. Por el contrario, su contenido no puede ser completamente delimitado, depende de la relación entre los interlocutores y también de sus necesidades. En ellas podemos encontrar cuentas bancarias, anécdotas de viaje, confesiones de amor y de odio, solicitudes de préstamos, críticas literarias, etc. En contraposición a su forma cerrada, su contenido es siempre abierto.
Los sujetos se definen por un contrato epistolar
El destinador y el destinatario se definen según un contrato epistolar que no es otra cosa que el vínculo que los define y determina el intercambio de información. Esa relación puede ser amorosa, económica, jurídica, entre otras. Patrizia Violi (1987), explica el contrato de esta manera:
Tal contrato, que tiene por objeto el reconocimiento de una relación y la constitución de los sujetos definidos por esa relación, es un elemento común presente en todo tipo de correspondencia epistolar: en las cartas de negocios los interlocutores serán definidos como sujetos de una relación económica (la carta puede adquirir además el valor de un contrato legal, por el cual los sujetos asumen recíprocamente unas obligaciones cuyo incumplimiento será perseguible por la ley); en las cartas amorosas el remitente se define por la revelación de su sentimiento, pero al hacerlo no sólo modifica su propio estatuto, sino también el del destinatario, que a partir de tal conocimiento no podrá seguir comportándose «inocentemente» (p. 91).
Dicho vínculo configura el intercambio epistolar, lo delimita en su temática y en su lenguaje. En la medida en que se construye una correspondencia, el vínculo puede transformarse a la par con el pacto; una correspondencia con el editor podría superar el marco laboral y comercial para tratarse en el marco de la amistad.
El contrato se modifica con la transformación de la relación y, esto es importante, la relación puede transformarse en el terreno epistolar, propiciando de a pocos la modificación de ambas instancias.
La situación de enunciación y recepción es enunciada en la carta misma
Para Patrizia Violi:
La inscripción dentro del texto de la estructura comunicativa es una especie de «marco», un frame de enunciación que, independientemente de las diferencias de contenido, constituye la marca específica, e imborrable, del género (p. 90).
He aquí uno de los elementos discursivos por los que la carta se distancia de la conversación, aunque tanto se le parezca: las marcas espaciales y temporales, la referencia al instante mismo de la enunciación (referencia sobre la referencia), todo señalamiento del entorno mediante una deixis textual. Estos señalamientos son innecesarios (aunque no imposibles) cuando los dialogantes comparten el mismo tiempo y espacio.
Posee un destinatario específico
El texto de la carta es dirigido. Como texto dirigido, comunica lo posible en relación con el vínculo interpersonal entre el destinador y el destinatario.
Por dirigido debe entenderse que su composición está explícitamente orientada hacia otro u otros con nombre propio. Esta direccionalidad es la que fundamenta la privacidad de la carta; sin embargo, es posible que dicha privacidad se extienda al campo de otros lectores que pueden ser amigos o familiares, avalados por el destinador a pesar de no haberlos especificados como destinatarios. Verdaderamente, el destinador no tiene el control absoluto de estos desplazamientos de la privacidad.
La autorreferencialidad y la autoobjetivación
Darcie Doll menciona cómo en la carta ocurre el fenómeno de la autorreferencialidad, es decir, de la mención del autor por el autor, provocando un «desdoblamiento yo-yo: el yo es observador y observado, y también es juzgado, compadecido, o comentado por el propio yo» (p. 10).
Esta situación es la que permite la potencia de la carta como tecnología del yo, puesto que genera la reflexión sobre el sí mismo y, por ende, el principio para la manipulación del ser para ser-se; todo esto en el intercambio con otro.
Es a esto a lo que Castillo denomina autoobjetivación. Salinas lo reconoce al decir que «el primer beneficio, la primera claridad de una carta, es para el que la escribe, y él es el primer enterado de lo que quiere decir por ser él el primero a quién se lo dice» (2002, p. 35). El destinador es el primer destinatario de la carta.
Toma en cuenta la respuesta del destinatario para la composición
El destinatario conoce al destinador y, por ende, es capaz de anticipar su respuesta, sus opiniones, sus perspectivas sobre el contenido de la carta. No parece algo particular, puesto que en las conversaciones cotidianas también anticipamos las respuestas del interlocutor; sin embargo, no olvidemos que la correspondencia epistolar es un diálogo diferido.
Mientras que en la conversación podemos verificar la precisión de nuestra anticipación instantáneamente, en la carta no queda más que esperar una respuesta que tardará de acuerdo con el tiempo que transcurra en el intercambio del mensaje. Por supuesto, en el mundo contemporáneo esa respuesta es más pronta. La carta por correo electrónico facilita este intercambio.
La tendencia a la autorreferencia
Ya lo hemos visto en rasgos anteriores: la escritura epistolar es un escenario paradisíaco para los elementos autorreferenciales; aquí se trata de la mención de la carta en la carta. En ella se le señala, se le justifica, se le acusa. La autorreferencialidad es una constante en el universo de las escrituras del yo, pero en la carta se potencia debido al carácter de espontaneidad que se reserva en su composición.
La composición se estructura alrededor de los sobreentendidos
Al ser escrita para uno o varios destinatarios en particular, cuando nos acercamos como espectadores no invitados, adolecemos de una falta de claves para comprender ciertos enunciados cuyos fundamentos son sobreentendidos por los interlocutores.
Los llamados «chistes internos», por ejemplo, son una muestra de esa direccionalidad semántica del discurso, para el que nos quedamos excluidos como espectadores, porque somo «ellos», los que están por fuera del «nosotros».
Se ubica entre lo literario y no literario, entre lo privado y lo público
En este tránsito de lo privado a lo público, el destinador puede convertir al otro en un tema literario, en una excusa para su oficio de escritor. En cuanto al contenido literario, estoy en desacuerdo con Castillo al asemejarlo al carácter privado o público, puesto que la exploración retórica de la lengua se convierte en la búsqueda de recursos que permitan la expresión de los afectos y de los efectos en las descripciones de los entornos. Su mayor o menor contenido literario no depende de su privacidad o publicidad.
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Documentos citados
Bajtín, M. (1991). Teoría y estética de la novela. Taurus Ediciones.
Castillo, D. D. (2002). La carta privada como práctica discursiva. Algunos rasgos característicos. Revista signos, 35(51-52), 33-57.
Pozuelo Yvancos, J. M. (2006). De la autobiografía. Teoría y estilos. Crítica.
Salinas, P. (2002). El defensor. Alianza Editorial.
Violi, P. (1987). La intimidad de la ausencia: formas de la estructura epistolar. En Revista de Occidente, (68), 87-99.