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Las Cartas del yagé y los diarios de Pizarnik:
el simulacro referencial en la narración autobiográfica

Las Cartas del yagé y los diarios de Pizarnik pertenecen al universo de las escrituras del yo. En este artículo se establecen algunos encuentros y desencuentros entre estos dos grupos de textos según el concepto de simulacro referencial.

Jorge Medina

Las Cartas del yagé

Para empezar, conviene revisar las nociones de byos, graphé y autos. Estas nociones permiten identificar los tres aspectos centrales de la escritura autobiográfica: la vida del autor, la escritura como herramienta y medio de expresión de aquella vida y la percepción del yo que origina la idea de autor e individuo.

Después de explicar estas nociones fundamentales, pasaremos a analizar la manera en la que se presentan en las Cartas del yagé y en los diarios de Pizarnik.

Byos, graphé y autos

Scarano (1997) explica que la narratividad autobiográfica es un proceso en el que intervienen tres dimensiones: el byos, el graphé y el autos. La primera corresponde a la vida vivida, la segunda a los signos/escritura y la tercera al sujeto que vivió la vida.

Las tres dimensiones se encuentran en el ejercicio de la autobiografía, al ser esta «el discurso de un yo que se construye retrospectivamente indagando en su vida/historia a través de la memoria actualizada/recuperada en escritura» (p. 5). Es decir: el autos es el yo que se construye al indagar en la historia de su vida (byos) las circunstancias que, recuperadas en la escritura (graphé), determinan o explican las características del sujeto.

El sujeto padece una escisión debido a la recuperación del yo del pasado mediante el filtro del yo del presente. Ese filtro es el de la identidad: el yo actual, quien se entrega a la labor de recordarse, de recuperar las circunstancias que, a su parecer, configuran su actual identidad, dejando de lado todo aquello que en nada favorece (o lo que no se recuerda) para la construcción de un sujeto más o menos integral.

Lo que resulta es un yo creado, escrito, vuelto signo legible, cuya virtud es la de reflejar al yo extratextual, de comunicarlo a los lectores. Con esto se manifiesta uno de los siete niveles de la narración autobiográfica derivados de las tres dimensiones ya explicadas: el nivel del simulacro referencial. Los otros seis niveles son los siguientes: 

  • las fisuras del yo: desplazamiento y disyunción;
  • el emblema del nombre propio;
  • la especularidad autorreflexiva;
  • la memoria como función discursiva: el incipit o «escena arcaica»; y
  • el topos de lo privado.

El simulacro referencial

El simulacro referencial es el «tropo de la representabilidad del byos y del autos» (p. 7). El byos y el autos son categorías de la realidad empírica, es decir, de la vida entendida como una relación emocional, sensacional y racional con los objetos (cualquier materia o idea) que rodean al ser humano, incluidos otros seres de la misma especie.

Esta relación a lo largo de los años constituye la suma de circunstancias que son la vida de ese sujeto, su trayectoria vital. En esa trayectoria, cada circunstancia está mediada por la emoción, la sensación y el pensamiento presente; en otras palabras: esas emociones, sensaciones y pensamientos son la circunstancia.

Cuando el sujeto se entrega a la tarea de escribir su autobiografía, intenta recuperar esa trayectoria. Por todo esto, la autobiografía se trata de un intento. En ese intento se crea el texto como signo con dos referentes: el autor (autos) y su vida (byos). Así, la autobiografía no es solamente la vida de alguien, sino una representación (un simulacro) de esa vida.

Es importante resaltar que, aunque es una representación de la vida, no es una mentira. Miente quien voluntariamente falsea los acontecimientos para engañar a otro o a sí mismo; no miente quien se vale de sus recuerdos y de su interpretación identitaria para darle forma a su subjetividad.

El ejercicio de interpretar la vida propia no puede acusarse de ser una mentira porque se pasaría por encima de la experiencia de cada autor. Esto no quiere decir que no exista la posibilidad de que una autobiografía se construya con la conciencia del engaño, situación que merece un análisis particular. No entraré en ese terreno, pero considero diferente la intención de engañar a otros de la intención de dotarse a sí mismo de voluntarios excesos de representación para fortalecer alguna carencia subjetiva. Aquí el asunto es ético, no solamente retórico.

