Duginavi: comunión y transgresión
en el mito kogui
Duginavi es un héroe solar que se abre paso en un desconcierto cósmico —personificado en el celo destructivo de Nyíueldue y Karldikukui, o el desenfreno sexual de las mujeres Kumigua—.
Ricardo A. Bolaños
Hybris es una palabra que, de manera instantánea, quizá asociemos a semidioses griegos en sandalias aladas. Sin embargo, la conducta que esta describe es universal; cualquiera que sea la mitología o cultura en que posemos nuestra atención, nos toparemos con el héroe de turno desafiando al orden cósmico en un arrebato de vanidad, furia o simple curiosidad.
En lo que se refiere a los mitos indígenas colombianos —y especialmente los del pueblo kogui de la Sierra Nevada de Santa Marta—, son muchos los que abundan en esta «rebeldía» arquetípica, pero el de Duginavi es uno de los que mejor expone la conflictiva individualidad del héroe mitológico, modelo tanto de devoción como de incontenible soberbia.
Sigamos, entonces, las huellas del pionero mítico kogui de la agricultura y del dominio de los elementos, el gran Duginavi, y cómo se debate entre la comunión y la transgresión.
Comunión
Lo primero a tomar en cuenta son las coordenadas espaciales que ya de entrada ofrece el relato mítico de Duginavi:
Duginavi era un hijo de la Madre. Era hermano de Sintana, Kashindukua, Bunkua-sé, Noána-sé y Ambuambu. Entonces Duginavi vivía arriba en el cielo, junto con la gente de Makú, la «gente del Trueno».
Un día Duginavi encontró al «Rey de los gallinazos» y le dijo: –Préstame tu vestido para bajar a la tierra.
El Rey de los gallinazos le prestó su vestido y así Duginavi bajó a la tierra y se puso a hacer un sembrado (Reichel-Dolmatoff, 1985, citado por Rocha, 2010, pp. 565-566) (el resaltado es mío).
Hay, entonces, un arriba y un abajo, distribuidos, como veremos, en el cielo, la tierra y el inframundo acuático, pero, ante todo, un abismo entre ellos que Duginavi debe salvar, esto en un espacio donde todavía reinan la furia y la desarmonía entre los elementos. Después de que Duginavi-gallinazo desciende a la tierra a sembrar, es atrapado por Nyíueldue, padre del agua o hermano mayor del agua (según indica la etimología de su nombre) con ayuda de su hijo Teiku, y encarga de su cuidado en una jaula a su hija Karldikukui, la madre del agua (Gómez, 2010, p. 123).
Nyíueldue y Karldikukui no tardan en mostrarse como deidades antagónicas. En el caso del primero, no solo reprueba que Duginavi seduzca a su hija, sino que obstaculiza de noche la labor de siembra haciendo crecer monte y rastrojos, además de intentar matar a Duginavi y a su hija con un incendio a la casa, que estos logran burlar. Karldikukui, por su parte, revela su lado más siniestro cuando, furiosa porque Duginavi se dedica a tallar máscaras rituales en lugar de cultivar, cocina en una olla a la hija de ambos antes de desaparecer. Por primera vez el fuego y el agua se avienen, mas de forma terriblemente nociva.
Fuego que destruye, agua que entorpece la agricultura; esta furia de los elementos empieza a cambiar a partir de la invención y uso intensificado de las máscaras chamánicas, que le hacen cognoscible a Duginavi la naturaleza de los elementos en un grado superior; facilita una identificación (yuluka). Cuando Duginavi se entera del fatal destino de su hija y la ausencia de Karldikukui, intenta suicidarse arrojándose al río, pero:
Entonces se puso la máscara de Río, y de golpe vio que el río era mujer (Reichel-Dolmatoff, 1985, citado por Rocha, 2010, p. 568).
Con esta acción, entonces, Duginavi propicia la complementariedad del principio masculino solar con el femenino acuático. Cuando estas aguas le arrastran al mar, Duginavi es engullido por Mevankukue, monstruo femenino que reproduce el célebre motivo del «vientre de la ballena», el cual, según Joseph Campbell:
Subraya la lección de que el paso del umbral es una forma de autoaniquilación. (…) En vez de ir hacia afuera, de atravesar los confines del mundo visible, el héroe va hacia adentro, para renacer (Campbell, 1959, p. 57).
La idea de «renacer» es clave aquí, ya que este paso a la oscuridad supone para Duginavi todo un salto cualitativo, pues es en las entrañas de Mevankukue donde por fin logra armonizar y dominar los elementos agua y fuego, hasta el punto de que acciona este último para escapar de vuelta a la superficie.
Ahora bien, es en este ir y venir por los distintos niveles del cosmos que se empieza a tejer el axis mundi, ese eje o «centro del mundo» que aquí se manifiesta en el Camino del Sol (el cual facilita el regreso de Duginavi al cielo) y el árbol en cuya copa emprende la talla de las máscaras rituales, siendo el árbol el axis mundi por excelencia del mundo mítico americano (Rocha, 2010).
Este axis mundi en el relato es, sin embargo, más una fuerza latente que un lugar físico, pues se vuelve accesible a Duginavi mediante el uso ritual de artefactos de poder chamánicos como el traje del Rey Gallinazo, los cuchillos de piedra, las máscaras del agua, la brisa, el aguacero, etc., objetos que «le permiten al chamán la identificación e incorporación de la deidad y de las fuerzas, su comunión» (Gómez, 2010, p.197); y el cristal de roca (otro elemento de poder chamánico empleado después por Duginavi para invocar el aguacero), todo esto asociado en el pensamiento kogi a la noción de Yuluka –«estar de acuerdo», armonía y perfeccionamiento– (p. 157), la que, de acuerdo con Mircea Eliade, es inherente al axis mundi, tomando en cuenta que:
El hombre desea situarse en un espacio «abierto hacia lo alto», en comunicación con el mundo divino. Vivir junto a un «Centro del Mundo» equivale, en suma, a vivir en la mayor proximidad posible de los dioses (Eliade, 1981, p. 56).
