Tríptico de la Historia:
fotografías en el paro nacional
Toda foto, como cualquier lengua, tiene un alcance limitado para abarcar la condición humana; aun así, es suficiente para adivinar el parpadeo del sentido de la vida, porque la imagen del pasado es una luz en la sombra del «ahora».
Juan Sebastián Mina
Toda foto, como cualquier lengua, tiene un alcance limitado para abarcar la condición humana; aun así, es suficiente para adivinar el parpadeo del sentido de la vida, porque la imagen del pasado es una luz en la sombra del «ahora». Con esto, las fotos que hacen parte de este tríptico no son más que breves destellos que se impregnaron en mí y revolvieron un deseo frenético por hablar de ellos, como el olor amaderado de un perfume en la calle o la imagen del rictus de un niño en algún país lejano.
Ahora bien, ¿por qué «de la Historia»? Porque en medio de las manifestaciones que tienen lugar en Colombia, la discusión acerca de la Historia, o bien entendida como narrativa movilizadora, o bien como concepto filosófico, es lo que está en juego. Frases como «Vamos a cambiar la Historia», «La Historia no nos representa» o «Somos y hacemos Historia» son solo algunos ejemplos de cómo la Historia se tomó las calles, aunque siempre estuvo ahí. Incluso, me atrevo a decir que los seres humanos somos un acuerdo vivo entre el tiempo y la Historia mediados por la experiencia.
Como bien sabemos, la Historia se sostiene en símbolos —estatuas, banderas, himnos, comidas—, y estos contienen, en su esencia —o eso se espera—, el «ADN» del lugar en donde nacen. Sin embargo, de esa relación entre la Historia y sus símbolos surge una primera discusión: ¿quiénes han construido la Historia y cuáles han sido sus intereses? Incluso, una segunda: aunque nos han vendido que la Historia no se trata de una lucha de clases, aunque casi, ¿acaso esto que atraviesa el país no es una lucha por un aspecto de la humanidad que para algunos está vedado: la dignidad? Por su parte, la Historia necesita de un soporte, y las fotografías aquí seleccionadas hacen parte del soporte de las historias (sí, con «h» porque es solo un pedacito, quizás insignificante, de esa otra Historia con «H») que quiero recordar. Con esto, articular históricamente lo pasado, lo vivido, con lo que «ahora» consiste en adueñarse de un recuerdo. Este es mi recuerdo. Aunque no soy quien aparece en las fotos ni siquiera quien las tomó, hacen parte de una suerte de experiencia colectiva que nos congrega solo con verlas.
Quizás tenemos exceso de Historia porque tenemos exceso de nosotros mismos. Y quizás por eso nos gusta ser embaucados por una buena historia. Estas fotos son dos historias que me han embaucado. ¿Dos? ¿Acaso no es un tríptico? La Historia responde al pasado porque el presente es solo una vorágine de «ahoras» que ya pasaron, y el futuro no existe porque carece de tiempo. El futuro es solo la proyección del pasado en un vacío que se sostiene en anhelos y esperanzas. Así, son dos fotos que hablan de una suerte de tiempo más alejado del momento en el que escribo esto, mientras que la tercera foto corresponde al «ahora» en el que usted, lector, lectora, generosamente lee el Tríptico de la Historia y su fotografía personal complete el sentido y haga de las fotos una presencia convincente dentro de su experiencia. Quizás usted pueda iluminar los vacíos que mi torpeza dejó en el ostracismo. De hecho, este ejercicio es una tentativa de contacto en el tiempo, de onda sináptica histórica, que busca alimentar la idea de que la Historia nos pertenece a todos y su soporte es cada una de las vidas aquí involucradas.
Ayer
Esta foto es la composición sutil entre todas las posibilidades que existen entre el negro y el blanco. Es la captura del pasado que lanza un grito mudo. Silencio. Siempre que la veo siento que la bruma oscura avanza en su delicado juego y amenaza con cubrirlo todo. Y ahí va, lenta, briosa, irremediable. Luego me parece que es la claridad quien se arma de valor y empieza a ganar espacio. Y entre una y otra sucede la foto.
En el fondo, como resistiéndose a ser devorado y poco legible, se ve el enorme aviso de Pan y Pan, una panadería donde no pocas veces comí y reí luego de jugar fútbol a unas cuantas calles. No recuerdo cuándo fue la última vez que me senté en sus sillas metálicas, pero sí recuerdo que llovía, y mucho, como si estuvieran lavando el mundo. Quizás solo lo preparaban para esta foto. Mientras llovía, los jeeps cargaban pasajeros afuera de la panadería y agitaban el aire con sus incansables motores; ahora, hay barricadas, ollas comunitarias y cambuches improvisados, improvisados como casi todo en este país.
En segundo plano hay mucha gente —claro, es una marcha— con palabras que naufragan en las bocas, como si una tormenta en sus cabezas los hubiese impulsado a la calle. Y ahí están, caminando por indignación o por orgullo; quizá por el entusiasmo de la vida o por el simple y antiguo sentimiento de adhesión empática. Como fuese, caminan, y seguirán caminando en medio del flujo eterno capturado por el lente de la cámara. No sé hacia dónde caminan, pero caminan porque «caminante no hay camino…».