Dos elementos son necesarios para definir la autobiografía como un simulacro: «la representabilidad de la vida en el lenguaje» (p.6) y «la creencia en la homogeneidad y representabilidad del individuo» (p.7).  Empezaré por el segundo.

La homogeneidad y representabilidad del individuo

La homogeneidad es la cualidad de lo integrado, lo limitado, lo medible porque conserva sus características. Lo homogéneo es un sólido. Un líquido, por el contrario, no mantiene su forma, cambia según el recipiente que lo limita; al quebrar la botella el líquido se dispersa perdiendo su forma, o al cambiarla de contenedor su forma se adecúa al nuevo escenario.

Este rasgo de los líquidos, dice Bauman, justifica «que consideremos que la “fluidez” o la “liquidez” son metáforas adecuadas para aprehender la naturaleza de la fase actual –en muchos sentidos nueva– de la historia de la modernidad» (2002, p.8). 

Esa nueva fase es la que otros llaman posmodernidad, que no es sino otra manera de nombrar (darle presencia) a una etapa de la vida social en la que las sólidas y estáticas relaciones sociales del antiguo régimen fueron derretidas por el entonces cálido espíritu de la burguesía que promulgó la libertad de ascenso, la autonomía del individuo, el carácter transformador del poder humano.

Bajo esta actual circunstancia, la identidad es difusa, o más bien, se descubre que lo que somos no es realmente lo que somos, puesto que no hay palabra (signo) que nos refiera, debido a la facultad heterogénea (no homogénea) del individuo. Al menos eso es lo que se pregona

Durante la modernidad se creía (ahora también puede creerse, todavía, y a pesar de) en la homogeneidad del individuo. Así, la obra precursora del género de la autobiografía: Las Confesiones, de Jean Jacques Rousseau, era, en 1770, una representación del individuo «Jean Jacques Rousseau».

Esta obra (y el género) es una manifestación de la «visión total de la individualidad [que] solo surgió en forma definitiva a finales del siglo dieciocho y dependió de un sentido histórico más extensamente desarrollado» (Weintraub, 1991, p.30).

El sentido histórico al que se refiere Weintraub es lo que él llama consciencia histórica: entender que nuestro pasado puede moldear nuestro presente. Esta comprensión es la identificación de las circunstancias que moldean a una persona, a una de las posibles personas.

Esta visión de la homogeneidad del individuo es la que permite consolidar al género de la autobiografía, al ser esta escritura una manera de volcar ese imaginario histórico en el ejercicio personal de encajar las piezas de la propia vida.

La representabilidad de la vida en el lenguaje

Este elemento alude a la capacidad del lenguaje para representar, de manera que permita narrar la vida; por supuesto, esta vida escrita no es directamente la vida vivida (aunque parezca una perogrullada decirlo), sino un simulacro, un signo que la referencia.

Un simulacro de terremoto no es el terremoto; en el simulacro no se vive la desesperación, el bullicio y la tragedia vividos durante el verdadero sismo. Luego, cuando se recuerden y narren los momentos del sismo, se crea un nuevo simulacro en el que participan el autor y el lector. El simulacro referencial es posible gracias a la potencia representativa del lenguaje, no a su carencia, sino a su virtud.

Las Cartas del yagé

Las Cartas del Yagé son una correspondencia entre William Burroughs y Allen Ginsberg, publicada en 1963. Su contenido es el recuento circunstancial de lo vivido durante la travesía que en 1953 realiza Burroughs hacia el Perú en busca del yagé; luego, en 1960, su amigo Ginsberg realiza el mismo viaje y lo relata en sus cartas. La publicación es decisión de ambos, con su respectiva edición y selección. Se divide en dos partes: «En busca del yagé (1953)» y «Siete años después (1960)»

Los autores de las Cartas del yagé pertenecen al grupo de la llamada generación beat: la generación abatida, golpeada, uno de los primeros movimientos de contracultura nacido en los años cincuenta. Realizaron ejercicios de experimentación literaria y de exploración de la conciencia, que señalan la gran herida que la Segunda Guerra Mundial abrió en la sociedad de Occidente. En 1953, la generación beat fue la de los que presenciaron tales atrocidades. 

