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«La muerte del Jinete»: escribir para el ausente.
La escritura en los testimonios del Informe Final de la Comisión de la Verdad

Este es el primero de una serie de artículos en los que pretendo señalar las manifestaciones de la escritura en los testimonios del Informe Final de la Comisión de la Verdad. En esta primera etapa me centraré en el tomo 6: Cuando los pájaros no cantaban: historias del conflicto armado en Colombia, tomo testimonial. Es un acercamiento exploratorio y reflexivo.

Jorge Medina

La escritura en los testimonios del Informe de la Comisión de la Verdad. La muerte del Jinete, primer análisis

El Informe Final de la Comisión de la Verdad, titulado Hay futuro si hay verdad: Informe Final de la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad, la Convivencia y la No Repetición, se compone de 11 tomos. El tomo 6 es un compendio de testimonios de 260 voces que vivieron el conflicto de diversas maneras. Se titula Cuando los pájaros no cantaban: historias del conflicto armado en Colombia, tomo testimonial

El tomo 6 está dividido en 3 grandes apartados: 

  • «El libro de las anticipaciones»
  • «El libro de las devastaciones y la vida»
  • «El libro del porvenir»

El «Libro de las devastaciones y la vida» está dividido en 4 cuadernos. El testimonio «La muerte del Jinete» pertenece al cuaderno II: «Cuerpos fisurados». Este cuaderno tiene 3 partes. El testimonio que abordaré pertenece a la parte «De muertes y sobrevivencias». Para ilustrar mejor el lugar que ocupa este testimonio en la estructura del tomo 6, observemos este esquema:

«La muerte del Jinete»: ubicación en el Informe Final.

El testimonio

«La muerte del Jinete» es el testimonio de una mujer acerca de su relación con su padre ausente. Narra cómo descubrió que no tenía padre, lo que pensaba de niña sobre esta ausencia y la manera en la que aceptó finalmente la muerte de este hombre al que le escribió durante casi 13 años

En este relato se identifican 3 momentos cruciales:

  1. El descubrimiento de la ausencia del padre.
  2. La espera del regreso del padre.
  3. La aceptación de la muerte del padre.

El descubrimiento de la ausencia del padre

Un día una maestra nos puso a dibujar en el colegio, yo tendría como cinco años. Vivíamos en un suburbio de Montería con un grupo de gente desplazada. Esta era mi realidad, mi contexto: agobiante, repulsivo, sin comida, con hambre, no había dónde ir al baño. De alguna manera, entendía que eso no era lo correcto. No lo normalicé. No, no. La maestra entonces nos dijo «dibujen la familia». Y yo dibujé a mi mamá, a mis hermanos y a mi abuelita. Me hizo sentir terrible porque no dibujé un papá: «Ajá, y ¿esto por qué está incompleto?». «No está incompleto. Esa es mi familia». «Y ¿el papá dónde está?». «¿Qué es un papá?». «Todo el mundo tiene un papá», me dijo, y me mandó a traer a mi mamá.

Así es como descubre que hay algo llamado padre, y descubre también su ausencia. Al preguntarle a una de sus hermanas mayores sobre la identidad de su progenitor, esta le señala a un hombre en un caballo retratado en una foto que recientemente se colgó en la sala de la casa. «Me dijo que el de la foto era mi padre. No me habló de la causa de la muerte, no me dijo nada de eso y terminó por generarme mayores dudas». 

Asiste así a la revelación de la figura de su padre, y ahora la pregunta es dónde está. Quiso averiguarlo. No encontró respuestas ni de su madre ni de su hermana. Sin embargo, se las ingenió para escuchar las conversaciones de su madre sobre el tema, que empezaron a ser frecuentes. Un día le escuchó decir «No hubo tiempo para la tristeza, yo no tenía tiempo de llorar porque tenía que enterrar a esos muertos». 

La niña no entendía qué era la muerte. En su cabeza pensaba que su padre estaba vivo y escondido. Creía que estaba tratando de escapar de «unas personas malas; entonces, en algún momento va a llegar. Seguro tiene caballos, entonces va a venir y nos va a rescatar de toda esta mierda».

La espera del regreso del padre

Empecé a idealizar a mi papá, que era el salvador, el héroe. El jinete estrella. Empecé a soñar con él, a imaginármelo con sus caballos. Todo el tiempo sufría pesadillas. Siento que también me asustó lo que oí, pensar que nosotros habíamos hecho algo malo. Pero por otro lado había como cierta esperanza de que el padre estuviera vivo y que llegara a rescatarme. No sé por qué me aferré a la idea de que estaba vivo.

Un año después su madre le aseguró que su padre estaba muerto. Sin embargo, ante la pregunta de dónde estaba enterrado, ella respondió: «No, es que no está en un cementerio». En el pensamiento de la niña esto no tenía sentido: «Mi lógica era que mi padre no estaba muerto porque los muertos van al cementerio». De esta manera reafirmaba que su padre estaba vivo y que regresaría.