Transgresión y desmesura
Si está visto hasta aquí que las acciones de Duginavi tienden a buscar la comunión con las fuerzas de la naturaleza, es evidente también que causa conmoción allí donde pisa.
Duginavi es un héroe solar que se abre paso en un desconcierto cósmico —personificado en el celo destructivo de Nyíueldue y Karldikukui, o el desenfreno sexual de las mujeres Kumigua—, pero, desde otro punto de vista, cada paso en su misión ordenadora supone un asalto a ciertos órdenes y jerarquías primordiales.
Ya desde el momento en que abandona el cielo hay una tentativa de transgresión, toda vez que el propósito de Duginavi es la siembra, en una tierra aún infértil y montaraz. Como vimos, una vez capturado en el nivel del suelo, Duginavi supone una presencia intrusiva en los dominios de Nyíueldue, padre del agua, al atreverse a seducir a la hija de este con un plumaje vistoso de ave.
Además, si los artefactos chamánicos facilitan la comunión cósmica, también constituyen un desafío. Las máscaras, como vimos, le permiten penetrar en la esencia de las fuerzas naturales, lo cual también es percibido como un desvío del «plan original» (es decir, labores agrícolas pasivamente sometidas a la furia de la naturaleza), despertando así la ira de Karldikukui.
Lo mismo puede decirse del hacha y el cuchillo de piedra en su retorno al cielo, en los dominios de la Gente de Makú o del Trueno. Estos seres poseen el don de la agricultura (concretamente, la habilidad de despejar monte), vedado para Duginavi especialmente porque el sentido de las cosas está aquí invertido (a dormir se le llama «trabajar mucho», y a trabajar duro, «no trabajar»). Es cuando la labor agrícola tradicional resulta ineficaz que entra a jugar el cuchillo de piedra:
(…) Entonces Duginavi estaba triste porque no sabía trabajar y se fue donde la Madre. La Madre dijo: «Cuando vayas a trabajar con el Trueno, fíjate bien cómo hace él. Ahora cuando vayas allá escógete una tierra aparte, mídela y luego ponte a dormir en la orilla del monte. Luego vete un poco más allá y duerme de nuevo. Luego más allá hasta que hayas hecho un círculo» Entonces la Madre dio a Duginavi un hacha de piedra y un cuchillo de piedra. Duginavi fue otra vez donde estaba la Gente del Trueno. Allá se escogió un pedazo de monte, lo midió y luego clavó su hacha y su cuchillo en un árbol y se puso a dormir. Luego se fue un poco más allá y durmió de nuevo, luego más allá y más, hasta dar la vuelta. Al mismo tiempo se fijó bien y vio que la Gente del Trueno hacía lo mismo. Entonces Duginavi se despertó y vio que todo el monte dentro del círculo estaba tumbado (Reichel-Dolmatoff, 1985, citado por Rocha, 2010, p. 570).
De modo que, con estos artefactos y este ritual, Duginavi logra conquistar el don de la siembra de la Gente del Trueno; desde entonces, la convivencia entre ellos se torna cada vez más inestable: al «robo» del don de la agricultura sobreviene el hurto que los truenos hacen en el sembradío de Duginavi, a lo que este responde con su desmesura definitiva, pues, además de robar uno de los tambores de la Gente de Makú, Duginavi invoca con la máscara del aguacero un diluvio que devasta los cultivos de los truenos, y llega a su pico cuando, ingiriendo un ojo de culebra, se transforma en una versión monstruosa de este animal y huye de la ira de los truenos devorando a cuantos encuentra a su paso.
El que fue héroe civilizador se ha desfigurado en una amenaza cósmica y, finalmente, la Gente de Makú vence a este Duginavi desbocado arrastrándolo hasta la desierta Guajira, para arrojarlo a un enorme hoyo donde se forma después una laguna. De ordenar los elementos y moverse a sus anchas por el universo, Duginavi pasa a quedar convertido en una columna de piedra, en una región desértica donde la relación de los elementos es desproporcionada.
De manera que hemos podido ver cómo cada acto creador del héroe en la mitología kogui oscila entre la comunión y la transgresión, pues contiene en sí mismo una esencia provocadora que cada vez lo va consumiendo más hasta precipitarlo al castigo.
No es la creación pura —es decir, de la nada— lo que define a Duginavi como héroe cultural, sino la transformación, pues el viaje de este héroe kogui no es la colonización de un espacio primordial inerte y pasivo, sino la confrontación de un caos vivo, fuerzas y leyes con las que debe transigir o lidiar para completar su tarea cósmica: la conquista de la agricultura, la armonización de los elementos y la templanza de sus propios impulsos.
Documentos citados
Campbell, J. (1959). El héroe de las mil caras. Fondo de Cultura Económica.
Eliade, M. (1981). Lo sagrado y lo profano. (4.ª ed.). Guadarrama-Punto Omega.
Gómez Cardona, F. (2010). El jaguar en la literatura Kogi. Universidad del Valle.
Rocha Vivas, M. (Comp.) (2010). Antes del amanecer: antología de las literaturas indígenas de los Andes y la Sierra Nevada de Santa Marta. Ministerio de Cultura.