Como movimiento de contracultura, se posiciona contra esa «razón» irracional que permitió esa gran tragedia de Occidente. Tres elementos revelan su posición: el afán por los viajes de carretera (manifestado en la novela de Jack Kerouac, En el camino, 1956), la experimentación literaria, como el collage, y la experimentación con la conciencia mediante el uso de sustancia psicoactivas. Las Cartas del yagé son una manifestación de los tres elementos: ligan la búsqueda de la experimentación de la conciencia con la técnica del collage al sumar las cartas para una publicación que también es el recuento de un viaje de carretera.

El simulacro referencial en las Cartas del yagé

Antes de identificar la manera en la que el simulacro referencial se presenta en las Cartas del yagé, hay que aclarar una situación: los niveles de la narración autobiográfica son pensados, inicialmente, como niveles de la narración del género de la autobiografía; es decir, como propios de aquella forma textual de la que se considera a Rousseau como precursor.

A pesar de lo anterior, en ese gran cuerpo de textos en los que el autor habla de sí (cartas, diarios íntimos, memorias, etc.), las características del género de la autobiografía son susceptibles de ser reveladas. Ahora bien, ¿cómo se presenta este «tropo de la representabilidad del byos y del autos» en el género epistolar?

Primero, es importante una caracterización formal a partir de las Cartas del yagé:

Hotel Colón, Panamá, 15 de enero de 1953.

Querido Allen:

Me quedé aquí para hacerme sacar las almorranas.
Calculé que no convenía ir a  meterse entre los
indios con almorranas.

(…)

Cariños

Bill. (p.11)

Este es el encabezado de la primera carta del libro, seguido del primer párrafo y la despedida. En el encabezado se registra el lugar y la fecha en la que se escribe, además del nombre del destinador. A continuación, inicia el cuerpo de la carta, su contenido. Al finalizar, la firma del destinador.

Así queda definida, formalmente, la carta. Y ya en esta identificación de rasgos formales se evidencia también el contenido, pues nunca la forma y el contenido son realmente independientes; por ejemplo, para el caso de la escritura epistolar, la estructura puede verse alterada por el tipo de relación entre el destinador y el destinatario. Puede darse el caso de que la formalidad estructural se afecte por el carácter informal de la relación entre los carteadores, de manera que el lugar y la fecha no se escriban al inicio, sino al final, o que se salte el saludo para entrar directamente en el cuerpo de la carta.

Más información sobre la carta privada en el siguiente artículo: «Carta privada: definición, estructura y características»

En el encabezado, la referencia al destinatario tiene una manera particular: «Querido Allen». Y al cerrar la carta, la referencia (autorreferencia) al (del) destinador es la siguiente: «Cariños Bill». En ambas frases queda manifestado un sentimiento que vincula a Allen y a Bill; esto es, la relación entre el destinador y el destinatario. Lo que hay en el medio, el cuerpo de la carta, es la consecuencia o refuerzo (satisfacción de expectativas) de dicha relación. Así es como el queriente Bill (nombre con el que firma Burroughs) le informa al querido Allen que se quedó en Panamá para hacerse sacar las almorranas. 

En otro tipo de relación (por ejemplo, comercial o laboral), la manifestación sentimental desaparecería y el contenido tendría una profunda transformación, reducido a la expectativa de un vínculo estrictamente formal o profesional.

Lo que hay en la carta es una determinada relación entre dos personas que configura el contenido y, por lo tanto, lo que el destinador diga de sí. Lo que hay en esta carta es una clara manifestación de confianza, un registro de lo íntimo para un amigo.

En primera instancia, aquí el simulacro referencial depende de la relación entre el destinador y el destinatario. Antes de continuar, es importante responder a esta pregunta: ¿por qué se escribe una carta?

¿Por qué se escribe una carta? ¿Por qué existen las Cartas del yagé?

Foucault descubre que el examen de conciencia tiene su antepasado en la forma epistolar, durante la Grecia clásica: 

El examen de conciencia comienza con este escribir cartas. El hecho de escribir un diario vendrá más adelante. Proviene de la era cristiana y se centra en la noción de lucha del alma. (2008, p. 66) 

Lo descubre al rastrear el origen de las escrituras autobiográficas, identificando el cuidado de sí como uno de los motivos para tomar apuntes acerca de sí.