En este segundo momento del relato se manifiesta la escritura:

Le puse empeño a perfeccionar la escritura. Empecé a escribir unas notas, unos diarios. «No sé cuándo va a volver mi padre, pero va a volver. Entonces voy a escribir para que sepa lo que ha pasado conmigo mientras regresa». Los escribí por muchos años. Los quemé el día en que enterramos a mi papá, los quemé ese día. En el ejercicio de la escritura encontré una forma de ir contando lo que pasaba en el día a día y otras cosas en las que también encontré valor, como la ayuda de los demás. Cosas que yo pensaba hacer con mi padre cuando él volviera, las escribía.

La escritura se presenta en la modalidad del diario, esa forma íntima en la que el registro textual ocurre de manera cotidiana. En el diario hay espacio para todo. En este caso, era el espacio para almacenar sus experiencias y poder contarlas a su padre cuando regresara

Este registro es bastante significativo. Se instaura en el diario, que es una forma de estrecha privacidad y usualmente reservada para un solo lector: el mismo escritor. En este caso, la escritura es para un tercero. Es un diario cuyo destinatario no es ella misma, sino un otro, un ausente

Una de las características del diario es que permite (de manera retórica) atrapar el tiempo y el espacio del presente a tal punto que la escritura misma del diario puede ser un tema en el apunte del día. Es decir, el diario proclama una lucha contra el paso del tiempo; la escritura es la manera de fijar el ahora. ¿Qué fijaba esa niña? Se fijaba a sí misma para entregarse a su padre. Es valiosa la frase «voy a escribir para que sepa lo que ha pasado conmigo mientras regresa». Ella atiende a su necesidad de existir en la lectura que su padre pudiere realizar del pasado. 

Es, quizá, una manera de guardar esta vida en la que su padre no está para poder vivirla con él (re-vivirla) en la lectura. La escritura es una forma de congelar el presente; la lectura es la manera de descongelarlo. 

En ese diario no solo atiende a la necesidad de fijarse para su padre, sino también a la de proyectarse en ese futuro en el que podría compartir con él. Por eso dice: «Cosas que yo pensaba hacer con mi padre cuando él volviera, las escribía».

La escritura se manifiesta en este testimonio como una manera de relacionarse con el ausente. La escritura fija el presente para entregarlo en el futuro, y también permite fijar el futuro (como proyecto) desde el presente.

La aceptación de la muerte del padre

Esos diarios van como desde los seis y medio, siete años. Los quemé el 30 de mayo del 2010. O sea, yo tenía casi veinte años, había dejado de escribir hacía unos meses apenas. Eran cartas, otros eran poemas. Era un compilado grande de cosas.

Durante cerca de 13 años escribió para su padre. No solo eran diarios, también cartas y poemas. Esto da cuenta de otras modalidades de escritura. No sorprende que haya escrito cartas, pues son una manera de establecer una relación más directa con otra persona. ¿Qué pasó el 30 de mayo de 2010? Ese día entregaron los restos de la exhumación de su padre, que se realizó a finales de 2009. 

Mi mamá se fue para donde estaba la caja esa y alzó la tapa. Y dijo: «Lamento tener que presentarle a mi hija así a su padre». Yo, claro, tuve que ir. Miré: hubiera deseado morirme o tener un botón en algún lugar del cuerpo para que se apagara. El bulto de cosas que estaban pasando era demasiado para mí, no podía manejar esa situación. Era el fin del proceso idílico que yo había generado. Me acaban de matar al jinete y, ahora, ¿quién iba a rescatarlo?

Para la protagonista de este testimonio, la escritura tuvo sentido mientras creía en el regreso de su padre. Ella escribía para un ausente vivo, no para un muerto. Ya no había manera de descongelar ese presente almacenado durante una década.

Adenda: el relato de la muerte del padre

Cuenta la protagonista de este testimonio que su madre narraba el relato de la muerte de su esposo de la siguiente manera:

«Es que el 14 de diciembre de 1989 llegaron unos hombres armados a mi casa, preguntaron por los hombres, nos pusieron a todos en fila. Mi esposo forcejeó con uno de los señores y le dispararon en la cabeza en repetidas ocasiones», cuenta mi mamá y luego dice que, después de que le echaran fuego a la casa, ella fue la que sacó heroicamente los muertos de la candela y que le quedó una pierna en las manos. Para mí todo lo que estaba diciendo era macabro, malo, maluco. Para ella era una cosa anecdótica, decía «yo no como la pata de la vaca porque me quedó la pata de ese muerto en la mano».

En el fuego ardió la casa, el cuerpo del padre, la tranquilidad de la madre y la escritura.


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