La calle se ha convertido en el territorio de la memoria, y en primer plano está la excusa de mi reflexión; el punctum, que llaman. Una persona negra con el mensaje «Las vidas negras importan» en su camisa y zapatillas de caña alta (Nike, me la juego). No necesita nombre, su ropa es la manera de presentarse al mundo. Alza un cartel: «No se pide permiso para cambiar la historia». La frase es una declaración (¿de guerra? Quizás); un recordatorio de que somos tiempo que se deshace, y el tiempo avanzó sin que nosotros nos moviéramos con él; también es una invitación. El cartel me resulta interesante porque la Historia es una cosa y la palabra «historia» es otra, y solo el tiempo sabrá en qué lugar se encuentren ambas. Parece que ayer, en la foto, se encontraron.
Con todo, el mensaje es aleccionador y muy profundo. En él se alude a un pasado doloroso y cruento, injusto y mezquino; HISTORIA, ocho letras que declaran un pasado que a los jóvenes no nos pertenece, pero que sufrimos en carne viva en el continuum de la violencia y la muerte. Asimismo, la Historia usa el pasado como excusa para redimirse, porque esa Historia no es la que cuentan las estatuas y bustos sembrados por las ciudades como parte de la narrativa oficial, no, esta otra Historia corresponde con la percepción de los oprimidos y la naturalización del «Estado de excepción» en el que transcurre su vida. Esta otra Historia es la que ha movido a la sociedad a las calles, a dormir con el silbido del plomo y bajo la mirada de libélulas metálicas que sobrevuelan el límpido azul de su cielo. Esta es la otra Historia, la que se muele y rehace con cada arenga, con cada grito. Esta es la otra Historia que tomamos, y no pedimos permiso, porque el luto de quienes resisten no acepta imperativos.
Más tarde
Con esta foto pienso en unos versos de Carlos Drummond de Andrade: «¿Y ahora, José? / La fiesta acabó / la luz se apagó / el pueblo perdió / la noche enfrió / ¿Y ahora, José?». Aunque la versión portuguesa es más sonora y delicada, las interpelaciones se añejaron durante años para resonar, hoy, en Cali, Bogotá y Buga, lugar en donde se tomó la fotografía. En ella hay dos hombres, un agente del Esmad y un manifestante, con sus identidades ocultas; ellos son nadie y podrían ser todos, como el «Juan sin nombre» del verso cubano o el «José» del poema. En consecuencia, y en medio de mi afán adánico por nombrar las cosas, un «José» tiene por segundo nombre «Agente» y por apellido «Esmad»; otro «José» lleva por apodo «Primera Línea». Se agregan a la lista el «José» que escribe esta retahíla y el «José» que lee y mira la foto. De esta manera, José somos todos y es nadie. Y el poema continúa: «¿Y ahora, José? / ¿Usted que es sin nombre, / que se burla de los otros, / usted que hace versos, / que ama, protesta? / ¿Y ahora, José?»
La foto captura la nostalgia, el espacio muerto de la brevísima tregua entre el hastío y el cansancio. En ella no hay pajaritos en el cielo ni brisa en el ambiente. Solo se ve, a lo lejos, el capó de un carro junto a vestigios de vida. También hay otro «José» sin señas que asiste a la escena con nosotros. No hay gestos ni palabras ni movimiento, solo incertidumbre; un aura de fuga distópica, como casi siempre en estos escenarios de caos. ¿Y ahora, José? ¿Cayó la esperanza? ¿Huyó de nosotros el buen censo y dejó desnuda la intrepidez? ¿Y qué de la empatía? Esta foto suscita en mí más preguntas que certezas, pero es buen síntoma.
Entre «José» y «José» está la Historia, esa cosa que reposa junto al escudo apoyado en el suelo en posición de ataque a la espera de que alguien, quizás quien está en pantaloneta y con las manos sucias por el polvo de ladrillos y la aspereza de las piedras, rompa el mutismo del cuadro. Será la Historia quien luego recogerá los pasos de «José» de vuelta a la trinchera, y de «José» de vuelta al camión; será ella quien pase la escoba y levante escombros, latas vaciadas de gases y vidrios rotos. No sé qué hará con todo eso, pero algo hará. Mientras tanto, José y José están frente a frente. ¿Qué pensará el uno del otro? No se conocen, y quizás un odio antiguo y desconocido de una guerra antigua y desconocida los haya alcanzado. Quizás solo son presa del agotamiento. Quizá el deber, impuesto o voluntario, los impulsó a este momento. Como fuese, la pregunta parece ser clara: ¿Y ahora, José?
Ese «Ahora» se antoja como una eterna vorágine de pasado, como si el presente no existiera y solo alargáramos la estancia de un tiempo que no podemos asir y se escurre entre las manos. Ahora ya pasó. La Historia es un objeto en construcción cuyo material es un tiempo repleto de «Ahora». A pesar de esto, «Ahora» determina la proyección del pasado sobre el tiempo por venir, lo que llamamos Futuro. La pregunta «¿y ahora, José?» no significa ni el término de las disputas ni mucho menos un avance per se; es más bien el reconocimiento de la vergüenza de haber sido verdugo, y la impotencia por no ser lo que se quiere. Es el reconocimiento de la derrota ante la Historia, esa misma que se hartó de recoger muertos en las barrigas de los barcos negreros y prefirió lanzarlos al mar en una zambullida triste; esa misma que dobló los pijamas a rayas en los campos de concentración judíos; y ni hablar de lo que ha tenido que hacer en el Cono Sur durante los últimos 60 años. La Historia es el reconocimiento de la gran derrota humana; sin embargo, la foto quizá capturó el momento en el que «José» y «José» preparan, tal vez sin saberlo, la redención de la humanidad, porque solo a ella pertenece su pasado de forma plena. ¿Y ahora, José, cómo se convierte la nostalgia en esperanza?
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