Las cartas, como las de Séneca (frecuentemente mencionadas por el autor), son una de las primeras (si no la primera) narraciones autobiográficas escritas, pues las hubo, las hay y las habrá orales o gráficas (pensemos, por ejemplo, en las pinturas rupestres y en lo que podría significar el registro de la huella de la mano). Por lo tanto, la carta tiene en su origen una estrecha relación con la autoindagación, que posteriormente se convertirá en vigilancia con la aparición del diario durante el apogeo del cristianismo

Hay otra epístola, la moderna: 

Surge a partir del siglo XVIII […] a la par que la burguesía y el concepto de sujeto libre, pues es entonces cuando aparece la carta privada en tanto que manifestación de la privacidad de un sujeto que se la transmite a otro. (Pulido, 2001)

Y el desarrollo del sistema postal contribuye a que la carta se convierta en un medio de comunicación capaz de reducir las distancias geográficas. Este es uno de los motivos de la correspondencia entre Burroughs y Ginsberg. Escribe el segundo:

Si me voy de aquí antes de dos semanas y llega carta me será despachada de inmediato a Lima de modo que sabré de ti allí pero de veras quiero saber de ti Bill de modo que por favor escribe y aconséjame lo que puedas si puedes. (p. 69)

Y la respuesta de Burroughs revela un rasgo importantísimo de la carta:

No hay nada que temer. Vaya adelante. Mire. Escuche. Oiga. (…) ¿Escuchas ahora? Toma la copia adjunta de esta carta. Corta el papel a lo largo de las líneas. Vuélvela a armar colocando la sección uno junto a la sección tres y la sección dos junto a la cuatro. Léela entonces en voz alta y oirás Mi Voz. (p.75)  [Lo subrayado aparece en cursiva en el original]

La carta intenta, entonces, llevar la voz del destinador, contener su voluntad, atraparlo mediante el esfuerzo representativo de la palabra escrita. En la carta, como signo que referencia al autor, se revela una fuerza especialmente diferente a la del género de la autobiografía, pues la relación entre el destinador y el destinatario contribuye al simulacro referencial todo su entramado emocional, sensacional y racional que se difumina en la relación del autobiógrafo con el público lector.

Para conocer otros motivos por los que se escribe una carta y su relación con el cuidado de sí, consulta las «Cuatro cartas sobre el cuidado de sí y la carta privada».

En segunda instancia, aquí el simulacro referencial depende del propósito de la carta privada: recuperar la presencia del que está distante en la geografía del mundo, pero no en la región emocional del vínculo intersubjetivo. Y como medio de comunicación, el contenido de la carta se reduce a un lapso de tiempo no muy prolongado, sino más bien a la narración de una o unas pocas circunstancias que no permiten la creación de un individuo homogéneo; pues el sujeto destinador no se preocupa, necesariamente, por retroceder en su trayectoria de vida, sino por recordar tan solo aquello que desea contar. 

Con las anteriores características de la carta privada y de las Cartas del yagé, ya podemos abordar los diarios de Pizarnik para encontrar similitudes o diferencias.

Los diarios de Pizarnik

Los diarios de Alejandra Pizarnik inician en 1954 y terminan en 1972, con su suicidio. Nació en 1936. Es hija de inmigrantes judíos de origen ruso, de manera que su experiencia también se encuentra ligada a la Segunda Guerra.

Escribió principalmente poesía, y fue influenciada por ideas surrealistas y psicoanalíticas. En esto se asemeja a Burroughs y a Ginsberg, en la experimentación literaria mediante la exploración de la conciencia. Los tres comparten una época de convulsión social, de ruptura con la razón irracional. 

Los Diarios (2013) son una publicación póstuma de la que la editora, Ana Becciú, dice lo siguiente:

Estas publicaciones podrían dar la impresión de ser una violación de la intimidad del diarista, pero no cabe duda de que, al conservarlos, el escritor está indicándonos que es consciente del valor intrínseco que tienen. Esto es aún más evidente en el caso de Alejandra Pizarnik, ya que conservó sus cuadernos, en los que ella misma intervino hasta el último momento generando «fragmentos» de sus diarios que publicó en vida en importantes revistas de la época, a veces como «fragmentos de un diario» y otras veces como textos del más puro estilo «alejandrino». (p.11)

En esto hay una semejanza con las Cartas del yagé: los tres autores decidieron publicar textos cuyas características no son propias de los textos públicos, más bien obedecen a los registros que se conservan para la lectura personal. Lo que hay aquí es una valoración literaria (artística) del texto privado e íntimo, como resultado de las concepciones estéticas de sus autores. 

De nuevo, una aproximación formal. Los que siguen son apuntes de 1954:

24 de septiembre
Un nuevo día lleno de sol. Despego mi ventana y la
luminosidad cae en la habitación. Luz amarilla y
vital. Me da miedo por sus ansias fugitivas (…).
(p.18) [En adelante, las cursivas en el original]

El registro inicia con la fecha del día en el que se escribe; a continuación, el cuerpo del registro. Esta parece ser la forma más común, sin embargo, el registro del día anterior es diferente:

 23 de septiembre
 un nuevo día llegó
 pleno de sol y de sombras
 un nuevo día llegó
 a enquistarse en mi hondo caudal señero
(…) (p.15)



En este caso, después de sentar la fecha del registro, el cuerpo está escrito en verso, aunque designa una circunstancia similar: el nuevo día y el sol del nuevo día. Otro ejemplo:

26 de septiembre
Quebrada en el diván, asisto inquieta y divertida a
la ilógica ansiedad que salta dentro de mí. 
El temor al futuro me previene sigiloso: 
¿qué será de mí? (p.24)






Ahora, después de la fecha, la referencia del nuevo día desaparece. Podemos concluir, entonces, que el diario, aunque es un registro de los días, no contiene siempre el registro de un mismo momento; incluso, los registros no obedecen verdaderamente a una cronología. Sobre esto nos advierte Catelli:

Las funciones de un diario son variadas y muchas veces contradictorias. Como género, carece de estructura, no compone un relato, no selecciona lo significativo del pasado ni lo relevante del presente. Su única exigencia formal es la secuencia cronológica de la escritura: el hilo de los días. Desde luego, esta es una línea ideal: pueden existir cortes de meses y hasta de años, discontinuidades y desajustes flagrantes, evocaciones, relatos retrospectivos y anticipaciones. (2007, p.109)

¿A qué se debe este desorden estructural, esta ausencia de propósitos claros? A la falta de un destinador externo; en otras palabras: a la relación estrechísima entre el destinador y el destinatario. Aquí la distancia entre las dos partes parece anularse, pero no se anula, existe de manera particular: todavía el lenguaje media entre el autor y la manifestación de la vida del autor; el carácter representativo de la palabra escrita sigue en pie. 

El simulacro referencial en los diarios de Pizarnik

Después de sentar la fecha en la que se realiza la escritura, se escribe (en los casos mostrados, por ejemplo) una necesidad de capturar el momento, de traspasar la realidad empírica hacia el texto, con la fuerza del verbo conjugado en el presente continuo: «Despego mi ventana y la luminosidad cae en la habitación», «Quebrada en el diván, asisto inquieta y divertida».

Con estas frases quiere representar el mundo de los objetos, y con la mención del «temor», «el miedo» y «las ansias fugitivas» quiere representar el mundo de las emociones y las sensaciones, posteriormente, el mundo de los pensamientos: «¿qué será de mí?». Así, lo emocional, sensacional y racional que configuran las circunstancias en la vida son representadas en el diario mediante la voz del presente continuo. Aquí el «tropo de la representabilidad del byos y del autos» encuentra apoyo en el tiempo verbal y en la fecha para dar fuerza al signo del día que se vive

En un registro de 1955 menciona:

Junio
Aparentemente cada cosa tiene su sustituto. Sustitución que se sucede infinitamente. Yo creo que nada se reemplaza.
En este momento, estoy escribiendo sobre la mesita de un café. A intervalos imprecisos suspendo la pérdida del líquido tinta para compensarla mediante el líquido té. Sé que es una sustitución irrazonable. No cuerda. Pero no es esto lo que yo quiero expresar. Intento fijar este momento in-sus-ti-tu-i-ble. Mañana podré estar acá de nuevo haciendo y pensando Lomismo [sic]. Pero nada se igualará a esta inefable presencia angustiosamente temporal. (p.37) [Lo subrayado aparece en cursiva en el original]

Así queda registrada en el diario la angustiosa situación que siente Pizarnik al saber que no puede plasmar, en realidad, la angustia de su situación. La escritura diarística la aproxima, pero no lo soluciona; más bien parece alejarla al revelarle que la distancia es reforzada por la ilusoria cercanía. Sin embargo, manifestar la dificultad permite aproximarse al fenómeno, aceptarlo y entender que, a pesar del conflicto, existe una «sustitución».

El simulacro referencial es reforzado poderosamente en este tipo de escritura. El tiempo entre el acontecimiento y la narración del acontecimiento se acorta tanto que revela la angustia por narrar también el momento de la escritura, resaltando el carácter retórico, poético más que mimético, de la escritura autobiográfica. 

Finalmente…

El simulacro referencial es el «tropo de la representabilidad del byos y del autos», la posibilidad de representar en un texto la vida de un autor y su existencia, a pesar de las distancias entre la vida real y la vida escrita. Aunque nace como concepto aplicado al género de la autobiografía, nada impide rastrear su forma en otras escrituras del yo, como la epistolar y la diarística

En las cartas, este simulacro está estrechamente vinculado con el tipo de relación existente entre el destinador y el destinatario, pues esta determina en gran medida el contenido de los textos y, por ende, la manera en la que el autor escribe sobre sí y sobre su vida, lo que desea representar, tal como en las Cartas del yagé.

Para el caso de los diarios, su presencia estaría determinada por ese deseo de representar cada día, en un tiempo bastante inferior al de la escritura epistolar; además, el autor no se representa tanto para otro como para sí mismo, en una situación de mayor intimidad.

En las cartas, la representación de la vida y del autor obedece a la narración de un tiempo no demasiado extenso, puesto que la escritura de una carta no es suficiente para interpretar integralmente la historia propia.

En el caso de los diarios, el tiempo entre el acontecimiento y la narración es aún más estrecho que en el de la carta. Mientras que en la escritura epistolar pueden pasar semanas, en la diarística la distancia es de, generalmente, veinticuatro horas. Hay en la escritura del diario una urgencia por presentar el momento de la narración, pero esta urgencia no hace más que reforzar el simulacro de la vida, de saber que se trata de una «sustitución irrazonable», en palabras de Pizarnik. 


Al final, es posible concluir que en la carta el simulacro referencial se potencia en la dimensión del autos, y en el diario se potencia en la dimensión del byos.


Documentos citados

Burroughs, W. & Ginsberg, A. (1971). Cartas del yagé. Buenos Aires, Argentina: Ediciones Signos.

Catelli, N. (2007). En la era de la intimidad: seguido de El espacio autobiográfico. Beatriz Viterbo Editora.

Foucault, M. (2008). Tecnologías del yo. En Michel Foucault, tecnologías del yo y otros textos afines (pp. 45-97). Paidós. 

Pizarnik, A. (2013). Diarios. Lumen.

Pulido, T. G. (2001). La escritura epistolar en la actual encrucijada genérica. Signa. Revista de la Asociación Española de Semiótica, (10). 

Scarano, L. (1997). El sujeto autobiográfico y su diáspora, protocolos de lectura. Revista Orbis Tertius

Weintraub, K. (1991). Autobiografía y conciencia histórica. Suplementos Anthropos, (29), 18-33


Imagen de cabecera tomada de Pixabay.


Jorge Medina

Licenciado en Literatura egresado de la Universidad del Valle. Finalista del IX Concurso de Poesía Inédita de Cali en el XIV Festival Internacional de Poesía de Cali de 2014 y ponente de la Feria Internacional del Libro de Cali de 2018, en la mesa «Hablemos del cuento: jóvenes narradores». Escribe poemas, ensayos, artículos de opinión y minicuentos.